Las cenas solidarias abren sus puertas cada martes durante dos horas. Más de 90 personas visitan el comedor de BarcelonActua, en el Raval, donde un equipo de voluntarios de distintas partes del mundo está preparado para brindar, no solo alimento, sino una escucha afectuosa y un corazón abierto.
“La gente viene a buscar que la escuchen, que la vean, que la sientan. No somos un restaurante”, expresó Osama con voz firme. “No somos un restaurante”, esa frase quedó resonando en los oídos de los voluntarios, sobre todo en los que participamos por primera vez.
Se percibía en el aire un clima de ansiedad, nervios, motivación, de un empuje esperanzador y, en un punto, hasta voraz por ayudar a las más de 90 personas que ese día pasarían por el comedor.
La cocina se puso en marcha, cual engranaje. Cada voluntario se acomodó en su puesto, se metió de lleno en su rol y se dio inicio a su actividad previamente pautada. Todo funcionaba a tiempo y con un ritmo impecable, sin necesidad de decir ni una sola palabra. Xavi lavaba los platos, Nancy, Merce y Osama servían la comida.
Mientras, me quedé esperando con mi ansiedad a cuestas, a que me designen la primera tarea que daría paso a mi rito de iniciación en el comedor de BarcelonActua. Justo en ese momento, rompiendo el hechizo que me estaba generando la espera escuché una voz entre tímida y dulce: “Hola, me llamo Hélène, no hablo el español muy bien, soy de Francia, es mi primera vez aquí”.
“¡Qué alivio encontrarme con alguien que seguro estaba sintiendo lo mismo que yo!”, pensé y me presenté. Y, como haciendo un pacto silencioso, de corazón a corazón, sabíamos que íbamos a acompañarnos ese y el resto de las semanas en el voluntariado. Así fue, pero esa es otra historia.
Finalmente, nos designaron las tareas: doblar servilletas, armar las mesas y esperar a que lleguen las personas para arrancar con las dos horas de servicio. Se hicieron las 18.20 y la fila de gente, esperando para entrar a comer, era bastante larga.
–¿Puedo ir pasando?– preguntó una señora de unos 40 años, algo desarreglada y de mirada curiosa. –Queremos comer algo.
Las mesas estaban listas, en cada una entraban cuatro personas.
–Sí, pasá, sentate tranquila.
Desde ese momento hasta el cierre de la jornada no paramos ni un segundo. La gente que se acercó al comedor era muy diversa, había muchos hombres, pocas mujeres y casi ningún niño o niña. Venían migrando desde Marruecos, Andalucía, Buenos Aires.
Entraban y salían personas. Entraban y salían historias. Algunas llenas de dolor, de nostalgia, de rencor e impaciencia, de drogas, olores, tatuajes y hábitos muy difíciles de erradicar.
Otras, optimistas, intentando sonreírle a la vida y a nosotros que les traíamos algo rico de comer y un par de miradas compasivas buscando encontrar un punto de conexión más allá de las diferencias.
Lo más difícil fue dar con ese punto, ya que suele estar escondido debajo de muchas capas de sufrimiento que se fueron tejiendo gracias a la deshumanización que viven día a día. Buscando ese punto no solo entendí la frase que nos comentó Osama apenas llegamos, sino que la viví, me la apropié y la puse en práctica: la gente viene a buscar que la vean, la escuchen y sobre todo que la humanicen.
“La elevada densidad de población, la antigüedad de las viviendas y la llegada constante de nuevos vecinos provenientes de cualquier parte del mundo a la búsqueda de una nueva oportunidad hacen del Raval un lugar que merece la atención del conjunto de la sociedad”, expresó una nota la organización solidaria B-raval.
Nadie vive en la calle porque quiere. En un extenso informe que realizó la Fundación Arrels, en junio de 2022, se registró que 1.231 personas duermen en la calle en Barcelona. Hoy en día esa cifra va en aumento.
Aquel martes, mientras volvía en metro a mi casa, pensaba en cómo estar cerca de realidades tan distintas a las que estamos acostumbrados a habitar. Esto me genera sensaciones muy extrañas, sensaciones que reúnen una mezcla de honda tristeza, profundo amor y la búsqueda de un sentido de justicia. Entendí que esa mezcla es la que mueve el motor de esta propuesta llevada a cabo por BarcelonActua cada martes, jueves, sábado y domingo.
“Este voluntariado es una gran familia”, dijo Osama sonriendo a Hélène y a mí cuando terminamos la jornada. Y, agregó: “Bienvenidas a la familia”.
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