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Peluquería La Época, un viaje al pasado de las barberías


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El barrio de Caballito esconde un secreto en la bifurcación de la calle Neuquén al 700, un museo-barbería que expone la mayor colección latinoamericana de objetos referidos a este rubro de navajas y tijeras. 


Atendido por su propio dueño, Miguel Ángel Barnes, más conocido como El Conde, la barbería La Época es todo un símbolo en el mundo de los peluqueros. Abrió sus puertas en 1998 en la calle Guayaquil, donde permaneció hasta el 2021, y luego se mudó a una casa estilo chorizo en Neuquén 759. 

“El oficio lo tomé 7 años antes de abrir mi salón. Tuvo siete años de proyecto. Mientras yo me preparaba como profesional iba proyectando cómo iba a ser mi peluquería. La idea era que el hombre recuperara un lugar que había perdido, en ese momento solo estaban de moda las peluquerías unisex. Entonces yo me aboqué exclusivamente al hombre.” El Conde se niega a cortarle el pelo a las mujeres, no porque no le interesen o porque no puedan pisar su salón, sino que el objetivo de La Época es retomar las costumbres. 

En ese mismo orden de tradiciones, la barbería-museo no solo es un lugar para cortarse el cabello: “La idea era crear un espacio para charlar entre amigos, tomar un café, que sea un lugar de reunión de la gente. Las antiguas barberías cumplían este rol, y yo sabía que haciendo este espacio de reunión iba a promocionar mi salón. El boca a boca entre los vecinos fue lo que me dio a conocer, recién después vinieron los medios. Y así, la barbería se convirtió en un lugar de estar donde se hicieron: obras de teatro, presentaciones de libros, conferencias; todo lo artístico pasó por la barbería La Época”, explica Miguel. 

El coleccionista

Al entrar a la barbería es difícil distinguir si se trata de un sueño o si es real: el espacio está abarrotado de viejas piezas pertenecientes al mundo de los peluqueros, navajas colgadas, brochas para remover el pelo cortado, espectaculares sillones de cuero para atender a los clientes, llamadores blancos y rojos que se mueven de un lado al otro, pelucas, vitrinas con antiguos envases de colonias, toallas calientes y un sin fin de cuadros con fotos de clientes famosos y maestros barberos. 

“Durante los 7 años de preparatoria para poder abrir mi salón, empecé a juntar cosas antiguas. Acumulaba cosas en casa, en la de amigos, familiares, todos me tenían algo en sus armarios. Ahí empecé a soñar cómo tenía que ser mi peluquería del mañana. En esa preparatoria hubo algo más que fundamental: me contacté con barberos que ya estaban arrumbados en un rincón porque no se modernizaban, no se actualizaban con los cortes y ya nadie entraba en sus salones. Yo iba y charlaba con ellos y ellos me transmitían sus vivencias. Ahí acumulé todo mi conocimiento: cómo afeitar, cómo hacer las cosas. Y eso es lo que yo hoy también transmito a otros barberos”, explica Miguel y afirma tener una doble colección: no solo ha juntado objetos a lo largo de los años, además se ha dedicado a recopilar las experiencias de una generación de trabajadores que ya está extinta. Él en sí mismo es una colección de antiguas historias de barberos. 

Las grandes joyas del museo-barbería son las bacías, un recipiente con un ala faltante que utilizaban los barberos para ponerle en el cuello al cliente y depositar las muelas que le sacaban (porque claro, antes los barberos se encargaban de la salud de la gente). 

El Conde cuenta que datan de mediados del siglo XVII y que posee cuatro: “De esas bacías salió nuestro primer símbolo, que es lo que antiguamente se usaba en las puertas de las barberías para indicar que se trataba de un negocio de ese rubro. Hoy eso se cambió por un llamador, color rojo y blanco. Y esos son los colores, no existe otro llamador. El llamador que tiene azul no tiene nada que ver con nosotros los barberos, eso es una invasión cultural: el azul se lo agregó los Estados Unidos para propagar su bandera.” 

En el afán de buscar objetos, Miguel Ángel afirma que muchos de ellos aparecieron porque así lo quiso el destino, y las bacías no fueron una excepción: “La primera bacía me vino por arte de magia. Una mujer que venía a cantar tango a la barbería viajó a La Pampa, a un pueblito llamado Ingeniero Luiggi, donde su bisabuelo tenía una peluquería. Allí le obsequiaron una antigua bacía para mí, porque sabían que ella me conocía y pasaba tiempo en mi barbería.” Según El Conde, cuando uno se pone un propósito y desea las cosas con mucha intensidad, la fortuna comienza a darle este tipo de regalos. 

Un mensaje a las futuras generaciones

La Época vive en el pasado, rodeada de objetos e historias que le dan una identidad única. Miguel Ángel recibe visitas de estudiantes y turistas a diario para contarles sobre el origen y la evolución de su profesión. Sin embargo, El Conde vive en el presente y proyecta hacia el futuro una idea esperanzadora sobre su oficio: “¡Me encanta que los jóvenes puedan abrazar nuestra profesión y multiplicarla por todo el mundo!”, dice con una sonrisa de oreja a oreja. 

El museo-barbería es un lugar de culto, pero también es una escuela, Miguel Ángel dicta cursos para barberos, les enseña antiguas y modernas maneras de recortar una barba, de emprolijar un peinado y de utilizar las tijeras. “Yo a los jóvenes lo que les transmito es que si les gusta lo que están haciendo que agarren un poco de ‘peine y tijera’, porque si cambia la moda muchos se quedan afuera. La idea es que puedan tomar otras formas, otros estilos y de esa forma se puedan transformar”, y aclara que muchos de los antiguos maestros no han sabido renovarse con las modas y eso fue una contra para ellos. 

El Conde y La Época son la conjunción de una Buenos Aires pasada que sobrevive en la modernidad. Su particular uniforme, un chaleco dorado con tramas en forma de flores blancas, la capa y sus zapatos de charol, lo destacan del resto de los barberos y lo conforman en un personaje destacado del barrio. Las tradiciones de los barberos perduran en este espacio que se arraiga a otras eras pero que abraza el presente del oficio con una felicidad similar a la que exhibe un padre cuando su hijo se independiza. Miguel expresa su amor por La Época con las siguientes palabras: “Este lugar es mi vida, es mi familia.”


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