En la calle Yerbal se encuentra el Parque de las y los Recicladores que recuperaron un territorio en desuso para generar oportunidades bajo el lema “Reciclar para vivir”. Conocé la historia de cómo en una década, la Cooperativa RUO transformó un lugar en donde reciclar y reutilizar son la ley primera en pos del cuidado del medioambiente y las personas.
Hay un ingreso y un cartel de bienvenida. Hay cinco cajones de compostaje, un sendero y a sus lados plantas, muchas, variadas: lavanda, higuerón, cedrón del monte, melosa, talilla… un pequeño bosque de Espinillo.
Una brisa atraviesa de lado a lado el Parque de las y los Recicladores de frente a uno de los bancos de descanso se puede ver una laguna natural y en ella el reflejo del cielo azul que acompañan la escena.
Algunos pájaros pasan volando bajo, otros tantos se apoderan de la talilla, un benteveo canta despreocupado sin notar la presencia de la gente que camina por el lugar. Dos mariposas cruzan el sendero, hay olor a pasto recién cortado y a jazmín.
Más allá, hay una huerta y después cinco galpones en donde funciona “La Escuelita” para que los recuperadores y vecinos culminen sus estudios primarios y secundarios, un taller de textil, ecoarte, serigrafía, electricidad y fotografía.
Hace 10 años este espacio, ubicado en Yerbal al 1400 esquina Nicasio Oroño, barrio porteño de Caballito, era una cementera que estaba en desuso. En ese tiempo se había quitado el “Tren Blanco” que era un servicio ferroviario especial prestado por los ferrocarriles metropolitanos de Buenos Aires para trasladar cartoneros desde el centro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hacia los suburbios. En ese entonces se acordó entre la Cooperativa RUO (Recuperadores Urbanos del Oeste) y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tomar el predio para que los cartoneros de la cooperativa dejaran sus carros ahí después de la recolección. Luego de la pandemia se reestructuraron.
“A los compañeros que no estaban en condiciones de trabajar en el sistema de recolección domiciliaria, los pusimos a trabajar en la huerta haciendo un proceso de contención”, dice Eduardo Catalano, coordinador de RUO. Todo el espacio era un descampado y, en primer lugar, se iba a hacer una plaza para los vecinos, pero luego fue mutando a lo que es hoy: un parque temático que vincula la cooperativa con el barrio.
Se reemplazaron casi 4.000 metros cuadrados de hormigón por tierra en dos años de trabajo duro, sin ayuda de nadie. Toda una inversión de la cooperativa con recursos propios para alquilar las máquinas, mano de obra, mover el concreto y elaborar el ecoparque. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires solo aportó la estructura de los techos de los galpones.
Eduardo camina tranquilo por la huerta, saluda a los y las recuperadoras que están trabajando, comenta que la idea es sostener un espacio verde vinculado con actividades que hace la cooperativa y mostrar qué impacto genera cuando el vecino separa el material reciclable. “El simple hecho de separar la botella de plástico para entregarla a un recuperador urbano genera toda una cadena de acciones frente a ese movimiento tan simple. Cuando un vecino separa hay 1.000 familias que entran en movimiento, en la recolección, la separación y la clasificación”, comenta.
La cooperativa tiene, en este predio de Caballito, entre 50 y 70 personas fijas trabajando todos los días y 300 recuperadores que salen a hacer la recolección domiciliaria en dos turnos. Ellos y ellas hacen la recorrida, terminan de trabajar y presentan el material en bolsas cerradas con precinto que tiene su nombre y apellido. Los camiones de recolección del Gobierno de la Ciudad pasan a levantar ese material y lo traen a esta planta, se pesa, se clasifica y va a la otra planta en la calle Varela 2505.
Ahí, en Bajo Flores, se prensa y se comercializa. En esta planta de reciclado trabajan otras 250 personas. “Todos viven gracias a que el vecino de la Ciudad de Buenos Aires separa y entrega los materiales a la cooperativa”, explica Eduardo.
La cooperativa RUO nace después de la crisis del 2001 y, como cuentan en su página web, aprendieron a que la tarea “no era solo una forma de sobrevivencia, sino también parte de un servicio público que el estado no realizaba”.
Luz tiene 24 años y es promotora ambiental de RUO. Estudia programación y vive en Temperley, provincia de Buenos Aires. De lunes a viernes trabaja en el Ecoparque de 9 a 13 concientizando a los vecinos para la correcta separación de residuos. Además, da charlas en escuelas, talleres de compostaje, relevamientos en calle y capacitación en empresas.
Ante la pregunta de cómo ve el futuro, Luz dice: “Si todos pudiéramos poner nuestro granito de arena y tomar con seriedad la correcta separación, creo que estaríamos un poco mejor”.
Por su parte, Victoria, compañera del Ecoparque de Caballito, agrega: “No solamente hablamos del tema del reciclado, sino que también tratamos de cambiar el estilo de vida de la gente y que no consuma tantas verduras y frutas de cámara. El que puede y que tenga el espacio, se le brinda el material para que puedan iniciar una huerta en su casa”.
Es un martes de invierno, son las tres de la tarde. El parque está tranquilo: solo hay dos vecinas sentadas charlando y tomando mate mientras sus perros están recostados en el pasto. El tren Sarmiento pasa furioso a sus espaldas, a escasos 80 metros, pero no lo notan, aquí solo se escucha el sonido del viento que acaricia las hojas de los árboles. Una le dice a la otra: “Yo no tengo jardín, vivo en departamento, así que este es mi jardín”. Luego cuentan que el parque está siempre bien cuidado y que la gente que trabaja es “muy educada y buena onda”.
Un colegio ingresa al Ecoparque para una visita guiada, Victoria da la charla. Los jóvenes de 15 años la escuchan atentos. Ella les profesa lo importante de reciclar mientras le muestra los carteles que dicen que por mes de Film y Nylon se recolectan 18.000 kilos, de vidrio 70.000 kilogramos, papel blanco 28.000 kilogramos, latitas y aluminio 5.000 kilogramos, chatarra 21.000 kg, diarios y revistas 35.000 kilogramos.
Más adelante, en la laguna, les explica que hay madrecitas y libélulas que controlan el desarrollo de la larva del mosquito y que por eso “no hay peligro de dengue”. Después caminan por los senderos respetando el silencio.
Una vez en la huerta, la concientizadora de RUO les muestra las plantas de tomates, de arvejas, brócoli, lechuga. Los chicos toman fotos. La charla finaliza, los adolescentes aplauden. Dos de ellos se acercan al tacho de compostaje y vacían el mate, otro tira una botella plástica en el tacho verde.
Una hora después, el parque cierra -son las cuatro de la tarde-; ya no queda nadie en el lugar. A la salida hay un cartel que dice “Reciclar para vivir”. La esquina de Yerbal y Nicasio Oroño es un caos, a pesar de eso, el parque se queda en silencio.
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