“Esto siempre fue mi sueño”, confirmó Mariano Vega, de 27 años, sobre el Central Glew, equipo de fútbol de barrio que él mismo creó. Central Glew hace sus prácticas en la cancha El Zeus, ubicada a dos cuadras de la estación de tren que lleva el nombre de la localidad bonaerense. Al entrar, la gente no se espera encontrar con un club como el Monumental o la Bombonera, sino con un lugar mucho más humilde, con paredes despintadas, redes de los arcos rotas, humedad y piso de cemento. Pero no cabe duda, los sueños y esperanzas que se manifiestan allí pueden ser iguales o quizá hasta más grandes que en cualquier otro lugar.
Entre risas, correteos y charlas con sus compañeros los chicos ingresaron al club con pocas pero claras intenciones: divertirse, jugar al fútbol y dedicarles un gol a sus padres, quienes los miran desde afuera mientras toman mate orgullosos de ellos.
“El 11 de marzo de 2023 surge Central Glew –recordó Mariano– cuando arrancamos, había entre siete a diez chicos y los dueños de la cancha nos prestaban las pelotas y conos para poder entrenar”. Quien diría que al pasar por ese recuerdo hoy se enfrenta con otra realidad. El club ya tiene a su cargo más de 110 jóvenes, desde seis a catorce años, niños y niñas que disfrutan de hacer el deporte que aman y lo más importante, sentirse incluidos.
En un contexto donde no hay una estabilidad económica, los precios suben y la canasta básica alcanza los 773.385 pesos, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), las escuelas de fútbol, cuyos valores van a partir de los 6 mil pesos por niño, dejan de ser prioridad. Entonces, ¿cómo es posible, que en este club de barrio haya más de cien niños entrenando? Mariano explicó que los padres abonan solo el valor de la cancha en la que sus hijos entrenan. El precio de la cuota es estimativo, calculó que ronda casi los 3 mil pesos por mes y, en ocasiones, este monto puede llegar a rendir por dos hermanos.
El “profe” aclaró que no se lleva ganancia alguna ya que este proyecto es para los chicos y no para él. La sonrisa en su rostro al disfrutar de su trabajo enmienda el tiempo que le dedica al aprendizaje de ellos.
“Den dos vueltas a la cancha y luego formen un círculo en el medio”, indicó Mariano mientras que con un silbato daba la orden de partida. Los chicos se largaban a correr, armaban grupos y se reían entre ellos, otros trotaban solos, tímidos, quizá por ese miedo a no poder integrarse aún. También estaban los que no entendieron muy bien la consigna, daban vueltas y jugaban hasta que volvió la orden: “Dos vueltas a la cancha y luego formen un círculo en medio”.
Al terminar, se sentaron en el círculo central y miraban expectantes como su técnico repartía conos y pelotas por los alrededores de la cancha. Camisetas con el escudo de Central Glew, River, Boca y algunos con remeras que no son de fútbol le daban un color único al ambiente. Alrededor de la cancha, algunos sentados en sillas y otros en el suelo, padres, madres, quizá, tíos y tías pasaban el rato tomando mates y compartiendo bizcochitos.
Los padres juegan un papel importante para el club. No solo llevan a sus niños a los entrenamientos, sino que también entre todos hacen rifas para poder abastecerse de pelotas, conos y pecheras que, en muchos de los casos, ellos mismos confeccionan. “Gracias a Dios, hoy los nenes tienen varias cosas para poder entrenar”, dijo Mariano y agregó que los adultos acompañan, se comprometen con los nenes y es una ayuda mutua entre todos. En base a esto contó que si hay que hacer sorteos, vender alimentos, artículos o lo que esté a su alcance porque un alumno necesita botines, lo hacen para poder conseguirlos.
Karina, madre de uno de los niños, reconoció que elige Central Glew porque lo considera un ámbito familiar donde cuidan mucho a los chicos y están muy atentos a ellos: “El día que entrenan lo veo con un entusiasmo terrible y los fines de semana, cuando tienen partido, explota de emoción”.
“Si los nenes vienen, hay que hacer un buen laburo para que ellos quieran volver”, aclaró Mariano Vega.
Se escuchó el sonido del silbato, la pelota se movió y todos corrieron detrás de ella, sin respetar posiciones. Un jugador hizo un gol y lo gritó como si estuviera en la final del mundial. Fue el primero de muchos, ese gol que contará al resto de sus familiares cuando llegue a su casa, que recordará para siempre, o que por lo menos, le dejó marcada una sonrisa en su rostro. “Goooooool”, gritó mientras su compañero de equipo corría hacia él para abrazarlo.
“Acá a todos son iguales, no se hace diferencia con ninguno, todos entrenan, todos juegan”, expresó el técnico de la escuelita de fútbol y aclaró que varios niños no solo llegaban al club por la buena oferta sobre la cuota, sino por el mal trato que muchos habían recibido en otros clubes de barrio o por el simple hecho de que no jugaban.
“Como vecinos que viven en la zona vinimos a ver el ambiente y nos encantó –relató Hugo, apoyado contra una pared mientras esbozaba una leve sonrisa en su rostro- yo llego de trabajar y él está impaciente por venir”.
Hace más de un año que el proyecto de Central Glew comenzó y Mariano sigue con los mismos tres objetivos que lo llevaron a fundar este club: disciplina, compañerismo y valores. Lo que nunca hubiera imaginado es que la mayoría de estos niños siguieran el camino para profesionalizarse y así lograr entrar en competiciones. “Ya estamos compitiendo en la Liga Metropolitana de Futsal Infantil”, se enorgulleció Mariano.
La Asociación Metropolitana de Fútbol Infantil tiene como objetivo la organización de los torneos de fútbol infanto-juvenil. En los cuales participan clubes tanto del área Metropolitana como del Gran Buenos Aires. Además, el creador de esta escuela contó que los partidos que les tocaron jugar son cercanos a Glew, como Guernica y Longchamps, o aledaños a ellos, y por eso todos los convocados pueden llegar sin una costosa inversión en el transporte.
El club va en crecimiento y tanto Mariano Vega como los padres de los niños son los responsables de ello. El presente de los jugadores de Central Glew parece prometedor, están acompañados y sienten el cariño de la gente a su alrededor.
“Sale la pelota y termina el partido, chicos”, dijo Mariano y la adrenalina se metió en el cuerpo de estos niños que, eufóricos, fueron en busca del balón una vez más. Los padres guardaron las pelotas en los bolsos y acumularon los conos, uno por uno.
–Chau profe, lo veo el jueves.
–Chau profeee– gritó a lo lejos a una niña.
–Nos vemos, chicos– respondió Mariano mientras levantaba la mano para saludar.
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