La carrera de coches extravagantes que fue furor en la avenida Corrientes no sólo cautivó desde la pista. Además de los modelos creativos y absurdos, detrás de las vallas miles de curiosos, amigos y familiares de pilotos se disfrazaron y armaron su propia fiesta. Por primera vez, los semáforos y puestos de diarios fueron palcos de lujo.
Por Natalia Maggi, Lautaro Reck Bárbara, Lautaro Sánchez Santinón y Martín Vidal Ramos
La altura fue la protagonista de la carrera más loca que se vio alguna vez en el centro porteño. Cuanto más alto, era mejor. Hombres, mujeres y niños se amontonaban trepados en andamios de construcciones, semáforos, puestos de diarios, baños químicos, carteles y ventanas. Corrientes parecía rebalsar de gente que quería ver la competición, y las mismas calles que durante la semana son invadidas por oficinistas de traje y corbata, el domingo se llenaron de disfraces y colores.
Desde diferentes puntos del país llegaron los 36 desopilantes concursantes que se “tunearon” para la ocasión. Con diseños alocados, creativos y siempre respetando el requisito de no tener motor, todos armaron durante meses sus vehículos durante meses para formar parte de la Soap Box Race, la carrera de autos locos que organiza la bebida energizante “Red Bull” en diferentes partes del mundo (Ver “La idea matriz”).
Para participar debieron entregar un proyecto con el diseño del auto elegido y su debida argumentación. Los organizadores seleccionaron a los más originales, tanto visualmente como por sus historias. Entre ellos se destacaron el Fernet Gigante, los Pollitos en Fuga y los Chorizos Furiosos, sólo algunos de los modelos raros que compitieron.
Al llegar el mediodía subió la temperatura ambiente y el público se fue agrupando detrás de las vallas para observar los preparativos. Cada competidor tenía su hinchada, que como no podía ser de otra forma, también se vistió para la ocasión. Así, los amigos y familiares de los participantes se agolparon desde temprano con carteles, bocinas, globos y papel picado.
El Nigiron, por ejemplo, un auto que simulaba ser una pieza de sushi conducido por luchadores de sumo, contaba con una multitudinaria hinchada que con carteles, vinchas, bocinas, kimonos y disfraces de la cultura oriental dio aliento al equipo perteneciente a la Asociación Japonesa Sarmiento de José C. Paz. “Trabajamos por tres meses sin parar, diseñando, soldando y hasta pintando para poder participar hoy”, cuenta con alegría Martín Bergara, integrante del equipo.
Los participantes, aburridos por la demora del disparo de largada, decidieron divertir al público. Fue así que uno de ellos, caracterizado como el Papa Francisco, recorrió las gradas besando las manos de las personas al canto de “y la manitos de los fieles ahí, ahí, ahí”, imitando la “cumbia papal”, el sketch que se volvió famoso en el programa Peligro Sin Codificar.
En tanto el grupo de “Chorizos Furiosos”, compuesto por cinco personas disfrazadas del típico embutido argentino, se divertían bailando al compás de una cumbia. En el medio, uno de ellos estaba disfrazado de fuego, aunque también estaba el parrillero, que se reía mientras afilaba su cuchillo gigante.
“La prueba de fuego que tuvimos que pasar fue en la previa con una loma de burro que hay en nuestra ciudad, General Las Heras. Lo hicimos a más de 70 km por hora, el auto tenia estabilidad, por ende venimos a ganar”, cuenta contó Juan Carlos Martos, tío de uno de los conductores de La Vaca Loca.
“Llegó la hora tan ansiada. Concursantes, preparen sus autos que la carrera está a punto de arrancar”, anunciaba Gonzalo Rodríguez, el conductor del evento, antes de la largada. Y avisaba: “Se les pide a todos los que están viendo el evento por TV, por favor no sigan viniendo, ya no hay más lugares”, frase que se escuchó reiteradamente a lo largo de todo el evento.
Es que la convocatoria se había desbordado, y la gente hacía cualquier cosa para obtener un lugar de privilegio. Desde el techo de un baño químico, por ejemplo, Juan Carlos decía: “Hay tres gradas y encima te cobran $ 50 por persona, están locos”.
“Se larga el primero” anunció “Gonzalito”, y el grito alentador del público se hizo escuchar. A las 14:30, y a pesar del calor que fastidiaba, el público amuchado sobre las vallas observaba entusiasmado el descenso de los móviles desde Florida y Avenida Corrientes hasta Alem, que con mucha velocidad chocaban con los bloques de alfalfa.
Uno por uno, los 36 participantes descendieron en sus vehículos hasta que el jurado compuesto por el corredor de Dakar Marcos Patronelli, el automovilista Norberto Fontana, la modelo “Pampita” Ardohain y el actor Nicolás Riera, eligió como ganador al Chivalry Exprés, un móvil con forma de botella armado con cinco mil corchos cuyo slogan rezaba la frase “tenemos con qué brindar”.
Cerca de las 18 Gonzalito despidió a los concursantes, al jurado y pidió a todo el público que “con tranquilidad” fueran despejando la zona. Así poco a poco, la gente fue bajando de los andamios, de los semáforos, de los puestos de diarios, para retirarse contentos a sus hogares después de haber visto la carrera más bizarra de todas. En tanto Juan Carlos, descendía muy contento del baño químico festejando el premio de su auto preferido.
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La idea matriz
Su nombre, idea y formato ya delatan innovación y originalidad. Pero la carrera de los autos locos o Red Bull Soapbox Race, se lleva a cabo en todo el mundo desde 2000, cuando se inauguró en la ciudad belga de Bruselas. En ese entonces, la marca aprovechó los clásicos dibujos animados de la productora Hannah-Barbera para dar un golpe de marketing que permitió su realización, al menos, una vez más. Desde aquel momento, el evento se trasladó a numerosas ciudades de todo el globo. Metrópolis como Barcelona, Londres, Los Ángeles, Omán, Hong Kong, Estambul, París, Moscú, Guadalajara y Taiwán fueron sólo algunas de las sedes de la peculiar celebración que, entre competidores y curiosos, suma más de dos millones y medio de asistentes. Desde Jamaica a Italia, Helsinki a St. Louis y Australia a Sudáfrica, la competición se corre más de una vez al año con el propósito de promocionar la bebida energizante y se transformó en un clásico en puntos como Atlanta, donde las pistas deslumbran por sus locas curvas que hacen que los coches sin motor tomen velocidades muy altas. Habrá que esperar hasta próximas ediciones en el país, para que, quizás sea la 9 de Julio la que sorprenda con curvas, saltos y rápidos alrededor del Obelisco.
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El podio
Detrás del gran marco que transformó a la carrera en una fiesta popular, la competencia tuvo un gran ganador: el “Chivarly Expres”. Bajo el lema “Tenemos con qué Brindar”, el equipo recreó una botella de Fernet con 5000 corchos y una estructura sólida de ruedas y volantes.
Al recibir el premio, Alejandro Quinto Gancedo tomó la palabra. “Es un orgullo haber ganado. Somos un grupo de amigos que nos juntamos para encarar este proyecto y nos sirvió para unificar más nuestra amistad. Estamos muy contentos”.
El podio fue completado en segundo lugar por el “Titanic Team Miramar” una recreación de la exitosa película de Hollywood con los personajes incluidos de Jack y Rose. En último lugar y para hacer un cierto tipo de alusión a la avenida Corrientes, el reconocimiento se lo llevó el “Carlitos Gardel Team”, un auto con forma de obelisco manejado por una replica del cantante uruguayo.
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