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Canillitas en Santa Rosa: un oficio con futuro incierto


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La llegada de las nuevas tecnologías y un nuevo modelo de negocios con menor costo para las empresas periodísticas provocan que históricos oficios en este ámbito se vayan perdiendo. 

Es de madrugada. Son las 3 am. La noche es fría, oscura. Suena el despertador. Ulises se despierta, se levanta de su cama, recorre los pocos metros de pasillo que hay entre su habitación y la de su hijo Jesús. Lo despierta. Es hora de que se levante y pase por las distribuidoras a buscar los diarios locales para repartir. Él se cambia y se despide de su padre. Enciende su moto y sale. 

Ulises también se viste. Prepara el mate amargo y caliente, como le gusta, una costumbre que trajo de su Uruguay natal. Luego de acomodar algunas cosas de la casa, sale caminando hacia su puesto de diarios ubicado en la esquina de Avenida Circunvalación y Palacios, a unas 25 cuadras de su casa, sobre el este de Santa Rosa. 

Sigue esta misma rutina desde hace unos 20 años. Acaba de cumplir 77 años, ya está jubilado, pero prefiere salir a ganar un mango más, a quedarse en su casa haciendo nada. “A mí me gusta vender diarios. Al principio vendía algunos en esta parada y después me iba a vender lo que me quedaba al centro, caminando; y así me fui haciendo. Empecé a hacer clientela acá y me quedé en esta esquina”, cuenta. 

Ulises López Deal es un hombre humilde, serio, de altura media, corpulento. En su rostro se puede ver el paso del tiempo; en sus ojos, lucha. Es uno de los pocos canillitas que queda en la ciudad de Santa Rosa, según él, quedan unos 18. Dice que hay algunos que no vio más, algunos fallecieron, otros se jubilaron. “Ya no hay pibes que tomen la posta, es un oficio jodido. Acá estamos peleándola, sábado, domingo, feriado. Si queremos descansar se enoja el cliente”, se ríe mientras ensilla el mate para una nueva ronda. 

Hoy, los hábitos en la forma de informarse para las nuevas generaciones cambiaron. Esto repercute directamente en las ventas de los canillitas. Ya no se leen los diarios en papel, o no tanto como antes, así lo indicó una encuesta reciente de la Fundación COLSECOR que arroja los siguientes datos: en el caso de diarios y revistas, el 64% de las personas que participaron del estudio dice leerlos todos o algunos días de la semana; y, al especificar el soporte, el 79% sostuvo que lo hace a través de redes e internet, el resto, en papel.

“Los domingos antes vendíamos Clarín entre 20 y 25, y la Nación 15, hoy vendo uno o dos”, afirma Ulises mientras acomoda unas revistas que tiene en el exhibidor, y continúa: “Hay muchos clientes que me lo compraban todos los días, ahora me lo compran dos o tres veces a la semana. Con el Diario La Arena y El Diario pasa lo mismo”. 

Por cada venta, le queda de ganancia entre 15% y 25%. En su casilla de color verde oscuro, además de los diarios, hay revistas de chimentos, de ciencia, infantiles, colecciones de novelas de crimen y misterio, de amor, colecciones de “armá carros de combate”. También, cajas de alfajores y caramelos, “para hacerse un manguito más”.

En los últimos años revistas históricas como El Gráfico han desaparecido. Algunas dejan de salir en formato papel y siguen desde las páginas web. El diario La Nación redujo su tamaño de sábana a tabloide, cerró su planta impresora, pero al mismo tiempo estrenó su redacción multiplataforma y crea contenidos para informar a la audiencia sumado al papel, la web y apps. Un claro ejemplo de un nuevo modelo de transformación e innovación, buscando llegar a esa parte de la población que se “mudó” al mundo digital. 

También, este cambio conlleva a que las empresas tengan un menor costo al producir contenido: se ahorran la impresión en papel y la contratación de nuevo personal en distintas áreas. Un dato importante sobre esto lo da el Sistema de información Cultural de la Argentina (SINCA) que mide la cantidad de diarios en papel que circulan por nuestro país: en 1990 circulaban 1.401.386 ediciones impresas, en 2018, 666.589, marcando una tendencia a la baja en la circulación.

Pero, La Nación no es el único; Clarín también se transformó. Con este nuevo panorama de digitalización ya no hace falta esperar a que los diarios porteños en papel lleguen a Santa Rosa por medio del tren, como lo hacían hace 70 años atrás. En esa época, surgió el primer canillita que se recuerda en Santa Rosa, Cacho Rovera, que recorría la ciudad empujando un carrito con ruedas y con una caja donde llevaba los ejemplares. Más tarde, le seguirán los pasos Carlos “Fasulo” Rodríguez, quien se hacía del oficio en su bicicleta, y Adolfo “Terete” Domínguez, quien voceara las noticias en el centro de la ciudad. 

Luego, se multiplicaría el número de canillitas en circulación. El diario en papel se vendía, y muy bien. Estaba en sus días de gloria. La gente no tenía otra forma de informarse y lo compraba regularmente. Las tiradas impresas eran altas. Esto lo convirtió en un trabajo rentable para quienes quisieran ejercer este oficio y la posibilidad de generar un buen sostén económico.

En la actualidad, solo quedan 18 canillitas en Santa Rosa. No hay registro de cuantos hubo en la época de esplendor del oficio. Desde las distribuidoras de La Pampa coinciden en que hubo al menos el triple de los que hay hoy.

Ulises hace una pausa. Ceba su mate, ya es la tercera vez en la mañana que le cambia la yerba. Sigue sentado en su reposera plegable, de esas que te hacen recordar la playa. Pero acá no hay arena, hay piso de cemento. Observa los autos que van y vienen por la avenida. Bullicio de ciudad. Luego se para, le cuesta, pero lo logra. Toma un diario y le muestra la tapa a la gente que pasa caminando por la vereda, lo sostiene con la mano derecha, la izquierda está en el bolsillo de su campera azul. 

Son las 9 de la mañana y lleva vendido solo tres diarios y una revista que le habían encargado. “Yo soy uruguayo, hace 50 años que me vine a Argentina. En Buenos Aires estuve 15 años, acá me vine cuando cumplí 42 años. Primero trabajé en la construcción, pero no me alcanzaba para mantener la familia y en el 2002 vi la oportunidad y me hice canillita. Vendiendo diarios terminé la casa, ahorré plata, me compre una moto, compré una computadora, hoy ya no me puedo comprar nada, ya no se vende”, sentencia con rabia.

Ulises hace una pausa. Ceba su mate, ya es la tercera vez en la mañana que le cambia la yerba. Sigue sentado en su reposera plegable, de esas que te hacen recordar la playa. Pero acá no hay arena, hay piso de cemento. Observa los autos que van y vienen por la avenida. Bullicio de ciudad. Luego se para, le cuesta, pero lo logra. Toma un diario y le muestra la tapa a la gente que pasa caminando por la vereda, lo sostiene con la mano derecha, la izquierda está en el bolsillo de su campera azul. 

Son las 9 de la mañana y lleva vendido solo tres diarios y una revista que le habían encargado. “Yo soy uruguayo, hace 50 años que me vine a Argentina. En Buenos Aires estuve 15 años, acá me vine cuando cumplí 42 años. Primero trabajé en la construcción, pero no me alcanzaba para mantener la familia y en el 2002 vi la oportunidad y me hice canillita. Vendiendo diarios terminé la casa, ahorré plata, me compre una moto, compré una computadora, hoy ya no me puedo comprar nada, ya no se vende”, sentencia con rabia.

En la esquina de Avenida Spinetto y Neuquén está el puesto de Juan Manuel Zuñiga, un personaje con una simpatía especial y predispuesto a charlar. Apenas te acercás a su quiosco verde, te encontrás con una bandera argentina que tapa unas cuantas revistas que están en la pared del fondo. 

Su figura sobresale desde la ventana donde atiende a los clientes. Tiene 68 años, de los cuales 18 se ha dedicado a vender diarios. “Tenés que meterle horas. El puesto lo abro desde las siete de la mañana hasta las 13. Después vuelvo a las 16 de la tarde y me voy a las 21”, detalla. 

Al igual que Ulises, Juan todas las madrugadas hace reparto a clientela fija con la ayuda de su sobrina Graciela. Primero va en su moto a la distribuidora en busca de los diarios, cerca de las 0:30 horas. “Nos entregan los diarios, armamos la cantidad que necesitamos y arrancamos. Hasta las cuatro más o menos. Descansamos un rato y después, nos venimos al puesto”, describe. Ellos tienen un promedio de reparto de 70 ejemplares en la semana y de 85 los domingos.

¿Qué pasa con los diarios locales? ¿Tienen sitios webs? 

Sí. 

¿Imprimen menos diarios que hace una década atrás? 

Sí. 

El diario La Arena, principal diario de la provincia de La Pampa, pasó de imprimir en promedio de lunes a sábados 5.000 diarios por día a 3.000 ejemplares en la actualidad. Los domingos, su tirada histórica era de 9.000, hoy está en 4.500 ejemplares. Por su parte, el matutino El Diario en promedio está en 2.000 ejemplares impresos por día. 

Ambas empresas tienen repartidores propios en toda la provincia que cumplen con la tarea de llevarle todas las mañanas las ediciones a sus suscriptores, quienes pagan una cuota mensual por el servicio. Esta escasez de diarios en papel también perjudica a los canillitas, que prestan un servicio tercerizado. 

Son las 10 de la mañana de un sábado cualquiera, tranquilo. Transitan pocos autos por la Avenida Spinetto. Hay viento, no muy fuerte, pero despeina. El sol está presente. El quiosco de metal con fachada verde claro de Juan tiene las paredes llenas de suplementos y revistas, las sostiene una cuerda de nailon pequeña de color negro que va de una punta del puesto a la otra, lo que permite que esten en forma vertical y se puedan leer sus tapas. Algunas hace tiempo que están allí, nadie las compra. 

“Estamos vendiendo el diario La Arena en promedio por día entre 18 y 20 diarios. Antes vendíamos 60, 70. El domingo se vendía muy bien 200, 250 diarios. Después empezó a bajar, hoy se vende 50 más o menos. El diario El Diario también se vino abajo, en promedio se vende 20 los domingos y 10 en la semana. Clarín lo dejamos de trabajar porque no se vende por el precio que viene, igual que las revistas”, marca la realidad Zuñiga, parado detrás de la ventana de la casilla, con una gorra que lleva la leyenda de La Arena y con una campera negra, sosteniendo un mate en la mano derecha.

La ganancia por unidad vendida que tiene Juan es del 14%. “Siempre la piloteo con los clientes fijos que tengo del reparto que me vienen a pagar en la semana, también los que me pagan por mes. Todo esto más el reparto, pero se ha venido abajo, hay que saber aguantar”, dice. 

En un rincón de su quiosquito tiene una foto enmarcada de hace unos cuantos años atrás, en la que se lo puede ver en pose de vendedor entregando un diario a una clienta, parece ser que esa foto fue tapa de un periódico alguna vez y la fotógrafa que se la tomó la presentó en un concurso y fue premiada. Desde ese momento, dice, que le trae suerte.

Sigue soplando el viento. La ciudad se mueve de a poco. Es sábado y la gente se mueve más lento todavía. Ya es mediodía. A unas pocas cuadras del puesto de Juan, sobre Avenida Luro está la parada de Carlos, un hombre de baja estatura y voz profunda. 
Él no tiene casilla, pero si una bicicleta cargada de diarios apoyada sobre la pared lateral de una casa. En esa esquina hay semáforos, así que el rojo es su aliado para, en ese pequeño instante, mostrarle a los automovilistas la tapa de los diarios. “Es muy triste la realidad nuestra porque cada vez los diarios impresos son menos, así, literalmente, las ediciones son testimoniales comparado con otras épocas”, cuenta.

Carlos supo tener un polirubro de diarios y revistas que cerró en plena pandemia, por lo que hoy se dedica a la venta en la calle. “Casi no hay venta, la clientela es poca. Por unidad, me deja algo así como un 20% de ganancia. Hoy no alcanza para nada”, lamenta. Se acerca un cliente, le pide el diario y lo carga por el partido de Boca de la noche del viernes. A Carlos no le hace gracia. 

Ecos de un duro oficio que se va perdiendo en el tiempo, que ya está lejos de aquellos años de esplendor como los que describió en su obra teatral “Canillita”, Florencio Sánchez en 1903. Obra que, en un acto y tres cuadros, retrata a un niño vendedor de diarios exagerando e inventando titulares de los periódicos de la época. Éste era un personaje de piernas muy delgadas que quedaban descubiertas por los pantalones cortos. Se dice que, de ahí, también surge la denominación “canillita” al oficio, en referencia a la parte inferior de las piernas de los vendedores desnudas. 

“Es muy triste la realidad nuestra porque cada vez los diarios impresos son menos, así, literalmente, las ediciones son testimoniales comparado con otras épocas”, cuenta Carlos, canillita que vende en bicicleta y aprovecha la parada de los semáforos para vender a los automovilistas que circulan por la Avenida Luro de Santa Rosa, La Pampa.

En la actualidad, solo quedan 18 canillitas en Santa Rosa. No hay registro de cuantos hubo en la época de esplendor del oficio. Desde las distribuidoras coinciden en que hubo al menos el triple de los que hay hoy. Los canillitas también creen eso. Lo cierto es que no hay un dato certero. 

Los vendedores que quedan son personas mayores y cada vez obtienen una menor ganancia por unidad vendida. Ya no hay jóvenes que se dediquen a esta profesión. No se sabe tampoco cuánto tiempo más de vida tendrá el diario en papel. Algunos ya le vaticinaron un final frente al dominio de la tecnología. Otros, dicen que es solo un impasse y que resurgirá en el futuro, y que informarse de forma digital es una moda. 

Este vaivén también hace pensar en este oficio, en estos personajes. ¿Sobrevivirán? 

¿Quedarán vacías las esquinas? 


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