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Mercedes Corradi, la artista plástica bahiense que recorrió el mundo con sus esculturas


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Desde hace más de 30 años viviendo en el exterior, logró tener su propia galería de arte y la premiaron en Suiza por sus obras. Además, cumplió su sueño de construir su casa en Argentina para “irse y siempre volver”. Conocé su historia.


El pasto, a lo lejos, parece una manta verde y luminosa. Es media mañana y  Mercedes trabaja la tierra con el resto de la familia. A esta zona rural de Bahía Blanca, conocida como Villarino Viejo, llegaron su madre y su padre desde Italia, en 1951. Ella es la menor de cinco hermanas y dos hermanos.

Su mano, pequeña, comprime un puñado de tierra. Lo deja sobre el suelo, moldea una cabeza, con dos piedras/bolitas coloca los ojos; con un copo de lana de oveja, el pelo. Mercedes es una niña que trabaja, pero también es una artista que despierta del estado de latencia. 

Atraída por la naturaleza, los colores y las texturas, recibe la primera caja de acuarelas. Se la regaló su mamá. Ya no dejará de pintar, ni de esculpir. Aunque al crecer tenga empleos de jornadas interminables, encontrará el tiempo y el espacio para crear, siempre.


Mercedes Corradi vive en  La Chaux-de-Fonds en el cantón de Neuchâtel,  Suiza, desde hace 36 años. Dejó su ciudad de origen para llegar primero a Italia, donde residió un año. Conoció el pueblo de sus padres, tuvo trabajos temporales, se abrazó a familiares que la ayudaron a adaptarse y pintó cuadros que vendió con rapidez.

Al llegar a Suiza, se sumó al Club de los Amigos de la Pintura. Luego, tuvo su propia galería de arte. De manera paralela trabajó en Johnson & Johnson, en un área de precisión y cuidado extremo, con implantes para la columna vertebral. Si hay un hilo que enhebra su personalidad es el de la disciplina, es estricta a tiempo completo.

Esculturas y cuadros con el sello Corradi recorrieron Bélgica, Italia, Estados Unidos y Suiza. Fueron exhibidos en la galería Metanoia dans le Marais en París y en 2012 recibió el Primer Premio de Escultura de Grenchen (Suiza).

Pero sus obras también salen de los clásicos recintos de exposición para formar parte, por ejemplo, de las vidrieras de diferentes locales de la ciudad en la que reside. Por eso, sus acuarelas, se pueden ver junto a los jarrones de una florería, o sus esculturas habitando tiendas de indumentaria.

Mercedes comenzó su formación profesional en la Escuela Superior de Artes Visuales de Bahía Blanca. Continuó en el taller de Rafael Martín, considerado el artista plástico más importante de la historia bahiense, a quien recuerda con el respeto y la admiración que se ganan los maestros sólidos. Hoy, ella sigue tomando y dando clases porque está convencida de que el aprendizaje atraviesa los tiempos.

El imaginario colectivo suele relacionar, de manera directa, artes plásticas y bohemia, aunque éste no es el caso: su estilo de vida es convencional, ordenado, con un sentido de la responsabilidad muy elevado. Sensibilidad, habilidad técnica y creatividad se ensamblan en una personalidad rigurosa y amable a la vez

De aspecto moderno e impecable, con las manos, livianas, apoyadas sobre la mesa, es difícil acertar la edad de la artista. Ella resuelve el enigma sin preocupación ni rodeos: tiene 69 años.

Mercedes dice “¿Viste?” cada vez que termina de contar algo. Un poco para saber si quien la escucha comprende y otro poco para saber si se expresó bien. Es que cuando habla tiene que buscar en su diccionario mental en francés, en italiano o en español/argentino/bonaerense la palabra justa. Respira profundo y suave, levanta de lado la mirada y pregunta: “¿Viste?”.

Cuando le consultan cuánto tiempo le insume pintar una acuarela, responde: “60 años y cinco minutos”. Incluye, claro, los años de estudio y práctica. El dominio que tiene de la acuarela, la técnica mixta (óleo y arena) y el pastel es el resultado de un entrenamiento sistemático. 

Pinta paisajes y figura humana, pero el tema más fuerte y presente, que brota de la naturaleza muerta, son las flores. De pinceladas sueltas y una paleta de colores suaves, esfumados; los trabajos son de construcción libre, de inspiración emocional, de factura equilibrada

Las esculturas de Mercedes tienen una característica distintiva: el protagonismo del volumen en sus personajes. ¿Puede ser entendida como una artista que enfoca la creación en figuras humanas voluminosas? Ella prefiere nombrarlas así: “Mujeres comunes, reales, cotidianas; y sí, también gorditas”

Su obra no tiene que ver con lo monumental, sino con una disrupción en el estereotipo de cuerpos hegemónicos. Se aleja de la idea trajinada y reproducida hasta el hartazgo de “cuerpos perfectos”.


“Trabajo la escultura, la dejo secar de 15 a 20 días, le coloco la pintura y cuando está bien seca la cocino a 980 grados por lo menos 12 horas, luego permanece dos días dentro del horno”, dice Mercedes como quien dicta los pasos de una receta y agrega: “Por último, la esmalto para que el color emerja y vuelvo a cocinarla pero esta vez a 1.260 grados la misma cantidad de horas. Nunca jamás se me rompió una pieza”.

Cuando cuenta cómo es su trabajo recalca que es imprescindible tener paciencia y pasión, porque el proceso es largo y riesgoso (las piezas pueden explotar por cambios bruscos de temperatura o por contener aire encerrado en su interior) pero, ver los resultados es fascinante. Habla de sus obras con cariño, las acaricia, desea que iluminen los lugares que finalmente habiten. 

Desde que llegó a Europa, su corazón migrante, tuvo un deseo sostenido:  construir su propia casa en Argentina y lo logró. Ladrillo sobre ladrillo con columnas que se alzan hasta sostener el balcón, el techo a cuatro aguas y la galería exterior imponente coronan el tiempo entregado al esfuerzo. 

Este espacio la impulsa a planear el viaje una y otra vez, hasta su hogar, hasta la raíz en Bahía Blanca. Así es que cada año recorre 11.922 kilómetros para tener cerca a los afectos, para perderse mirando un cielo que se antoja diferente a orillas del mar. 

En la ciudad conocida por el viento persistente, ella cultiva flores; organiza reuniones en las que agasaja a las personas que quiere, tiende la mesa con esmero y regala “los mejores chocolates del mundo”.

Separa un tiempo de soledad para tomar un puñado de tierra, comprimirlo y darle vida a un personaje. En un rescate de la inocencia y la capacidad de asombro con la que se inició en las artes plásticas, a una edad en la que todo estaba por hacer y por soñar. Cuando llega el momento de armar las valijas, sabe que es parte de un vaivén, de un irse para siempre, para siempre volver.


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