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Una pintura feminista y queer: la obra de Ad Minoliti


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Partiendo de la teoría de género Minoliti logra cuestionar esterotípos de género. Una obra que explora las múltiples relaciones entre lenguajes, sexualidad, erotismo, geometría, figuración, arquitectura, diseño y decoración.

Por Lucas Terrazas

Los cuadros resaltan entre las paredes color pastel en la feria Arco de Madrid. Parecen mostrar bosques, llanuras o el pie de una montaña. Pero en todos esos paisajes algo no es usual, entre formas geométricas, se vislumbran figuras humanas.

Frente a la muestra Metafísica Sexy, la artista Ad Minoliti y su amiga contemplan todo sentadas en un banco rosa. “No se si me molesta, pero no sé si me gustan, son raras”, aclara la acompañante de la creadora. Lejos de incomodar, la frase resultó una verdad. Minoliti se dio cuenta de que le gustaba que le dijeran eso, que era raro, anormal. Algunos buscan impresionar, gustar o atraer, pero para ella, no hay mejor opinión de su trabajo que tildarlo de raro. Ninguna otra palabra se acerca tanto a su idea, salir de lo típico. Pero encontrarse artísticamente, alejar los prejuicios y estereotipos fue todo un proceso.

Por el contrario, su comienzo fue un cliché, de chica siempre dibujaba y el arte comenzaba a llamar su atención. Mientras imaginaba qué le gustaría ser, distintas ideas se cruzaban en su mente. Al principio pensaba en veterinaria, pero una experiencia alejó la idea. Un auto atropelló a la perra pequinés de su abuela y se le salió el ojo. Los detalles del relato de la abuela, en la que el veterinario tuvo que cortárselo, la hicieron pensar que no podría hacer eso. Casi se desmaya, así llegó a la conclusión de que nunca podría ser veterinaria, fue el primer fallido vocacional.

Lo siguiente fue arquitecta. Su primo era profesional y había diseñado su propia casa, eso le parecía algo increíble. Pero en el secundario, a los 14 años, se enteró que cerca de donde vivía había una escuela en la que podía estudiar arte. Mientras la idea de convertirse en artista se formaba, en paralelo pintaba en el taller de Diana Aisenberg, una docente y artista visual. Sólo faltaba hablarlo con su papá. “En este país podés ser arquitecto, médico o abogado y estar manejando un taxi, así que es mejor que si pasa eso sea haciendo algo que te gusta”, le dijo. Así comenzó en el instituto “Prilidiano Pueyrredón”.

Tal como en la secundaria, Minoliti quería ser buena alumna. Los primeros dos años perseguía a los profesores para aprender, hacia grupos, se juntaba a leer, a ver las obras de cada compañero y armaba muestras en Flores. Estaba convencida de que había algo único en la institución, algo que debía saber. Así fue el comienzo del curso de enlace. Quien no había hecho la Belgrano o el Fader, el secundario de orientación artística, tenía que pasar dos años para igualarse y después tres del profesorado. A pesar de todo, ella creía que el programa del IUNA debía cambiar, por eso participó de tomas para pedir que se cambie y exigir concursos, entre otras cosas.

Con el correr de la cursada, una sensación de incomodidad se hacía más grande, como si hubiera un vacío que ninguna vanguardia, movimiento o concepto pudiera llenar. Esa búsqueda la llevó a diversos talleres, pasar por lo de Miguel Harte, cursos en la Fundación Start y regresar con Diana Aisenberg. “Siempre fue especial, la conocí en el Rojas y luego de años vino al taller. Fuimos creciendo juntas y hasta no hace mucho que despegó completamente. Mis clínicas son para personas que no encajan con el sistema tradicional, y para ella fueron un respiro, ya era una artista en potencia”, recuerda la docente. 

El silencio y la timidez de Minoliti no dejaban ver mucho más, pero su constancia, su compromiso y su estilo sui generis sobresalieron. Lo que aprendió con Diana le hizo ver que los prejuicios que existían en el Pueyrredón eran todos estereotipos. Así llegó a la conclusión de que no hay que quedarse con fórmulas. Existen profesores que repiten la idea de encontrar un estilo propio, una marca, pero según Ad esa es una bajada muy capitalista.  

La exploración la llevó a encontrarse con la teoría queer, un conjunto de ideas sobre género que sostiene que la identidad sexual no está inscrita en la naturaleza biológica, sino que es el resultado de la construcción social. El queer expresa el concepto de perturbar, y sus prácticas se apoyan en la noción de desestabilizar normas que están fijas. Revaloriza lo llamado raro, torcido y extraño. Minoliti había encontrado hecho teoría lo que buscaba del arte. Este descubrimiento la llevó a hacer una resignificación de su trabajo y fue de la mano con una nueva autopercepción, percibirse como no binarie. 

Metafísica Sexy reunía todos estos conceptos. “La muestra exploraba las múltiples relaciones entre lenguajes, sexualidad, erotismo, geometría, figuración, arquitectura, diseño y decoración. Sacaba al espectador de los lugares comunes y las lecturas unívocas, todo para generar una metafísica sexy”, explica Aisenberg.

Con ese pensamiento, intervino pornografía y trabajó para la revista Playboy, transformando los sujetos de las imágenes en post-humanos, potenciales cyborgs. Así también, se presentó en la 58ª Exposición de Arte de la Bienal de Venecia.

En 2019 logró su primera exposición individual, en la cual convertía las salas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en un Museo peluche. El concepto fue tomar sus obras de los últimos quince años, recrearlas, cruzarlas y proponer a los visitantes como habitantes de un espacio de juego. Cada color tenía un significado y se asociaba a los pensamientos de la artista. El violeta; el feminismo, el naranja; la lucha laica por la división del estado y la iglesia, el verde; por el aborto legal y el marrón; una nota antirracista que reivindica el color de la piel. 

Su mente trabaja como un collage, donde objetos, conceptos de diferentes tiempos, connotaciones, geometría y sexualidad resultan como síntesis de todo. En sus obras se juntan posibles opuestos, que a su entender no lo son: varón-mujer, bueno-malo, naturaleza-espíritu, y más. 

Su trabajo busca redefinir los límites del arte político. Ve su obra como crítica, donde la abstracción y la geometría son herramientas para mostrar una realidad utópica fuera de los cánones sociales.


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