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De Horacio a Amal, construyendo una drag


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Toda una vida dedicada al arte. Según dicen, Celia Cruz reencarnó en ella que es también él, hijo de comerciante e hija de una ama de casa de Villa Lugano. Conocé su historia.


Las luces se apagan, la voz recita: “Amal, significa esperanza. Y la esperanza es confiar en que se puede lograr lo que se desea: la felicidad, la emoción, el amor y el orgullo. Yo siento orgullo de quien soy, de donde vengo y de los sonidos que salen de mi corazón. Un latido Latinoamericano quiere ser canción…”

Trepada en sus plataformas de 20 centímetros ingresa al escenario a paso firme, revoleando el abanico y la sonrisa que nunca cesa, grita: “¡Bonitos míos!”. La gente observa como quien vé algo por primera vez: fascinados, absortos. Ella no se detiene, nunca se va a detener, llevándose el mundo por delante, torbellino feroz, pero delicada como la hoja de un libro añejo. Vestida de un blanco puro y en la cabeza un inmenso tocado de margaritas, más que una drag queen parece la estatua de la libertad o el David de Miguel Ángel. 

Se planta delante del micrófono y canta:

“Rara, como encendida,
te hallé bebiendo,
linda y fatal.
Bebías y el fragor del champagne
Loca reías por no llorar”.


Son las 17:30 horas de un viernes templado de otoño cuando, Horacio San Yar, sentado en un bar de Villa Crespo dice: “Amal es la drag de Horacio y Horacio es un poco la Drag de Amal”. Y, luego, suelta una carcajada que escala más alto que el bullicio del lugar.

Horacio nació en 1985 en Villa Lugano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hijo de Hugo, comerciante, y Mónica, ama de casa. ”A mi papá le debían plata y le dieron un teclado en parte de pago y mi viejo dijo: ‘Dámelo que se lo doy a mi pibe’”, cuenta. Y así, a los siete años, Horacio, sentado en el comedor de su casa, escuchaba música y comenzó a tocar de oído el órgano. 

“La música me salvó”, dice mientras mira por la ventana achinando aún más sus ojos intentando recordar. “Me salvó porque había una búsqueda. Nunca subestimo a los niños porque comprendí y me entendí como un niño enojado”, continúa.

-¿Por qué estabas enojado?

-No lo sé. Estaba enojado por la búsqueda, por pertenecer a algo, ese querer ser. A partir de los siete años sentí que la música me ayudó.

“Para él, la música era todo”, dice Mónica, su mamá, por mensaje de audio de WhatsApp. Con una voz relajada se toma el tiempo para elegir cada palabra. “Tocaba de oído y al ver eso, decidí llevarlo a la escuela de música de Villa Lugano. A los dos meses me dijeron que lo anote en el Conservatorio, que daba para mucho más, y lo llevamos al Manuel De Falla”, agrega. 

En ese momento, la vida de Horacio cambia. Por la mañana iba a la escuela, de ocho a 12 del mediodía. Volvía a su casa, almorzaba y de 15 a 20 iba al Conservatorio.

“Tenía algo. Él quería gritar que iba a ser distinto. De alguna manera quería decir, ‘miren, este soy yo’. Acá, siempre nos dimos cuenta y aceptamos todo lo que iba a ser. Con sonrisa, todo el mundo decía ‘tan bonito Horacito’ y yo pensaba, ‘¡si supieran!’ Tenía su carácter también, ¡pero no era malo! Todo lo contrario. Una hermosa persona”, remarca su madre.


El Instituto Nuestra Señora de la Paz, “una entidad dedicada a la evangelización a través de la educación en medios carenciados”, según dice en su sitio web; está ubicado en la Av. Piedrabuena al 3500. A la derecha está el ingreso al asentamiento Scapino, en frente Ciudad Oculta y, por detrás, el Barrio Piedrabuena, todos barrios humildes. 

El edificio es moderno, ladrillo a la vista, extenso e imponente en medio de tanta escasez. Es jueves al mediodía. El salón de música está en silencio, el patio está en silencio, los pasillos son una extensión de ese sin ruido. Suniyay, bibliotecaria, y Regina, profesora de música, dicen: “Nosotras acá les damos voz, escuchá todo este silencio, debería haber gritos de niñes. Bueno, acá, en este salón, les dejamos decir”. 

Regina cuenta que no fue profesora de música de Horacio pero, que él en cuarto año del secundario se escapaba de clases e iba al salón porque educación musical era solo hasta 3er año. “Tenía vocación, venía acá o a la biblioteca y era un lujo cantar con él. Cualquier canción que cantaba, la realzaba y era una belleza”, dice con cierto aire de nostalgia.

“Yo tengo una foto mental de Horacio, él entraba y era la sonrisa. El flequillo mojado, sudoroso y feliz de llegar a esos lugares que lo hacían sentir pleno”, agrega por su parte, Suniyay.


Horacio, además del Conservatorio, estudiaba teatro con Hugo Midón. A los 12 años trabajaba en la obra “La familia Fernández”, que ganó el premio ACE a mejor obra infantil. 

Comenzó el secundario en turno tarde. La vida era así: por las mañanas ensayaba con Hugo Midon, al mediodía iba al colegio y los fines de semana, al conservatorio. 

“Si lo pienso ahora, no sé si lo haría, pero lo disfruté mucho en ese momento, recibí mucho apoyo de mis padres”, reflexiona Horacio. 

Su currículum es extenso: obras de teatro, musicales, cortos. “Nunca dejé de trabajar, hasta en la pandemia. Cuando se cortó todo le dediqué más tiempo a Amal”, comparte.

Amal nace de una búsqueda a través de lo académico y del teatro. A los 18 años estudiaba canto, la técnica de contratenor o castratis, es la voz más aguda, con notas altas y amplias cantadas por un hombre. Se asemeja a la voz de un niño o de una mujer. 

En la antigüedad, los castratis eran hombres a los que se los castraba antes de llegar a la pubertad para conservar su voz infantil, -ahora no se hace, hay técnicas-, aclara Horacio, casi en voz baja y sonríe tímidamente, mientras que en el bar ya no queda casi nadie.


El director de teatro Emiliano Dionisi le propone, dada su voz, construir una drag. El término Drag Queen es empleado para “una forma de personificación y transformismo en el que una persona altera su apariencia y los patrones de su personalidad para ajustarlos al comportamiento y apariencia de su personaje, exagerando las cualidades estéticas asociadas popularmente a la feminidad”.

“Así comencé a componer esta drag. Amal es un nombre árabe, luego me enteré que en arabia lo usan mucho las mujeres y que en Grecia es un nombre masculino y me conecta con eso de la ambigüedad”, explica.

-¿Cómo lo recibió tu familia?

-Mi familia lo recibió bien, lo disfrutan mucho. ¿Cuál sería de otra forma?

-¿Y la gente?

-La gente se queda impactada más que reaccionaria. Es más la sorpresa, después les gusta, igual no quiero gustarle a todos, no me interesa. Nunca tuve una situación violenta, sé que las hay, pero nunca la tuve. A veces, no se animan, no se acercan. Al participar en La voz me dio visibilidad. Fue una experiencia muy rica, conocí mucha gente, estuve en el equipo de LalI Espósito, una hermosa. Ahí, quizás, la gente se me acercó un poco más. En lo profesional me sirvió mucho, aunque hace años me vengo preparando.

La voz es un programa de televisión de concurso de talentos que consiste en encontrar la mejor voz. En 2021 participó Amal y fue seleccionada de 15.000 personas que hicieron el casting para ser una de las 115 audiciones a ciegas. Amal llegó hasta los cuartos de final con picos de 15 puntos de rating.


Suniyay cuenta que vieron a Amal hace unos meses en la terraza del teatro Picadero: “Palpita el interés del público, hace las pausas necesarias, improvisa historias para engancharlas con las canciones”. Aunque también, además de este teatro, ha hecho recitales gratuitos en el anfiteatro del barrio Piedrabuena, un barrio duro, “que se pone difícil”. 

“Tiene la valentía de plantarse y decir ‘yo soy esto’”, dice Regina.


“Vinieron a hacerle un reportaje acá, a casa, y yo la vi y dije: ‘Ahh, ¡qué belleza!’, Quería que todas mis vecinas la vieran bajar del coche, sentí orgullo. Le pregunté ‘¿Sos feliz’ y me respondió: ‘Si, má. Soy muy, muy feliz’, dice Mónica con voz tranquila, casi emocionada.


Domingo, nueve de la mañana, Horacio sentado delante del espejo le explica a Salomé, su maquilladora, los looks que va a usar para las fotos, le muestra los vestidos, los tocados. 

“Entre dos y tres horas tardo en montarme”, dice mientras toma mate y recibe las primeras pinceladas en la cara. A medida que Horacio se oculta bajo el maquillaje, una voz fina va floreciendo. 

“Las otras drags me molestan, dicen que ni bien me maquillan un poco, ya empiezo a hablar así”, continúa y se ríe tapándose la boca con la mano. 

12:30 del mediodía, Amal sale del maquillaje. Saluda con dos besos en el aire cual diva, “muaa muaa”, se acerca al sinfín negro y el fotógrafo en puntas de pie comienza a obturar. 

Ella, siempre radiante, se mueve delante de la cámara sabiendo que nació para ser fotografiada. 

Es el atardecer de un jueves que se ve caer desde el piso 10 en una torre de San Isidro. Amal se presenta en una fiesta privada. En el escenario, el presentador dice unas palabras que pocos escuchan. Ella está entre el público esperando vestida con un pantalón blanco, amplio; una blusa con boleros y una faja rayada que le hace juego con el tocado gigante que lleva en la cabeza. Desde aquí, sus cejas parecen las de Edit Piaf: finas y arqueadas. Las pestañas son dos mariposas que aletean suaves, frágiles. A su alrededor se forma un círculo, como la previa a un pogo de un concierto de rock. Se queda sola en el centro. Mira a todos, se sabe imponente. Nadie se acerca.

Ver un concierto de Amal es entrar en su dimensión: ella siempre se adueña de todo. Algunos no pueden mirarla de frente y la espían desde las pantallas de sus celulares, otros quedan hipnotizados. Baila, mueve las caderas, la cantante cubana Celia Cruz, reencarnó en su cuerpo. Habla, improvisa una historia mirando a alguien: “Roberto, ¿por qué viniste? ¿no ves lo mal que me hacés?. Este bolero es para vos”. Y Roberto, que no es Roberto, baja la mirada. El show avanza, ella siempre arriba y por debajo los demás, que se animan a bailar. 

Al final, en la última escena, toma el micrófono, pasa por entre el público con la suavidad de una pluma y recita: 

“Y volando feliz, 

yo me encuentro más alto que el sol,

mientras que el mundo se aleja despacio de mi.”

Y ahí se va, en la soledad de las alturas, dejando en el aire la sensación de que algo irreal acaba de suceder.

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