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Carlos Sorín, el arquitecto del cine que hace de la belleza natural su sello


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Director de no actores, guionista multipremiado por sus obras, es capaz de encontrar belleza en mundos hostiles, donde hay historias mínimas y no solo grandes. 


Un gato desaparece en días de pesca, las historias mínimas también entran por la ventana. Cada momento elegido por el director de cine Carlos Sorín para contar lo que está detrás, lo que no se expone a primera vista, es casi una arquitectura de la imagen y del relato que construye con entramados delicados y precisos. Sorín, director prolífico, tiene en su haber más de diez películas. Es un interesado en filmar en lugares signados por la naturaleza y adversidades climáticas. Asevera que las filmaciones o rodajes con lo que se debe luchar contra la naturaleza lo estimulan.  Y recuerda la película de género que hizo en homenaje al maestro Alfred Hitchcock.

La cita era en un día festivo para el país. Un día de conmemoración, un 25 de Mayo después del mediodía. Lloviznaba, paraba, volvía a lloviznar. Para colmo, un frío impiadoso. El encuentro estaba previsto en una reconocida librería de Palermo, sobre la calle Honduras. 

Además de ser director, Sorín fue guionista del cine argentino. Nació en Buenos Aires en 1944. Es un director prolífico. Su vasta carrera lo llevó a filmar, al menos, unas diez películas. Recibió más de veinte premios nacionales e internacionales, —entre los que se encuentran el Premio Konex— diploma al mérito como uno de los cinco mejores directores de cine de la década 1981-1990 en Argentina. Hoy vive a 70 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Con un andar lento y encorvado, asomó la cabeza cuando cruzó la puerta que lo llevaba al patio del bar donde lo esperaba una mesa para dos. De una contextura pequeña, medio agazapado, vestía muy jovial. Una campera de pluma, sus pantalones chupines y una mochila de adolescente llegaron al encuentro. Me paré. Corrí la silla para moverme con más libertad. Lo saludé y en ese gesto nos reconocimos. Se acercó y muy afectuosamente nos abrazamos, como si nos conociéramos de mucho tiempo. 

Buscamos dentro del bar de la librería un lugar de menor sonido ambiente y de mayor silencio para esta charla que nos permitiría conocer algo más de su vida como cineasta. En ese inicio de charla, Sorín reconoce que el premio que más orgullo y satisfacción le generó fue el que recibió su nieto como revelación masculina de la academia por el film El cuaderno de Tomy, última película que dirigió en el año 2020. 

Para identificar a Sorín se puede distinguir al menos dos características. Primero, que es un director de no actores; segundo, su vínculo con la Patagonia. De alguna manera elegir el sur del país tiene que ver con el hecho de estar más aislado, lo que le permite una mejor concentración en la película y alejarse de hostil ciudad. De todos modos sus  historias no son exclusivamente patagónicas, claro está. Pueden transcurrir tanto en Salta como en Nueva Delhi.

“Dentro del esquema de cine que realicé, sobresale el intervenir lo menos posible los escenarios. Que la luz sea lo más natural y realista. Con la tecnología, las cámaras y los lentes eso es más fácil en el formato de películas que realizo”, asegura Sorín. Y amplía: “Otras son artificiosas y andan bien, y otro de los temas es tener delante de la cámara a gente que se parezca mucho al personaje para que genere una impronta, que entre el personaje y él no haya mucha diferencia”.

Para ello, este director propone situar que lo más importante en el cine consiste en ver el guión en su totalidad. “Las escenas deben estar bien construidas y desde esa perspectiva es preciso analizar la ingeniería dramática de la película, donde las piezas pueden ser reemplazadas pero hay una mecanismo que tiene que ver con el desarrollo del conflicto”, desarrolla el director de filmes como Eterna sonrisa de New Jersey (1989)  e Historias mínimas (2002),

Interesado por bucear en las historias que atraviesan diferentes conflictos humanos y en particular las relaciones parentales, Sorín propone al espectador indagar sobre aquellos conflictos que aquejan y a la vez mirarlos desde otra perspectiva para su análisis. Cómo se enlazan las historias, los diálogos, las imágenes, los silencios, características a la hora de la creación de las películas que se terminan convirtiendo en un sello fílmico en un mundo en constante movimiento. 

En Joel una de sus últimas películas, aborda el tema de la adopción. Y atraviesa dicha historia por una sociedad que no acompaña, cerrada, compleja y que juzga. Desde este ángulo, Sorín invita al espectador a una reflexión no explícita sobre el eje en cuestión. En ella radica que el prejuicio está fundamentalmente en la adopción tardía. “La adopción de un bebé todavía está como en blanco, no tiene un pasado, pero la adopción de un chico de ocho o nueve años es difícil. Tiene que ver con un tema de concientización y de políticas públicas. La adopción tardía tiene que ver con la pobreza, con la marginalidad”, observa Sorín.

El homenaje a Hitchcock con El gato que desaparece

El gato desaparece era una película que tenía una guía muy precisa, el cine que admiró: la obra de Alfred Hitchcock. La película fue un decidido homenaje a ese cine celebrado por Sorín. El camino estaba muy trazado, suspenso, había un interés per se de realizar una película de género. Fue un homenaje a él y a un cine. Fue la última película que hizo en fílmico. La realizó en 35. Todo ese cine que ya no volvía, que ya se había ido. En alguna oportunidad Sorín expresó: “No me quería ir del mundo sin haber hecho una película de género”.

Beatriz Spelzini, quien formó parte del elenco de la película, recuerda que trabajar con Carlos fue una sorpresa. La citó en una confitería. Le dijo que tenía una idea de un guión y que lo había escrito. Y que desde el comienzo que la había escrito había pensado en su cara y en la de Luis Luque. “Carlos es un hombre de pocas palabras, muy silencioso. Sobre mi personaje me dijo que tratara de tener una leve sonrisa siempre y que eso cambiaba mucho mi cara y realmente eso ayudó”.

“Conozco al Carlos cineasta. Lo que siento de él es que sabe lo que quiere y al haber elegido al actor y a la actriz sabe lo que quiere contar. Siempre digo que el cine es el reino del director así como el teatro es el reino del actor. El cine hace lo que quiere con el trabajo del actor. Puede cortarlo, puede mezclarlo, puede editar de alguna manera donde el actor no interfiere en lo que está contando una vez que el material está grabado”, concluye Spelzini. 

En la película El gato desaparece, este peculiar director, continúa siendo fiel a su estilo agridulce y a su simpleza argumental.Carlos Sorín es un director de cine que aspira a entrar con sus historias en los conflictos de las vidas de las personas. Es el más grande para construir esos mundos pequeños. Las historias silenciadas, las historias, breves, mínimas, en búsqueda, quizás, de alguna respuesta. Su forma lenta de filmar y de contar lo que está por debajo y lo que intenta salir a la luz lo expone sutilmente.


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