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PERFIL

Carlos Sorín, el arquitecto del cine que hace de la belleza natural su sello

Director de no actores, guionista multipremiado por sus obras, es capaz de encontrar belleza en mundos hostiles, donde hay historias mínimas y no solo grandes. 

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Director de no actores, guionista multipremiado por sus obras, es capaz de encontrar belleza en mundos hostiles, donde hay historias mínimas y no solo grandes. 


Un gato desaparece en días de pesca, las historias mínimas también entran por la ventana. Cada momento elegido por el director de cine Carlos Sorín para contar lo que está detrás, lo que no se expone a primera vista, es casi una arquitectura de la imagen y del relato que construye con entramados delicados y precisos. Sorín, director prolífico, tiene en su haber más de diez películas. Es un interesado en filmar en lugares signados por la naturaleza y adversidades climáticas. Asevera que las filmaciones o rodajes con lo que se debe luchar contra la naturaleza lo estimulan.  Y recuerda la película de género que hizo en homenaje al maestro Alfred Hitchcock.

La cita era en un día festivo para el país. Un día de conmemoración, un 25 de Mayo después del mediodía. Lloviznaba, paraba, volvía a lloviznar. Para colmo, un frío impiadoso. El encuentro estaba previsto en una reconocida librería de Palermo, sobre la calle Honduras. 

Además de ser director, Sorín fue guionista del cine argentino. Nació en Buenos Aires en 1944. Es un director prolífico. Su vasta carrera lo llevó a filmar, al menos, unas diez películas. Recibió más de veinte premios nacionales e internacionales, —entre los que se encuentran el Premio Konex— diploma al mérito como uno de los cinco mejores directores de cine de la década 1981-1990 en Argentina. Hoy vive a 70 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Con un andar lento y encorvado, asomó la cabeza cuando cruzó la puerta que lo llevaba al patio del bar donde lo esperaba una mesa para dos. De una contextura pequeña, medio agazapado, vestía muy jovial. Una campera de pluma, sus pantalones chupines y una mochila de adolescente llegaron al encuentro. Me paré. Corrí la silla para moverme con más libertad. Lo saludé y en ese gesto nos reconocimos. Se acercó y muy afectuosamente nos abrazamos, como si nos conociéramos de mucho tiempo. 

Buscamos dentro del bar de la librería un lugar de menor sonido ambiente y de mayor silencio para esta charla que nos permitiría conocer algo más de su vida como cineasta. En ese inicio de charla, Sorín reconoce que el premio que más orgullo y satisfacción le generó fue el que recibió su nieto como revelación masculina de la academia por el film El cuaderno de Tomy, última película que dirigió en el año 2020. 

Para identificar a Sorín se puede distinguir al menos dos características. Primero, que es un director de no actores; segundo, su vínculo con la Patagonia. De alguna manera elegir el sur del país tiene que ver con el hecho de estar más aislado, lo que le permite una mejor concentración en la película y alejarse de hostil ciudad. De todos modos sus  historias no son exclusivamente patagónicas, claro está. Pueden transcurrir tanto en Salta como en Nueva Delhi.

“Dentro del esquema de cine que realicé, sobresale el intervenir lo menos posible los escenarios. Que la luz sea lo más natural y realista. Con la tecnología, las cámaras y los lentes eso es más fácil en el formato de películas que realizo”, asegura Sorín. Y amplía: “Otras son artificiosas y andan bien, y otro de los temas es tener delante de la cámara a gente que se parezca mucho al personaje para que genere una impronta, que entre el personaje y él no haya mucha diferencia”.

Para ello, este director propone situar que lo más importante en el cine consiste en ver el guión en su totalidad. “Las escenas deben estar bien construidas y desde esa perspectiva es preciso analizar la ingeniería dramática de la película, donde las piezas pueden ser reemplazadas pero hay una mecanismo que tiene que ver con el desarrollo del conflicto”, desarrolla el director de filmes como Eterna sonrisa de New Jersey (1989)  e Historias mínimas (2002),

Interesado por bucear en las historias que atraviesan diferentes conflictos humanos y en particular las relaciones parentales, Sorín propone al espectador indagar sobre aquellos conflictos que aquejan y a la vez mirarlos desde otra perspectiva para su análisis. Cómo se enlazan las historias, los diálogos, las imágenes, los silencios, características a la hora de la creación de las películas que se terminan convirtiendo en un sello fílmico en un mundo en constante movimiento. 

En Joel una de sus últimas películas, aborda el tema de la adopción. Y atraviesa dicha historia por una sociedad que no acompaña, cerrada, compleja y que juzga. Desde este ángulo, Sorín invita al espectador a una reflexión no explícita sobre el eje en cuestión. En ella radica que el prejuicio está fundamentalmente en la adopción tardía. “La adopción de un bebé todavía está como en blanco, no tiene un pasado, pero la adopción de un chico de ocho o nueve años es difícil. Tiene que ver con un tema de concientización y de políticas públicas. La adopción tardía tiene que ver con la pobreza, con la marginalidad”, observa Sorín.

El homenaje a Hitchcock con El gato que desaparece

El gato desaparece era una película que tenía una guía muy precisa, el cine que admiró: la obra de Alfred Hitchcock. La película fue un decidido homenaje a ese cine celebrado por Sorín. El camino estaba muy trazado, suspenso, había un interés per se de realizar una película de género. Fue un homenaje a él y a un cine. Fue la última película que hizo en fílmico. La realizó en 35. Todo ese cine que ya no volvía, que ya se había ido. En alguna oportunidad Sorín expresó: “No me quería ir del mundo sin haber hecho una película de género”.

Beatriz Spelzini, quien formó parte del elenco de la película, recuerda que trabajar con Carlos fue una sorpresa. La citó en una confitería. Le dijo que tenía una idea de un guión y que lo había escrito. Y que desde el comienzo que la había escrito había pensado en su cara y en la de Luis Luque. “Carlos es un hombre de pocas palabras, muy silencioso. Sobre mi personaje me dijo que tratara de tener una leve sonrisa siempre y que eso cambiaba mucho mi cara y realmente eso ayudó”.

“Conozco al Carlos cineasta. Lo que siento de él es que sabe lo que quiere y al haber elegido al actor y a la actriz sabe lo que quiere contar. Siempre digo que el cine es el reino del director así como el teatro es el reino del actor. El cine hace lo que quiere con el trabajo del actor. Puede cortarlo, puede mezclarlo, puede editar de alguna manera donde el actor no interfiere en lo que está contando una vez que el material está grabado”, concluye Spelzini. 

En la película El gato desaparece, este peculiar director, continúa siendo fiel a su estilo agridulce y a su simpleza argumental.Carlos Sorín es un director de cine que aspira a entrar con sus historias en los conflictos de las vidas de las personas. Es el más grande para construir esos mundos pequeños. Las historias silenciadas, las historias, breves, mínimas, en búsqueda, quizás, de alguna respuesta. Su forma lenta de filmar y de contar lo que está por debajo y lo que intenta salir a la luz lo expone sutilmente.

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CULTURA

La mujer que puedo ser

La puerta de entrada gigante y pesada, el ascensor de rejas casi individual y la escalera caracol enorme por la que los pies de un vecino van a mayor velocidad que los que viajan asfixiados por sus propias mochilas hasta el último piso.

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La puerta de entrada gigante y pesada, el ascensor de rejas casi individual y la escalera caracol enorme por la que los pies de un vecino van a mayor velocidad que los que viajan asfixiados por sus propias mochilas hasta el último piso.

Pasillo, pasillo, pasillo. Un gato negro, otro blanco. Cuadros, pinturas, libros y muchos objetos decorativos de tamaños absurdos, como los restos de una escenografía de fantasía. Los vestigios de varias. El gato negro de antes acompañado por otro tan oscuro como él, pero no tan sociable. Abanicos orientales, un cuadro de pop art en medio de lo clásico, mobiliario de estilos varios que combinan muy bien entre sí a pesar del año o lugar de origen. El minimalismo se pudo haber escapado por los dos ventanales grandes del living comedor que poco tiene de comedor porque no hay mesas ni sillas, pero sí cinco sillones ubicados en 360 grados para invitar a una ronda íntima en la que todos pueden verse las caras mientras comparten el café que prepara Maiamar, con un budín vegano y grisines de panadería. Una gata con actitud de dueña de la casa, de señora como su propia dueña, se ubica en el brazo del sillón de tres cuerpos. Otro de color blanco, el más peludo de todos, sale hacia al balcón casi ignorando todo a su alrededor. En el medio de toda esa escena, imposible de proponer en una didascalia, está la actriz. Tan barroca como su decorado, con un vestido estampado en búlgaros bordó y azul, una ruana tejida de color ladrillo, aros enormes con forma de estrella, un anillo gigante con una piedra a tono de la ropa y el pelo platinado recién lavado. La casa huele a incienso. Y se respira en el ambiente la sensación de que un ritual va a empezar, como si acabaran de dar sala en un teatro. La función va a comenzar.

Apagón.

Maiamar Abrodos es actriz, escenógrafa y docente. Da clases en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático y en la Universidad Nacional de las Artes. Fue parte de proyectos populares como La viuda de Rafael en televisión y Siglo de Oro Trans en teatro. Recibió el DNI con su identidad de género autopercibida de la mano de Cristina

Fernández de Kirchner en un acto en la Casa Rosada el 2 de julio de

2012.

Maiamar convive con siete gatos. La más mimada, aunque su humana diga lo contrario, se llama Paloma. Tiene nombre de humana. Los siete tienen nombre de humanos: Octavio Andrea Abrodos, Paloma Clara Abrodos, India Luna Abrodos, Christian Rafael Abrodos, Micael Amor Abrodos, Uriel Ángel Abrodos y Milagros Anahí Abrodos. También tiene un hijo del corazón con el que comparte el amor por el arte: el director, actor y músico Pablo D´Elia, de quien fue compañera de elenco durante 2010 en la obra Feizbuk de José María Muscari. Además fue su director en la exitosa Las guardianas, que tuvo varias reposiciones en la cartelera independiente y hoy la dirige en Teatro x la identidad, el movimiento conformado por colectivos teatristas.

Igual que en un escenario, finges tu dolor barato

En los últimos años encarnó el papel de madre en proyectos como Siglo de Oro Trans en el Complejo Teatral San Martín, Buscando a Vassa, una producción audiovisual que también pertenece al teatro oficial e Imaginaria, obra del circuito independiente que agotó todas sus funciones en el Espacio Callejón.

—Los prejuicios sobre las mujeres que son trans y que son actrices están asociados al vínculo entre la maternidad y ser transgénero. Yo hice de madres no asociadas a eso. Son todas mujeres fuertes. Pero no me eligen por ser trans, sino por otras cosas: el temperamento, el aspecto físico. Quizás aspectos de otros catálogos de prejuicios de la sociedad.

Ser actriz fue un sueño para Maiamar desde pequeña. Jugaba a imitar a Susana Giménez. Ponía almohadones alrededor de una ventana y fingía que bajaba las escaleras como ella hacía en un programa que tenía junto con Alberto Olmedo. Creció admirando a actrices como Bette Davis, Leonor Manso, Graciela Borges y, de más grande, en el teatro la deslumbró Elena Tasisto. “Las actrices que son muy técnicas me parecen fantásticas, pero a veces prefiero la mugre de la vulnerabilidad y de la emoción. La verdad es la que cuenta”, dice respecto a quienes la inspiraron.

tu drama no es necesario, ya conozco ese teatro.

En 2014 fue parte del elenco protagónico de La viuda de Rafael, la primera ficción nacional protagonizada por personas trans con una trama que se mete de lleno en las diferentes realidades y experiencias de las personas del colectivo LGBTIQ+. Su personaje, Susi, contó parte de su propia realidad: los exámenes, los peritajes médicos y la humillación que debió atravesar para lograr reflejar en su documentación y en su propio cuerpo la identidad que autopercibe.

En su libro Fatal, una crónica trans, Carolina Unrein escribió: “Tal vez a Camila Villada Sosa o a Maiamar Abrodos, cuando hicieron La viuda… se les haya cruzado por la cabeza que a lo mejor le cambiaban el mundo a una pequeña niña contando en carne propia nuestra realidad o tal vez nunca tomaron dimensión del impacto que tendrían”.

—Tengo conciencia de que a mí me interesa plantearle al mundo como mujer transgénero que la vida no es tan difícil, no porque sea fácil, sino porque es posible. Si una niña puede descubrir quién es y puede pensar en la libertad de ser sin necesidad de cosas que antes pasaban, de las marginalidades tan extremas, me parece que la misión está cumplida. No me gusta la victimización de la situación trans. Hemos vivido cosas muy difíciles. Es mejor no pensar más. Me convendría hasta a nivel político, pero soy una actriz.

Hace más de una década a Maiamar no le importaba tanto el DNI, su verdadero objetivo era operarse. Tiempo después de hacerlo fue a comprar un vestido a un local y el señor que atendía no paraba de mirarla. “Me alabó tanto que yo pensé que si sacaba el documento para pagar con tarjeta este hombre caía muerto en el piso. Fui a buscar plata a un cajero y volví a comprar el vestido. Si bien es gracioso lo que me pasó, ese día sentí la importancia de tener todo identificado con quién soy”.

qué bien te queda el papel. Después de todo parece

que esa es tu forma de ser.

VOZ EN OFF

—¿Vos sos la mujer que soñaste ser o la que pudiste ser?

MAIAMAR

—Es difícil. Pienso en el pasado… siento que todavía me falta para ser la mujer que soñé ser, pero estoy en camino. Por ahora sigo

siendo la mujer que puedo ser.

Maiamar prepara más café y trae más cosas ricas para comer. Acaricia a un cancerbero celestial de gatos, tres sombras casi unidas por la cola que son Octavio, India y Micael; besa a Paloma, antes de que se le escape; reta a Uriel, que está empecinado en devorar una planta; baja a Milagros de la mesada y pregunta sin respuesta por Rafael. La luz de media tarde está en su máximo esplendor en el escenario montado dentro del último piso de esta esquina de Villa Crespo. La conversación sigue con otra ronda de café, pero ya no se entiende. Las voces se empiezan a perder en el espacio mientras la luz se atenúa hasta apagarse.

Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado

simulacro.

Telón

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Analía Kalinec, historia de una hija desobediente

Docente y psicóloga, su mundo cambió cuando su adorado padre excomisario fue condenado por secuestros y asesinatos durante la última dictadura. 

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Docente y psicóloga, su mundo cambió cuando su adorado padre excomisario fue condenado por secuestros y asesinatos durante la última dictadura. 


Mientras que para la mayoría de las personas el Día del Padre es motivo de celebración, para otras es sinónimo de padecimiento porque el vínculo con su progenitor solo les genera repudio y angustia. Es el caso de Analía Kalinec, hija de Eduardo Kalinec, excomisario de la Policía Federal condenado por secuestros, desapariciones y asesinatos durante el terrorismo de Estado de la última dictadura cívico-eclesiástico-militar del país.

Analía es maestra de escuela primaria y psicóloga. Además, cursa la carrera de derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tiene 43 años, nació en plena dictadura.

Recuerda con mucha nostalgia que durante sus primeros 25 años tuvo un padre presente, afectuoso, con el que se escribían cartas y la apodaba “vizcachita mía”. Hasta 2005, lo único que sabían sus tres hermanas y ella era que su papá proveedor, referente, católico, hombre de una familia tradicional de clase media, era comisario de la Policía Federal. Sin embargo, una llamada de su mamá fue el inicio de un gradual proceso de desenmascaramiento y desilusión.

—No te asustes, pero tu papá está preso.

“Las sospechas, querer comprender lo incomprensible, los mecanismos de defensa, el deseo y el temor de la verdad, la necesidad de un posicionamiento ético y, sobre todo, la dimensión política, fue lo que me llevó a escribir mi libro”, expresó mientras sostenía un ejemplar en sus manos y pasaba las páginas.
Llevaré su Nombre fue publicado en julio de 2021 para relatar su historia, la de su familia y todo el camino que recorrió al enterarse de que su padre había sido un represor que actuó en los centros clandestinos que integraron el circuito Atlético-Banco-Olimpo (ABO). En el ejemplar adjunta escritos personales, cartas dirigidas y recibidas, artículos periodísticos, resoluciones y fallos judiciales que reunió con el pasar de los años y los juicios.
Muchas veces intentó creer la versión de la historia que le contaba su padre cuando lo visitaba en la cárcel: “Sostenía que había una guerra, que no eran 30 mil. Que integrantes de la agrupación Montoneros ponían bombas por la ciudad y que la única manera de averiguar dónde se encontraban y de sacarles información era torturándolos. ‘Lo hacía por la patria’, me decía”, intenta explicar. Pero secuestrar personas, arrojarlas en los vuelos de la muerte, torturarlas en centros clandestinos o apropiarse de bebés recién nacidos en cautiverio no lo justificaba para ella.
Escuchar y leer los testimonios de las víctimas sobrevivientes del “Doctor K”, como se hacía llamar, la hicieron tomar posición y afirmar que no puede estar ajena al dolor de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. Por eso, en 2017 fundó Historias Desobedientes, una agrupación de hijos, hijas y familiares de genocidas que repudian los crímenes de lesa humanidad, que no aceptan guardar silencio ni ser cómplices del horror, y que militan por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Como integrante y cofundadora del colectivo, y como hija de un condenado a cadena perpetua por tortura, muerte, violencia, robos, secuestros, tabicamientos, violaciones, amenazas y una larga lista de actos cometidos, Analía afirma con seguridad que siente el deber y la necesidad de que su historia se difunda para poder seguir interpelando a otros familiares de genocidas que muchas veces sufren las consecuencias del silencio sin siquiera saberlo.
Rebelarse y desobedecer ante el negacionismo y la crueldad del pacto de silencio de su progenitor, la llevó a romper lazos familiares, a ser acusada, amenazada y apartada. Actualmente se encuentra en juicio con dos de sus hermanas y su papá, ya que la consideran “indigna” de recibir la herencia de su madre, quien falleció en 2015. Pero muy calmada, mientras toma mate, confiesa que no la asusta para nada.
La última conversación que mantuvo con su padre fue por teléfono. Un día después de una visita al penal de Villa Devoto, durante la que ella le dio a conocer su postura sobre lo sucedido; él la llamó para rogarle que le dijera que lo quería.

—Yo te quiero, pero lo que hiciste estuvo mal, le respondió llorando.

“Beep, beep”, sonaba. Había cortado el teléfono.

Analía eligió no cambiarse el apellido de su papá. “¿Por qué debería cambiármelo?”, preguntó. Quizá porque no es tan estigmatizante. No es Videla, Galtieri o Etchecolatz. Tal vez porque considera que cambiarse el apellido no modificará todas las atrocidades. Ella seguirá teniendo los mismos recuerdos, añorando las mismas cosas, y no puede modificar el hecho de que Eduardo sea su padre. Es su apellido. Es parte de su historia. Una historia triste, de traición y desilusión, pero que elige contarla para transformarla en una historia de lucha y de reclamo.

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Marizilda Cruppe: “La cámara es lo que ejecuta lo que sentiste, pensaste, estudiaste”

Desde los 90 cuenta historias a través de su cámara. Su sensibilidad y empatía se transmiten en cada fotografía y busca que sus trabajos produzcan un cambio.

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Desde los 90 cuenta historias a través de su cámara. Su sensibilidad y empatía se transmiten en cada fotografía y busca que sus trabajos produzcan un cambio.


Marizilda Cruppe es curiosa, así se define y así la definen, y así también llegó a ser fotoperiodista. Terminó el secundario con un título en electromecánica. Trabajando de técnica arrancó su carrera en ingeniería. Vió cómo vivían quienes ya habían terminado y le preocupó que todos eran infelices con sus trabajos de oficina. Sintió que el tiempo se pasaba, estaba perdida, no sabía cuánto. Durante esos años, en ese afán por conocer todo, hizo un curso de aviación. Mientras ella lograba pagar 40 horas en dos años a base de mucho sacrificio, sus compañeros hombres de familia de aviadores y con plata hacían 30 en un mes. Desistió ante la desigualdad. El tiempo seguía corriendo. No hay un momento exacto, dice ella, que recuerde como el instante en que decidió embarcarse en la fotografía. Si sabe que desde el principio quiso hacer fotoperiodismo. 

Nació en Jundiaí un municipio de San Pablo pero a los siete años, por el trabajo de su papá, se mudó con su familia a Novo Iguaçu, un lugar marcado por la violencia, lejos de los grandes centros culturales de Río de Janeiro. Esa distancia en los 90 con unos veintitantos años le jugaba en contra de su camino en el descubrimiento de la profesión. A veces le cuesta entender cómo era todo en la era predigital. Dejó la carrera, creía en ese momento, por unos años, porque no quería seguir postergando la fotografía. El tiempo. No había escuela de fotoperiodismo así que además del conocimiento técnico que le daban los cursos se fue creando su propio manual. Pasaba horas en el archivo de O Globo viendo las hojas de contacto de los trabajadores del diario. Analizaba no solo el trabajo que era publicado sino toda la sesión, cómo se llegaba al resultado final, como se recortaba el cuadro, así empezó a entender todo el proceso. Trabajó en ese medio por 16 años, hasta el 2011, al volver de un viaje en el que había sido jurado de uno de los concursos de fotoperiodismo más importantes del mundo, el World Press Photo Contest. Fue en ese momento en el que dió cuenta que había cientos de fotógrafos independientes en el mundo haciendo el trabajo que querían y que repercutían de manera positiva en sus comunidades. Para ese entonces ya había hecho colaboraciones con distintas organizaciones como Greenpeace, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Médicos sin Fronteras y en el diario ya podía elegir la mayoría de los que le asignaban. Pero le indignaba que el grupo de medios más importante de sudamérica y con 40 fotógrafos en su staff solo trabajara en Río y mayoritariamente en la zonas ricas sin importarle las historias “chicas” del día a día. Renunció y se convirtió en nómade e independiente. La primera por lo menos hasta que arrancó la pandemia. 

Debora Inacio Ph @maricruppe 

No tiene novio. Ya estuvo casada y después de diez años se divorció. Su última relación terminó también antes del aislamiento. “Yo quiero ser libre. La media del hombre brasilero quiere una mujer para tenerla como un objeto de su propiedad”, opina. No quiso ni quiere tener hijos. Eso también le trajo problemas con sus parejas. Y con la sociedad que cada vez que se lo preguntan o lo comentan siente que la juzgan. De todas maneras sabe que a la hora de conseguir trabajo siempre fue un plus. “Si no tenés hijos saben que no tenés otra preocupación por sobre lo laboral”, comenta. Bromea con sus amigas sobre la posibilidad de encontrar a alguien con quien tener una relación amorosa. Es que con la grieta siente que debería pasar varios filtros para cumplir con los requisitos: que si voto a Bolsonaro, no; que si vacunó, si; si usa mascarilla. Por las dudas deja marcada la cancha desde el principio. En Whatsapp su nombre figura como “Marizilda.Pro ciencia”.

Hace dos semanas se mudó a Manaos. Su ropa, libros y cámaras salieron de su casa en Pará donde se instaló en marzo de 2020 para cumplir con el aislamiento. Su vida sin un hogar fijo se prolongó por seis años. Llevó durante ese tiempo un registro de las camas, hamacas y literas donde durmió. Las fotos las tomaba apenas se levantaba para que se note su presencia. “Soy de virgo, necesito tener listas aunque después no recuerde donde las puse. No soy buena con las selfies así que me pareció una buena manera de retratar los lugares donde estuve”, y describe así su proyecto “Wherever Photography takes me” (Donde la fotografía me lleve). Ahora, más allá de esta mudanza, tiene una dirección donde la pueden encontrar. En Pará adoptó a dos gatas que la obligaron a tener una base. 

Al Amazonas ya había ido en varias oportunidades trabajando para O Globo cuando empezó a trabajar con pueblos originarios y crímenes ambientales. Esas temáticas, junto con cuestiones de género y de derechos humanos, engloban el foco que tienen los trabajos de Marizilda. A veces siente desmotivación. “Los cambios son lentos, la destrucción es muy rápida”, reflexiona y grafica esto con las tasas de hambre que tiene Brasil en la actualidad. En cuatro años de Bolsonaro los números son los mismos que hace 30 años. “Cuando vos llegás con la cámara la gente se pone feliz, le gusta que los mires, que los escuches. Pero después vos te vas y ellos se quedan y la expectativa que ponen en nuestro trabajo no siempre la podemos cumplir”.

Sus colegas la eligen por su calidez humana, empatía y por su gran capacidad para conectar con la historia de la gente. Marizilda se toma todo el tiempo del mundo para escuchar y elegir el enfoque que quiere darle a lo que va a contar a través de su lente. 

Dulce Ph @maricruppe 

Kaio Alves Inacio desapareció en 2013 en el litoral de San Pablo. Desde ese momento Debora, su madre, no quiso cortarse más el pelo. El retrato que le tomó Marizilda cinco años después, para el programa del Comité Internacional de la Cruz Roja, puso en primera plana ese cabello largo, suelto y que se levantaba con el viento para contar su historia. Debora también le confesó que, aunque amaba el mar, desde que Kaio no estaba más con ella no había vuelto. Cuenta Sandra Lefcovich encargada de comunicación del CICR quien acompañaba a Marizilda en ese reportaje que ella le propuso acompañarla nuevamente a la costa para ayudarla a transitar el duelo. Lo hizo de manera personal, no como fotógrafa. “Las fotos que tomó ahí fueron las más lindas y en las que se retrataba mejor la esencia de Debora”, dice Sandra para explicar por qué elige trabajar con ella. “Marizilda logra que la persona se sienta a gusto para ser retratada”, agrega. Incluso las personas más tímidas terminan sonriendo a la cámara y fluyendo con una sesión en manos de ella. La calidad de su trabajo también se ve reflejada en la naturalidad, en buscar el lugar apropiado, sin tanta luz artificial, usando el medio que la rodea. “La cámara es lo que ejecuta lo que sentiste, pensaste, estudiaste. El 70% del tiempo de un fotógrafo es empleado en pensar lo que va a hacer”, dice Marizilda. 

Quiere seguir dedicándose al tema de los desaparecidos. Cree que es algo muy importante de lo que no se habla porque cuestiones más urgentes lo tapan. Hoy hay 90 mil desaparecidos por año en Brasil, aunque no hay cifras oficiales, y 25 millones de brasileños conocen a algún desaparecido. “Lo quiero abarcar desde un lado más académico con sociólogos, psicólogos, es un tema muy complejo que toca muchas aristas como crímenes ambientales, condiciones de trabajo insalubre, violencia institucional”. El tiempo que le dedique dependerá de la cantidad de contratos que tenga. Por un lado no se puede dar el lujo de rechazar trabajos que financiarían uno que tendría que pagar con dinero de sus bolsillos y, por el otro, sabe que no tiene fecha límite de entrega. Lo quiere hacer bien. 

“Me gusta crear puentes, mi trabajo depende mucho de esto, entonces yo hago lo mismo”. En esa frase resume buena parte de lo que quiere agregar después. Primero su otro objetivo a futuro, conectar a familiares víctimas de tragedias, hacer una red. Su trabajo la llevó por todos los estados de Brasil. En una oportunidad, en una de sus muestras se conocieron una pareja de padres de una víctima de la tragedia Kiss, una hecho muy similar al de Cromañón que se dió en Rio Grande Do Sul en 2013, y una pareja de un chico desaparecido. Ahí vió como la búsqueda por justicia y el dolor los unía. Esa frase también resume un poco su filosofía de vida: “Si yo tengo algo bueno, un viaje, comida rica en el plato, tengo que dar algo bueno al resto. Si hay mucha gente que no tiene entonces mis logros no sirven”. Marizilda dona una parte del cobro de su trabajo a una causa. Con lo que ganó en su último viaje a la Antártida con Greenpeace pagó la castración de cinco gatos de su barrio y por primera vez destinó plata a una causa para animales y no personas. 

Lo que tiene de entrega también lo tiene de testaruda. Roberta Jansen, una de sus mejores amigas y colega de O Globo recuerda varias anécdotas de viajes donde gracias a esa cualidad lograron un trabajo impecable y sacarla de su zona de confort. “En Rusia y Kazajistán donde casi nadie hablaba inglés y mucho menos portugués, Marizilda con dos palabras lograba disuadir a los militares rusos para sacar las fotos que ella quería en la base espacial que íbamos a documentar”, cuenta Roberta. En África, en un viaje con el CICV y la ONU, en un traslado en avión de Kenia a Congo un hombre se les había acercado para advertirles de lo peligroso del lugar. Roberta se quedó preocupada y por la noche se lo comentó a su amiga. Al principio no entendía de qué le hablaba y después le respondió: “Es hombre, es cobarde”. 

Conocí a Marizilda en ese viaje a la Antártida en febrero de 2022, yo viajaba como voluntaria y ella como fotógrafa. O al menos eso creía. En los preparativos previos, en la cuarentena que antecedió el viaje chequee la lista de tripulantes. Vi su nombre y la busqué en Instagram. Ya la seguía. Me puse a revisar las fotos y encontré el porqué. Una de ellas me había enamorado. La había compartido la cuenta Every day in the Amazon para el 8M de 2020. En la misma se puede ver a una mujer recostada sobre su canoa rodeada de un jardín acuático tomada desde un dron. Marizilda buscó la imagen completa, la mujer atractiva, sola, empoderada en su jardín. Me contó su historia en esta entrevista. Dulce es una cocinera emprendedora del Canal Jari donde confluyen los ríos Amazonas, Tapajós y Arapiuns. La conoció en una visita turística que hacía con Roberta, que había ido a visitarla. Apenas cruzó unas pocas palabras con ella supo que quería retratarla y contar su historia. Se lo propuso a sus colegas de Projeto Coletivo pero cuando Marizilda les comentó que ya había salido una pequeña nota del mismo personaje en un diario local se negaron. Enojada les preguntó uno por uno a los editores quién había leído esa historia. Ninguno fue la respuesta y accedieron a publicarla. Al poco tiempo se convirtió en una de las notas más leídas del medio.

Antártida. Ph @maricruppe 

Marizilda no mira para un costado, tiene sus oídos siempre a disposición y su boca llena de preguntas que no se contiene a hacer ante la menor duda que le surge. Lleva casi siempre una sonrisa en la cara. Se le borra cuando habla de Bolsonaro y lo hace bastante para convencer a la mayor cantidad de personas antes de las elecciones para que no lo voten. Tiene espíritu aventurero pero por amor a sus gatas se instaló en una casa, aunque se los reproche. Comparte conocimientos, da charlas en una escuela de formación popular en Río. Y teje redes para que todo lo que ve a través de su lente no se quede en un mero archivo sino que pueda, con esas imágenes impactantes, comprometer al que las ve y generar movimiento.

Marizilda es fotoperiodista y activista y dispara con su cámara en las condiciones más crueles y destructivas del ser humano y aun así sus fotografías captan lo más hermoso de la esencia de las personas y lugares que retrata. Marizilda es una artista.


Más información: https://www.marizildacruppe.com/ | Proyecto Wherever photography takes me 

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