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Analía Kalinec, historia de una hija desobediente


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Docente y psicóloga, su mundo cambió cuando su adorado padre excomisario fue condenado por secuestros y asesinatos durante la última dictadura. 


Mientras que para la mayoría de las personas el Día del Padre es motivo de celebración, para otras es sinónimo de padecimiento porque el vínculo con su progenitor solo les genera repudio y angustia. Es el caso de Analía Kalinec, hija de Eduardo Kalinec, excomisario de la Policía Federal condenado por secuestros, desapariciones y asesinatos durante el terrorismo de Estado de la última dictadura cívico-eclesiástico-militar del país.

Analía es maestra de escuela primaria y psicóloga. Además, cursa la carrera de derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tiene 43 años, nació en plena dictadura.

Recuerda con mucha nostalgia que durante sus primeros 25 años tuvo un padre presente, afectuoso, con el que se escribían cartas y la apodaba “vizcachita mía”. Hasta 2005, lo único que sabían sus tres hermanas y ella era que su papá proveedor, referente, católico, hombre de una familia tradicional de clase media, era comisario de la Policía Federal. Sin embargo, una llamada de su mamá fue el inicio de un gradual proceso de desenmascaramiento y desilusión.

—No te asustes, pero tu papá está preso.

“Las sospechas, querer comprender lo incomprensible, los mecanismos de defensa, el deseo y el temor de la verdad, la necesidad de un posicionamiento ético y, sobre todo, la dimensión política, fue lo que me llevó a escribir mi libro”, expresó mientras sostenía un ejemplar en sus manos y pasaba las páginas.
Llevaré su Nombre fue publicado en julio de 2021 para relatar su historia, la de su familia y todo el camino que recorrió al enterarse de que su padre había sido un represor que actuó en los centros clandestinos que integraron el circuito Atlético-Banco-Olimpo (ABO). En el ejemplar adjunta escritos personales, cartas dirigidas y recibidas, artículos periodísticos, resoluciones y fallos judiciales que reunió con el pasar de los años y los juicios.
Muchas veces intentó creer la versión de la historia que le contaba su padre cuando lo visitaba en la cárcel: “Sostenía que había una guerra, que no eran 30 mil. Que integrantes de la agrupación Montoneros ponían bombas por la ciudad y que la única manera de averiguar dónde se encontraban y de sacarles información era torturándolos. ‘Lo hacía por la patria’, me decía”, intenta explicar. Pero secuestrar personas, arrojarlas en los vuelos de la muerte, torturarlas en centros clandestinos o apropiarse de bebés recién nacidos en cautiverio no lo justificaba para ella.
Escuchar y leer los testimonios de las víctimas sobrevivientes del “Doctor K”, como se hacía llamar, la hicieron tomar posición y afirmar que no puede estar ajena al dolor de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. Por eso, en 2017 fundó Historias Desobedientes, una agrupación de hijos, hijas y familiares de genocidas que repudian los crímenes de lesa humanidad, que no aceptan guardar silencio ni ser cómplices del horror, y que militan por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Como integrante y cofundadora del colectivo, y como hija de un condenado a cadena perpetua por tortura, muerte, violencia, robos, secuestros, tabicamientos, violaciones, amenazas y una larga lista de actos cometidos, Analía afirma con seguridad que siente el deber y la necesidad de que su historia se difunda para poder seguir interpelando a otros familiares de genocidas que muchas veces sufren las consecuencias del silencio sin siquiera saberlo.
Rebelarse y desobedecer ante el negacionismo y la crueldad del pacto de silencio de su progenitor, la llevó a romper lazos familiares, a ser acusada, amenazada y apartada. Actualmente se encuentra en juicio con dos de sus hermanas y su papá, ya que la consideran “indigna” de recibir la herencia de su madre, quien falleció en 2015. Pero muy calmada, mientras toma mate, confiesa que no la asusta para nada.
La última conversación que mantuvo con su padre fue por teléfono. Un día después de una visita al penal de Villa Devoto, durante la que ella le dio a conocer su postura sobre lo sucedido; él la llamó para rogarle que le dijera que lo quería.

—Yo te quiero, pero lo que hiciste estuvo mal, le respondió llorando.

“Beep, beep”, sonaba. Había cortado el teléfono.

Analía eligió no cambiarse el apellido de su papá. “¿Por qué debería cambiármelo?”, preguntó. Quizá porque no es tan estigmatizante. No es Videla, Galtieri o Etchecolatz. Tal vez porque considera que cambiarse el apellido no modificará todas las atrocidades. Ella seguirá teniendo los mismos recuerdos, añorando las mismas cosas, y no puede modificar el hecho de que Eduardo sea su padre. Es su apellido. Es parte de su historia. Una historia triste, de traición y desilusión, pero que elige contarla para transformarla en una historia de lucha y de reclamo.


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