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Melina Stucky: “Tatúo para sanar y tapar heridas”


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El arte de tatuar termina siendo para “Ella”, el frenesí de toda terapia reparadora. Una aproximación a la mirada de esta artista de Rafaela, Santa Fe, que además de sus propias creaciones, hace covers up de tattoos para cambiar su estética y significado.


Cada cuerpo que aparece en su vida acaba siendo el punto de observación más viril para “Ella”, porque así la llaman quienes la conocen, porque es la torre más alta entre los rascacielos y porque no se lo adjudica, y eso la hace más gigante aún. 

Ella los sucumbe con la mirada, pero también los recorre y bucea en un parpadear de ojos. No es en vano que los detalles ya no lo sean a sus pupilas, sino más bien una vertiente de conceptos en líneas que se entrecruzan para resaltar en esa red casi indescifrable, la inercia de hallar el error en un trazo a mano que ha traicionado la valía de aquel colega que pensaba, pasaría desapercibido. “Me cuesta no ver lo que se pudo haber evitado”, dice Melina Stucky cuando, posterior a una sonrisa, busca complicidad para evadir algún resquicio de culpa. 

Me doy cuenta instantáneamente por qué el simple hecho de planear habita en un cuerpo totalmente alejado de su espíritu. La menor responsabilidad posible que pueda cargar es un bache más que se rellena. 

Hay un abismo finito que diluye toda idea de enfrentamiento y es que, en realidad, su visión está amaestrada para revelar el misterio, y no para solucionarlo. Esto se ve en la mente que permite cuestionarse el por qué del fallo; pero reprime su voz porque sabe que puede herir. Aunque admite que tatúa para sanar o tapar heridas, faltando el respeto a un desconocido que, seguramente, no habrá tenido intenciones de cruzarla. 

¿Cuán humana será esta artista del “tendón superviviente” que, a pesar de dedicarse a opacar o disfrazar lesiones, decide callar el impulso de su sabia experiencia ante pieles que no le han consultado la percepción de sus “atracones tatooístas”?

Así, como en su terapia semanal se lo plantea a su psiquiatra: existe en ella un arte revelador que no sostiene sus principios muchas veces, pero que igual lo ejerce, ya que se trate de lo que se trate, el arte del tatuador termina siendo para ella, el frenesí de toda terapia reparadora. Y eso, felizmente no la representa solamente con lo que los ajenos que suelen denominarla en un eslogan comprometedor “La mejor haciendo flores”. 

Si bien lo admite –porque la aclaración es un denominador corriente que no cesa de invadirla–, agrega que las posibilidades son múltiples y los acontecimientos, el doble de ellos. Su habilidad para manipular el trazo y el dibujo supera toda idea innovadora. Allí radica entonces esa confianza inigualable que emana en sus pensamientos, pero también en su descarado y descomunal despliegue artístico. 

No diría que es una gran Virginia Woolf en su “Habitación propia” pero sí una terrateniente dispuesta a luchar por sus convicciones sin dejar rastros de incidencia violenta o involuntaria. 

Mientras prepara la piel de un cliente que el destino ambicionó que esté, me siento en la necesidad de entrevistarlo también, ya que, en algún sentido, la improvisación, como a la artista, me seduce. Y me dejo llevar por la situación de sorpresa y a la vez, encuentro.

Nada mejor calculado que llegar al punto exacto de la apropiación del conocimiento envolvente de aquel joven rosarino que, de casualidad, como si el viento lo hubiera arrastrado sin intención de responder mi filosófico cuestionario, este día amerita a su costumbre tatuadora. Costumbre que tiene que ver con la búsqueda de un reflejo más de su historia, ideología y anhelos para “completar” algún surco de quién sabe quién le habrá administrado cuota de necesidad dual de dolor–placer. 

Como aquella frase de Juan Domingo Perón: ‘El gusto, la empatía, el éxito, la riqueza verbal y sentimental de una posición radica en el arte de la conducción’”, dice con orgullo el que va dejar su cuerpo en manos de Ella. 

La tatuadora aquí referida es para él producto final o razón por la cual su decisión ha concluido en entregar ciegamente el retazo de una parte importante del órgano más grande de su cuerpo; y también para mediar sus mejores emociones artísticas y personales a modo de terapia infinita, viciosa y reparadora espontánea. 

La inestabilidad continúa y continuará siendo su fuerte y referente en el día a día, ya que a pesar de que algunos lo podamos apreciar negativamente, Ella lo aferra tan firmemente a su posición vivencial, que todo adquiere coherencia y termina siendo la caracterización menos utilizada para ser alabada y despiadadamente reprochada. 

Sin ese símbolo de incertidumbre e inestabilidad, los tatuajes no serían esos tatuajes y su presencia no sería tan buscada en medio de los silencios que no gritan nombres. 

A Melina, a Ella, son estas palabras que, en definitiva, representan el legado indudable de un espíritu que cree en los cuerpos ajenos, les otorga la confianza necesaria y los idolatra colocándolos en el pedestal del sentimiento común social. 

El cuerpo es lo que el corazón siente que sea. Aplica en esta oportunidad: “El cuerpo es lo que la tatuadora te permite visualizar, aunque no sientas que lo seas”.


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