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Australia: ¿oportunidad de futuro o un simple escape del presente?


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En la última década se ha convertido en un destino codiciado por jóvenes argentinos que buscan trabajar y viajar más allá de las fronteras de nuestro país. El boom se atribuye en gran medida por los visados que, no solo permiten trabajar legalmente, sino también ganar en dólares, una divisa que abre fronteras para los amantes de los viajes en el extranjero.


“Australia me da estabilidad económica, seguridad, posibilidades diversas y un clima que la verdad que a mí me gusta mucho y playas hermosas”, relata Matías Torrent. Es ingeniero electrónico, habla con una impecable tonada cordobesa, solía trabajar en la planta de producción de la bebida favorita de Papa Noel, gozaba de un salario acorde a su profesión y vivía solo. 

Se podría decir que tenía un pasar económico y un estilo de vida privilegiado. Sin embargo, hoy en día, comparte una casa con otros cuatro viajeros y trabaja de mantenimiento en una cadena hotelera, donde la mayor parte del tiempo arregla las lámparas de las habitaciones. 

Matias explica que “estabilidad económica y seguridad” es lo que falta en Argentina, siendo los principales factores para “no volver a radicarse en el país”. 

Cada vez son más las notas periodísticas y los relatos en redes sociales que cuentan casos de éxito, sobre los abultados salarios o la cantidad de cosas que se pueden comprar trabajando tan solo un puñado de horas a la semana

Está claro que la tierra de los canguros además de ser famosa por tener los bichos más venenosos del planeta, también lo es por una calidad de vida excepcional. Pero rara vez se profundiza acerca de los desafíos a largo plazo y las complejidades que implica construir un futuro sostenible en el país más extenso de Oceanía.

Es más, rara vez se lee sobre el futuro que puede tener el estilo de vida elegido por los argentinos que deciden arrojar la moneda, abandonarlo todo y emprender la aventura de ser un trabajador golondrina en otro idioma. Es que, detrás de los titulares pomposos y los reels de Tik Tok aspiracionales se esconde una pregunta crucial: ¿Realmente es una opción viable para migrar a Australia o es un lujo que solo unos pocos pueden permitirse?

“Yo creo que es mucha plata, porque primero se paga la visa que son 300 dólares, más los pasajes y el seguro. Gasté como 3.000 dólares”, cuenta Nicolás Martín. Y agrega que, si bien después de estar seis meses viviendo en Sidney y trabajando en una heladería, todavía no logró recuperar la inversión. 

Lo que sí logró Nicolás fue comprarse una computadora nueva y el último celular que lanzó la marca de la manzanita mordida. Él es rosarino y diseñador gráfico de profesión. En su ciudad natal, trabajaba como administrativo en una empresa de seguridad. 

Si bien era un trabajo en blanco, le llevó un año conseguirlo. Mientras tanto, hacía changas de cualquier cosa para poder vivir. Sin embargo, el hecho de trabajar en blanco no significaba que le respeten todos los derechos que le correspondía, nunca cobró aguinaldo y su jornada diaria era de 11 horas, seis días a la semana.

“Hay un poco de esa inocencia que tiene el viajero, esa de me voy a perder para encontrarme, reflexiona Nicolás. Querer buscar oportunidades afuera porque sentís que tu país no te está dando ninguna. Es un poco eso y también está el deseo de quiero un lugar donde pueda vivir bien y donde pueda tener más tiempo porque yo vivía para un trabajo que no me gustaba. “Y yo quería vivir, salir a conocer el mundo y hacer cosas más para mí”, sentencia.

Este fenómeno migratorio hacia Australia no sólo responde en la búsqueda de un futuro laboral mejor, sino que también se percibe como un escape de un presente que no satisface. “Me di cuenta que en realidad el problema pasa por cómo uno se estanca en la rutina, te hace un poquito tirarte para atrás y plantearte cosas”, comparte el rosarino.

La visa “Working Holiday” tiene como requisito un nivel alto de inglés, haber completado al menos dos años de estudios universitarios y demostrar disponibilidad de fondos bancarios, aproximadamente unos 3.000 dólares. 

Además, existe la limitación de trabajar un máximo de seis meses con el mismo empleador, lo que implica que cada medio año se tenga que cambiar de trabajo. Esta restricción presenta desafíos para los empleadores, ya que no resulta beneficioso capacitar a alguien que solo trabajará por un período limitado y reduce las opciones laborales a empleos temporales o aquellos menos deseados por la mayoría de los trabajadores.

Al respecto, Matías cuenta su experiencia: “Apliqué a más de 100 puestos de trabajo y la verdad que el único lugar que tuve una respuesta positiva, tanto para tener una entrevista como para empezar a trabajar fue en donde estoy trabajando ahora. Si bien estoy en el área de ingeniería, no estoy trabajando como ingeniero, no me pagan como ingeniero, sino que trabajo como ‘handyman’ y me pagan como tal. Pero es lo más cercano que encontré a mi profesión”.  

“La conclusión que me llevo de por qué no conseguí otro trabajo, es que los requisitos que suelen pedir son tener derechos laborales permanentes y no temporales como el que yo tengo con una Work and Holiday Visa”, comparte el cordobés.

La pregunta que queda en el aire es si este estilo de vida es una verdadera opción para construir un futuro en el extranjero o si es más bien una vía de evasión temporal de la realidad del país.


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