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¿Hay OSNIS en Entre Ríos? Especialistas aseguran que hay objetos no identificados en Laguna Grande


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Es invierno en Laguna Grande, al sur de la provincia de Entre Ríos. Es 29 de agosto de 1991. El sonido de las ranas se silenció. La helada empezó a blanquear la pendiente que sostiene la estancia de María Judith Gonzalvez de Basaldua

Vecinos y vecinas de la ciudad de Victoria, junto al periodista Claudio V. González se acercaron para poder vivir lo que ella les aseguraba que había visto. Y lo hicieron cuando luces de comportamiento extraño empezaron a brillar sobre el agua.

Lo que vieron esa noche llegó a los medios provinciales y nacionales. Millones de personas se enteraron de lo que pasaba. La familia de Andrea Pérez Simondini decidió viajar cada fin de semana a la ciudad entrerriana: querían documentar el suceso. Tal fue el grado de atracción, que la ciudad terminó acogiéndolas como residentes permanentes. Hoy, a más de 32 años de estos hechos, llevan adelante un museo sobre la temática.

“En Argentina hubo dos años que fueron de oleadas con muchos avistamientos seguidos. El primero, que marcó a fuego a mi mamá en 1968 con su experiencia en Caleta Olivia, en la provincia de Santa Cruz. Después, en 1991, las de Victoria, que la hicieron dedicarse de lleno a realizar estas investigaciones aquí en Entre Ríos”, relata Andrea. 

Su mamá, Silvia Pérez Simondini, es la fundadora y directora del grupo de investigación Visión Ovni. Ella cuenta que los primeros casos en Victoria fueron documentados en el libro “El país de los chajás” del escritor Martín del Pos Pos y aclara que “es un seudónimo del monje benedictino de la Abadía del Niño Dios, Gregorio Spiazzi”. 

Luego, hace un silencio recordando y continúa: “En la obra se hace referencia a luces de origen desconocido detectadas en 1912 y 1950. En el capítulo ‘Linterneando’ se habla con total normalidad y sin prurito de estas luces que salían de la laguna”.

Las Simondini en Victoria: difundir la casuística e investigaciones logradas sobre el fenómeno OVNI

Con mucha exaltación, Andrea recuerda aquella primera visita a Victoria para conocer un poco más de estas luces que todos decían ver. “Esa primera noche vinimos desde Buenos Aires mis hermanos y yo con nuestras parejas. Además de mamá y la abuela. Nos instalamos en el Camping Municipal con más de doscientos vecinos a observar el agua de la Laguna”, comparte emocionada. 

Así recuerda esa noche de agosto de 1991: “Notamos una luz mostaza que se elevó desde el agua, como mirando del Camping al Cerro de la Matanza. Todos empezaron a dudar si era o no una antena. Nosotros con mamá la habíamos visto salir del agua y nos dimos cuenta de que empezó a moverse hacia el casco céntrico de la ciudad”. 

“En ese momento, yo tomé una linterna y empecé a hacerle señas desde el borde costero. Logré atraerla hacia nosotras. Ahí empecé a correr junto a mi familia. La luz se convirtió en un objeto triangular que encendió dos luces potentes sobre nosotros. Nos iluminó a todos e  inmediatamente se apagó la luz y desapareció en lo espeso de la noche. En ese instante quedamos en absoluto silencio”, agrega. 

A pesar del frío y la constante llovizna que se registraba en la ciudad, Andrea y Silvia siguieron montando guardia mirando al agua. Cerca de las tres de la madrugada el viento se calmó, la noche se tiñó de día y desde la laguna emergieron las famosas “luces saltarinas”. En ese momento decidieron radicarse en Victoria. 

“Nadie puede negar que no estamos solos en el universo”, reflexiona Silvia. Estos fenómenos aéreos no identificables impactaron, sorprendieron y generaron preguntas en hombres y mujeres a lo largo de la historia.

¿Por qué nos visitan? ¿Por qué se hacen ver? Son solo algunas que no tienen una única respuesta. Para algunos es Dios. Para otros, una cultura avanzada que tiene la misión de no intervenir. 

Avanza el siglo XXI, avanza la ciencia, se sabe mucho sobre sistemas de propulsión, los viajes entre dimensiones, y mil cosas más, pero se siguen buscando respuestas a los grandes enigmas de ese universo en el que los seres humanos son un simple pestañazo, si de creador hablamos.

Recientemente se cambió la denominación OVNI (objeto volador no identificado) por Fenómeno Aéreo no Identificado (UAP, por sus siglas en inglés). En la década de los 50 se los llamaba “platos voladores” por su figura y el detalle que hizo un periódico de lo que le contó un aviador comercial. Todo iba de maravillas hasta que aparecieron otros en forma triangular, de cigarro, y así fue ganando tantas otros nombres que fue preciso hacer un alto en la huella, y no precisamente de los sembradíos.

El reconocido investigador argentino, Fabio Zerpa, denominó a los avistamientos en la Laguna Grande, como “OSNIS” (objetos intraterrenos u subacuáticos). Él estaba convencido de que Victoria era “un puente interdimensional dónde convergen y se manifiestan estas luces”. Incluso, según el investigador, podría existir en la laguna “una ciudad proveniente de otra dimensión”. 


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