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María Fiorentino: “Rompí el karma de hacer de mucama con el personaje de Felicidad” 


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La actriz rosarina acumula muchos premios en su haber y hace más de 10 años forma parte de la Comisión Directiva de SAGAI. 

María Fiorentino revive cada momento de su vida en esta exclusiva entrevista. Sus recuerdos de la infancia rosarina, su inicio en la actuación, su Martín Fierro como “Mejor actriz”, vivir en la ciudad de Buenos Aires y todas las decisiones que la llevaron a formar parte de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (SAGAI)

Hoy es Secretaria de la asociación civil de gestión colectiva, sin fines de lucro, que recauda y distribuye los derechos intelectuales de actores, actrices, bailarines, bailarinas e intérpretes de voz. 

¿Cómo era la vida en Rosario cuando eras chica?

Mis viejos me llevaban al cine tres veces por semana, también me llevaban al teatro. También, me gustaba mucho leer. Mi viejo me enseñó a los cuatro años con el diario Crónica de Rosario y, además, me enseñaba -nada más y nada menos- que con Federico García Lorca. 

De hecho, entré a la escuela sabiendo leer y a los 11 años gané un concurso de lectores en un certamen que duró varios meses en donde participaban todas las escuelas públicas de Rosario y gané como “Mejor lectora” de todos los colegios. Por supuesto, mi mamá enmarcó el diploma. 

¿Lo conservás?

Lo tengo colgado en mi casa porque para mí es un premio, es el primero que recibí, y pienso que hay una premonición: el diploma era chiquito y yo me llamo María Elena y concursaba con mi nombre completo María Elena Fiorentino. Se ve que por el tamaño que tiene el diploma no entraba escribir mi nombre completo y pusieron solo María Fiorentino

Fue premonitorio que me escribieran el nombre así. A partir de ese momento fui solo María Fiorentino, casi nadie sabe que me llamo María Elena.

¿Cuándo empezaste a hacer Teatro?

A los 18 años siempre iba a un bar con mis compañeras. El dueño era García Avelloso Colombres y tenía un grupo de teatro. A veces leía ahí alguna poesía, pero nada más. Un día me preguntó si quería hacer un personaje en una obra. Le dije que sí y la obra fue “La zorra y las uvas” de Guilherme Figueiredo.

Entonces, a mí me empezó a pasar algo. Yo había visto a Walter Vidarte y a Eva Dangerous en una obra y había quedado sumamente impactada con Vidarte. Vidarte era un actor impresionante.

Después, vi “Chúmbale”. ¡Recuerdo que el final era tremendo! Lo hacía Luis Brandoni que era un vendedor de café y volvía siempre a su casa con los tarros de café colgados, y me acuerdo de que terminaba con él dando vueltas como loco por el escenario llorando, llorando enserio y gritando: “¡Café! ¡Café! ¡¡Café!!”.

Ese tipo estaba sufriendo como un perro y yo quería estar haciendo eso. Entonces pensé: “Esta gente que veo, que sufre, a mí me parece que la pasan bomba y yo estoy aburridísima con lo que estoy haciendo”. El dueño del bar me decía: “Aprendete toda la letra de memoria, te vas a parar ahí y cuando él hable vos le contestás y después caminás dos pasos”. Todo marcado. Debo haber hecho diez funciones hasta que le dije que no podía seguir.

¿Y qué hiciste?

Va a Rosario la obra “Hablemos a calzón quitado” de Guillermo Gentile que fue un suceso nacional. El personaje que hacía Gentile al final tenía una costumbre que era: inflaba los cachetes para que se los apretaran y cuando terminaba la obra él quedaba solo en escena, hacía un brevísimo monólogo y se ponía el revólver en la cabeza para matarse y miraba a la platea.

La platea se encendía y él preguntaba: “¿Hay alguien en el año 70 que me desinfle los cachetes?”. Él inflaba los cachetes y hacía que se los reventaran Yo estaba en la fila 14 en el Teatro Olimpo con mi mamá, mi papá y el que iba a ser mi concubino. Me levanté y salí corriendo hacia el escenario: “Permiso, permiso, permiso, permiso, ¡¡había que salvar a este hombre de la muerte!!”. Entonces, me acerqué al escenario, le reventé los cachetes y me volví a sentar.

¿Con qué sensación te quedaste esa noche?

Esa noche me di cuenta de que yo quería ser actriz para hacerle a la gente lo que éste hombre me había hecho a mí, porque yo no sabía lo que me había hecho, pero me había hecho algo rarísimo. 

Me transformó y me obligó a actuar, no como actriz sino a actuar como si fuera verdad lo que estaba sucediendo en el escenario. Alguien se iba a morir y yo tenía que salvarlo.

¿A partir de ese descubrimiento qué hiciste?

Al tiempo volvieron a Rosario y saqué una entrada para ir a verlos de nuevo, esta vez fui sola y, por supuesto, no volví a apretarle los cachetes. Terminó la función, salí y me quedé en la puerta. 

El primero que salió fue Juan Carlos Puppo que, cuando me vió, miró para adentro y dijo: “¡Está!”. Salió Gentile y me dijo: “Hace una semana que te estoy esperando, ¿podés ir a tomar un café?”. “Si, si. Para eso vine porque te quiero preguntar algunas cosas”, respondí. 

Fuimos al bar que estaba en la esquina del teatro y me contó que él pensó que el dueño del teatro le había pagado a alguien el día que yo le apreté los cachetes porque no lo podía creer, él tenía que hacer mucho esfuerzo para que alguien se animara a tocarlo. 

Me comentó que “tres veces se había suicidado porque nadie lo tocaba”. Me preguntó: qué era de mi vida, le conté de que trabajaba, que estaba a punto de concubinarme y, en ese ida y vuelta, le dije que quería ser actriz. “¿Para qué?”, preguntó. Y respondí: “Para provocarle a la gente lo que vos me provocaste”. 

En ese café me dijo que “me iba a conseguir alguna referencia y que me iba a ayudar”. Le comenté que quería irme a estudiar a Buenos Aires porque sentía que tenía que estudiar allá.

¿Cómo fue ese proceso de venir a Buenos Aires?

En ese momento trabajaba en la obra social de la carne y en un viaje a Buenos Aires que hice con mis padres, mi papá se encuentra en la calle a un compañero y mi mamá le dice al tipo: “Discúlpeme, ¿será difícil conseguir un traslado? Porque ella trabaja en la obra social de la carne allá en Rosario y quiere venir a estudiar a Buenos Aires”. 

El hombre respondió: “Pidan el traslado ahora, porque Galato -que es el interventor- se está yendo y firma hasta el testamento de la madre”. Y, bueno, mi viejo puso una cara de orto impresionante. Pedí el traslado y me lo dieron.

¿Viniste sola?  ¿A dónde fuiste a vivir?

Viajé con mi papá, él alquilaba un departamento en Buenos Aires, entonces yo fui a vivir a ese mismo lugar en la Avenida Corrientes y Pres. José Evaristo Uriburu.

¿Con quién estudiaste cuando llegaste?

Cuando llegué fui a visitar a Gentile al Teatro Odeón y ahí me crucé a Osmar Villaflor que era el asistente y me recomendó a Angela Da Silva. Si hay alguien que me hizo la valija a los bifes fue ella. 

Cuando veía que yo me iba a ir algún lado peligroso para mí, como algo exagerado o riesgoso como mujer; ella me frenaba y me decía: “Alpiste perdiste, ¡Afuera!”. ¡Era terrible!

Tu primera obra como actriz profesional fue “La Cocina”, ¿cómo llegaste ahí?

En el taller que hacía con Agustín Alezzo conocí a Galia Abril. Ella me preguntó: “¿A vos te molestaría ser una actriz reemplazante en un elenco?”. Respondí: “No me molestaría para nada”. 

Me llevó y me presentó a Jorge Hacker. Él me tomó una prueba y quedé. Faltaban 10 días para reestrenar. Hice todos los personajes femeninos menos la protagonista que nunca se enfermó. 

María Fiorentino en “Gasoleros”. Fuente: El Trece.

¿Cómo se dio el pase del teatro a la televisión? 

En la puerta de “La Cocina” un día nos paró a mí, a Elena Ghios y a Raúl Rizzo un hombre que nos dijo que era productor de televisión, nos comentó que iban hacer un programa que se llamaba “Televisión abierta”. Yo pensé que era una joda, ¡pero no!. Grabé cuatro programas. 

Después vino “Pelito”, “Crecer con papá” y hasta que conocí a Alejandro Romay que no paró de darme trabajo. 

Entonces llegó “Gasoleros”, ¿cómo te llega la propuesta para hacer el personaje de Felicidad?

Me llamó Adrián Suar para hacer un personaje de mucama y yo le dije: “¿Otra sirvienta?”. Porque hasta ahí había hecho todas las mucamas posibles. Me respondió: “No, esta va a ser muy distinta, va a tirar el tarot”. Y yo pensé: “¿Vos la querés distinta? ¡Sabés qué distinta la vas a tener!”.  

El primer día de grabación llegué con ropa mía totalmente apretada con lycra de colores, aros grandes y el director cuando me ve me dijo: “¿Así se viste Felicidad?”. “Así se viste Felicidad”, respondí.

¿Sentiste que con ese personaje rompiste el estereotipo de la mucama?

En principio la venganza de Felicidad fue tan impresionante que yo rompí el karma de la mucama en el aire porque me despidieron. Al capítulo 25, Adrián se me acerca y me dice: “En el almuerzo necesito hablar con vos porque vamos a hacer que Jorge te despida”. 

Jorge era el personaje que interpretaba Manolo Callau, al que yo le respondía siempre muy mal. Y, entonces, iban a utilizar eso para que Jorge me despida como mucama y así darle una vuelta al personaje. 

Así fue cómo rompí el karma. El personaje de Callau me despidió y Felicidad se fue a alquilar una habitación en lo de Emilia (Silvia Montanari). Entonces, ya no hacía más de mucama solo tiraba el tarot.

Ganaste el Martín Fierro como mejor actriz por ese personaje, ¿qué significó para vos ganarlo? 

Ese Martín Fierro es el premio que más me gustó recibir, porque estaba ternada con Nacha Guevara y Lydia Lamaison.

En ese recorrido en tren desde Rosario hasta ahora, ¿hay alguna decisión que tomaste que cambiarías? 

No cambiaría y no me arrepiento de las decisiones que tomé en mi vida. Tardé mucho en aprender dos cosas: que uno no es responsable de todo lo que a uno le pasa, pero si es responsable de lo que hace uno con eso que le pasa y yo he tratado de ser responsable en eso; y lo otro fue algo que Victor Mayol me enseñó a partir de una situación que pasó: “Vos tenés que querer que te quiera el que se merece quererte”. 

Luego de todo este recorrido, hoy formás parte de la Comisión Directiva de SAGAI. ¿Cómo fue esa incorporación?

Me llamó Cacho Santoro diciéndome que querían armar la fundación y quería que yo sea parte. Al principio, dudé… hasta que me acerqué a una reunión en la que estaban Federico Lupi, Cacho y Pepe Soriano. Sentí que me tenía que quedar, y ahí me quedé. Ahora pienso que ese tren me llevó a SAGAI.


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