Verónica Rosales Carlos Rodríguez y Martín Correa son tres de los tantos periodistas que estuvieron durante las primeras horas en el boliche de Once. Uno de ellos, inclusive, anticipó un dato de lo que podría ocurrir. Cómo fue ejercer el oficio en medio del dolor.
La mayoría de los periodistas ya se habían ido de sus redacciones porque -aunque al otro día era 31 de diciembre y los diarios no salían- debían viajar a la costa o simplemente a descansar. Pero en el barrio de Balvanera 3500 personas se reunían para despedir 2004 con su banda favorita, y lo que comenzó como una celebración terminó en una pesadilla. Entonces, decenas de trabajadores de prensa debieron cambiar sus planes e informar. “Lo que tenía delante de mis ojos era una película de terror. Era algo que no podía darle una explicación. Un cuerpo al lado del otro y todos en el piso”, recordó Verónica Rosales, docente y periodista de Radio Continental. Como ella, un cronista de Página/12 y otro de la revista Rolling Stone contaron a ETER Digital cómo fue cubrir las primeras horas del incendio en Cromañón.
Eran poco más de las once de la noche. Verónica cenaba con su hermana y su cuñado, que acababan de llegar desde Barcelona. El televisor prendido y casi en silencio, porque lo importante era escuchar las anécdotas que traían loso visitantes y la expectativa del asado prometido por su padre para Año Nuevo en Olavarría, provincia de Buenos Aires. “La típica cortina de Crónica TV es lo que te llama a prestar atención. La pantalla se puso roja y anunciaba ‘Incendio en un boliche de Once’ y lo relativicé”, recordó Rosales.
Crónica anunciaba tres muertos, minutos después hablaba de diez. Pero como otros iban a cubrir el hecho y el despertador de ella sonaba a las 5, apagaron el televisor y se fue a dormir.
Esa misma noche, Carlos Rodríguez, docente y periodista de Página/12, estaba en La Plata. Había ido a pasar el 31 con unos amigos. Todavía no recuerda por qué encendieron la tele y lo primero que vieron fueron las imágenes de Cromañón.
Mientras tanto, Martín Correa, entonces periodista de la Rolling Stone, no estaba en Argentina previo a los últimos recitales del año de la banda Callejeros, le había llegado información de un problema entre dos grupos de seguidores. “Se estaban disputando entre ellos para ver quién tiraba más bengalas por canción durante los shows”, contó. Lo escribió en su nota que se publicó el 1 de diciembre como “Ganar la calle”, 29 días antes del incendio.
A los hijos de Carlos les encantaba ir a recitales de rock, pero no eran de escuchar a Callejeros. Sin embargo entró en pánico a pesar de que no tenía ningún dato que indicara que los jóvenes estarían en Cromañón. “Entré en desesperación, no sabía si al final habían ido con amigos. Estaba desesperado hasta las 2 o 3 de la mañana, cuando finalmente pude hablar con ellos”, narró.
LA PARTE DURA DEL OFICIO
El despertador de Rosales fue un llamado telefónico a las 4 de la mañana: “Trabajaba en Radio Del Plata y mi jefa trataba de explicarme lo que pasaba y que abajo, en la puerta de mi casa, había un auto que me estaba esperando para ir ‘ya’ al Hospital Ramos Mejía a cubrir”. Verónica seguía sin entender lo que iba a cubrir. Solo sabía que tenía que bajar inmediatamente y llevar pilas extra para su grabador. Su hermana y su cuñado le ayudaron a organizarse y tomaron un par de notas de lo que escuchaban por la radio. Pero ella seguía sin entender lo que pasaba. No comprendía por qué el entonces jefe de Gobierno de porteño, Aníbal Ibarra, hablaba en la radio.
Rosales no fue con ánimos de cancherear, era “culo inquieto”, no sabía a qué se iba a enfrentar pero estaba dispuesta a averiguar qué pasaba. Cuando llegó al hospital, estaba amaneciendo y vio un listado escrito a mano pegado en la puerta. Se preguntó: “¿Por qué hay chicos tan ‘chicos’?”
Cámaras, micrófonos y grabadores por todos lados. Veía a sus colegas ir y venir de forma frenética. Nadie tenía tiempo para responder a sus preguntas. Debía reconstruir todo desde cero con lo que tenía a mano. La ansiedad y la angustia se veían reflejadas en los rostros de los padres y madres que bajaban de taxis en pijama, pantuflas y ojotas. Al ver la escena, tomó conciencia de la gravedad del hecho.
Se dirigió a buscar al director y encaró como si nada por los pasillos. El lugar no era como ella lo había conocido. Había una energía “especial”, y no en el buen sentido. Siguió caminando y vio algo que después de casi 20 años le cuesta narrar: “Un cuerpo al lado del otro y todos en el piso”.
Se quedó paralizada frente a los cadáveres que debían ser llevados a la Morgue Judicial. Rogó que alguien la ayudara a salir de ahí y Fito, un colega de Telefé, cumplió con esa tarea. La apartó de aquel pasillo y le explicó en detalle lo que se sabía hasta ese momento. Minutos más tarde, tuvo que salir al aire.
“Fueron cosas muy dramáticas. Durante las primeras horas mucha gente no sabía que sus hijos estaban desaparecidos. Los buscaban vivos en los hospitales y otros directamente buscaban entre los cuerpos en la Morgue de la calle Junín”, recordó. Eran jóvenes que habían ido a divertirse, “nadie va a un recital pensando en que se va a morir o le va a pasar algo terrible”.
“ERA OBVIO QUE IBA A PASAR ALGO”
A miles de kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, el impacto de la tragedia ya retumbaba en los medios. Correa recordó que el mismo 31 de diciembre la revista puso en la tapa principal su nota sin dejar lugar a la especulación y para demostrar lo que ellos lo habían dicho primero. Concluyó que, a pesar de que era un gran acierto periodístico, era algo estaba a la vista de todos y no era necesario hacer una gran investigación. “En los shows de Cromañón, de Callejero, en los shows de rock era obvio que iba a pasar algo”, arriesgó.
Para las cinco de la tarde, Veronica seguía trabajando. Su familia insistía en que la podían esperar hasta cualquier hora, pero tenía que ir a su casa. Ya había recorrido el hospital, la Morgue Judicial, el cementerio de la Chacarita y llegó a pedir auxilio a un enfermero. Ella no podía ser quien le informara a la familia que tenía sentada detrás suyo en un bar, que su hijo estaba muerto.
Rosales y Rodríguez -que también cubrieron el juicio- afirmaron que el sistema de emergencia no estaba preparado y admitieron que tuvieron que aprender sobre la marcha, a pesar de que la década de los 90 estuvo marcada por los atentados a la embajada de Israel, la AMIA y el accidente de LAPA.
Para Carlos, la policía no debió permitir que los chicos que salieron de Cromañón volvieran a entrar a buscar a sus amigos, aunque la Ciudad no estaba preparada ni por asomo para actuar frente a una situación de esta magnitud.
Rosales también estuvo presente en la inspección ocular de Cromañón. Recuerda que los restos de la media sombra seguían allí. No había luz, pisaba billeteras, botellas rotas, zapatillas, y luego vio las huellas de las manos sobre la puerta de emergencia que esa noche estuvo cerrada con candado.
ESTADO DE SHOCK
A las 12 de la noche del 1 de enero de 2005 Verónica ya estaba en Olavarría sentada en una silla y en estado de shock. Martín saludaba por teléfono a sus viejos, que habían quedado en Buenos Aires y le contaban con lujo de detalle todo lo que había pasado en el boliche de Once. Y Carlos, que por esos días escribió notas clave sobre la muerte de 194 personas, agradecía a la vida porque sus hijos estaban en casa junto a él. Algo que 194 familias jamás volverían a experimentar.
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