“Las callecitas de Buenos Aires tienen ese nosequé”, escribió el poeta Horacio Ferrer para la canción “Balada para un loco”. Y esta afirmación encuentra su sustento en las miles de hojas que se han atiborrado de palabras producto de ese “nosequé” y las tantas obras que se siguen publicando, y vaya uno a saber cuántas se están escribiendo en este mismo instante.
Por Matías Rodríguez Pertini
Buenos Aires ha inspirado a múltiples escritores, y no sólo argentinos. Esta ciudad ha sido mencionada, por citar algunos casos, en la novela “Brooklyn Follies” de Paul Auster, y hasta por Thomas Harris en su saga de “Hannibal”. Resulta acertada también la mención al escritor polaco Witold Gombrowicz, que vino a nuestro país huyendo de la segunda guerra mundial, y fue candidato a ganar el premio Nobel.
Veamos algunos de los mejores elogios que se le han hecho a nuestro Buenos Aires querido: la principal obra que homenajea a ésta ciudad es sin lugar a dudas “Adan Buenosayres”, la novela por excelencia que retrata al “porteñismo” de los años 40. Un trabajo magistral del escritor Leopoldo Marechal. Esta obra conllevó 20 años de trabajo que se iniciaron, aunque no parezca, en París.
Adan Buenosayres es el personaje principal de ésta novela de poco más de 600 páginas, y en cuyo inicio ya está dentro de un ataúd. La novela data de una Buenos Aires de comienzo de siglo, con sus conventillos y sus barrios de inmigrantes. Pero además es una sátira a la denominada “gran literatura”. En su recorrer conviven “La odisea” de Ulises y “La divina comedia” del Dante, todas éstas obras bajo la perspicaz mirada de Marechal.
Muchos críticos la mencionan como el “Ulysses” de nuestra literatura. Esto si bien es válido, desde el punto de vista narrativo, es apresurado. Desde ya, sin la osada obra de Joyce, Marechal, probablemente, no se hubiera inspirado en un trabajo de éstas características. Pero hay algunas diferencias en el texto de Marechal transcurren en cuatro días y no uno solo. Además en Marechal se ocupa de la mitología cristiana. Sólo por citar algunas diferencias.
Resulta injusto que tamaña obra no tuviera su merecido reconocimiento. Incluso hasta hoy, pocos mencionan a Marechal como uno de los principales escritores argentinos. Gran parte de esto tuvo que ver la censura que recayó sobre sus obras en los años de la Revolución Libertadora, donde su militancia peronista fue rigurosamente castigada.
Otro célebre porteño que fuera el padre de nuestra literatura contemporánea, es el excéntrico y tan querible Roberto Arlt. Sus “Aguafuertes porteñas” son tan breves como imprescindibles para conocer aquella ciudad de principio de siglo XX.
Vecino del barrio de flores, nacido a la par del siglo XX (26 de abril de 1900) siempre rehuyó al reconocimiento. En sus aguafuertes pueden notarse cómo mentía sobre sí mismo. En algunas decía haber dejado el colegio en segundo grado, mientras que en otras hablaba de cuándo cursaba sexto.
Arlt siempre estuvo ligado a la escritura, no sabía hacer otra cosa. Pese a sus asumidas faltas de ortografía (en una época de convencionalismos) se animó a incluir el lunfardo como recurso literario. Una rebeldía anacrónica, totalmente osada para la época.
Además de las impresionantes “aguafuertes”, Arlt nos ha dejado dos novelas, algunos cuentos, un puñado de obras de teatro y unos cuantos artículos esparcidos en diarios de la época. Duele que se haya ido a los 42 años.
Arlt, por medio de sus notas, logró realizar las más eficaces postales de toda una época. Mordaz, irónico y adorable, no sólo se ganó un espacio célebre entre nuestros escritores, sino que además se volvió él mismo en parte de la ciudad.
Por último, tenemos que citar a Julio Cortázar, nacido en Bruselas cuando comenzaba la primera guerra mundial, en 1914 y que llegó a Buenos Aires en 1918. Viviendo en esta ciudad y nutriéndose de ella hasta que partió a Francia.
En su estadía en Buenos Aires, a finales de los años 50, Cortázar estaba sentado en un bar de Avenida de Mayo y Perú (el café London City). Junto a la ventana observaba a la gente que iba y venía por la vereda. Por esas cosas que tiene el arte, una historia empezó a construirse en su cabeza. Era el inicio de su primera novela “Los premios”.
La novela relataba la historia de un grupo de personas, desconocidas entre sí, de distintos edades y estratos sociales, que tras ganar el sorteo de un crucero, son citadas en ese bar previo a abordar. Ésta novela se torna existencialista, porque más que un viaje en barco, resulta un viaje interior. Muchos la han llamado, incluso de manera despectiva, como un “borrador” de lo que iba a ser Rayuela, algo que resulta injusto y que subestima un texto de una creatividad magistral.
Respecto al bar “London City”, en señal de agradecimiento por semejante honor, una mesa de su salón se encuentra vacía con un cenicero de época recuerda a nuestro gran autor. Además de una placa y un cigarrillo abandonado.
Desde ya, esto no es más que un caprichoso repaso, incompleto e injusto. Son tantos los escritores que se han nutrido de ésta ciudad, que sintieron en su interior ese “nosequé” y lo han exprimido para completar hojas y hojas que aguardan ser leídas una y otra vez.
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