Todos los domingos, el escenario del Beckett se llena de reflexiones que no son ajenas: un elenco de actores y actrices que proponen pensar críticamente las contradicciones de las dimensiones actuales del mercado laboral y de cómo éstas repercuten en nuestras vidas.
“Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”, declara el elenco de A la fábrica! (o los trabajos y los días), en la sala del Teatro Beckett (Guardia Vieja 3556). El anuncio brota de gargantas apretadas, la frase se dice cantando, con el cuerpo y el alma golpeados por la crisis actual y la de siempre. Y se repite… como un mantra doloroso y potente, con el espíritu de los obreros metalúrgicos de la empresa INSUD, retratados en el documental de Raymundo Gleyzer.
Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan, así se llama aquel film de cine obrero de 1974 en el que esa sentencia estaba escrita en las paredes, banderas y pasacalles, aunque también era gritada por las bocas de los sobrevivientes que luchaban por mejores condiciones laborales y para no morir como sus compañeros.
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Es domingo y hace mucho frío en Buenos Aires. En las veredas de los bares de Almagro, cerquita del Abasto, las estufas –esas con forma de farol con sombrero- están apagadas: no hay nadie a quién calentar y las mesas de la calle están vacías.
Adentro del Beckett los mozos están cruzados de brazos, miran con ojos de buen anfitrión, invitando a pasar (después de ver la obra voy a pensar en sus propinas flacas, en sus salarios recortados). Tampoco hay nadie haciendo fila para entrar al teatro y son las 19.15: falta un cuarto de hora para que den sala. Me preocupo. Por suerte, el hall del teatro es cómodo y sirve para tomar. Es un barcito que pronto se llena esperando que se abran las puertas de la sala. Sin embargo, pocos consumen.
Alerta de No Spoiler: aunque debo comenzar por el principio, resulta imposible de narrar lo que hacen los 28 artistas que llevan adelante la obra A la fábrica! (o los trabajos y los días) todos los domingos a las 19:30hs en el Beckett.
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La sirena suena anunciando el comienzo de un nuevo turno en la fábrica. Muy temprano, a la tarde y de noche. Son tres turnos, tres actos. En cada apertura de la jornada laboral hay ruido de humanidad y hay hermandad vestida de overol. Entre risas, las y los trabajadores juntan los hombros y le ponen el pecho a un nuevo día. Pero, enseguida aparece el silbato imponiendo el orden, entonces el ruido se vuelve mecánico. Para que la fábrica funcione, la coreografía tiene que salir perfecta, no hay lugar para titubeos.
Los cuerpos se mueven veloces. Están concentrados en sus desplazamientos que simulan ser robóticos, aunque a veces desprenden algunas onomatopeyas de animales. ¡Hay que producir!
Ante las coreografías y la música instrumental -también siempre precisa- uno tiene la percepción de estar frente a la versión densa, triste y fabril del video dirigido por Michel Gondry de la canción “Around the World” de Daft Punk. Sin embargo, como una falla en la matrix, todo se detiene cuando aparece lo personal, lo real.
Durante el transcurso de la obra, el director y dramaturgo Sergio Sabater hace parar la rueda que gira al ritmo del capitalismo universal, entonces los nombres de Marx, Foucault y Gleyzer (todos citados en la obra) no tienen el peso de la experiencia del artista en escena.
De pronto, en la ficción de la fábrica donde se discuten las relaciones de poder y trabajo y la experiencia humana, el talentosísimo elenco que está al borde del desgarro propio y de la cuarta pared, comienza a hablar de ellos, de quienes son y qué hacen fuera de allí.
Así conocemos la historia de un empleado de una estación de servicio, la de una vendedora de cobertura jurídica para la tercera edad y la de una empleada en una empresa de globos de helio -que no tiene dónde sentarse, porque en el local “¡No hay sillas!”-. Todas las experiencias narradas son muy similares a los roles que ocupan en la ficción de la fábrica: todos ellos son trabajadores maltratados y mal remunerados.
También, y fundamentalmente, todos ellos coinciden en que son actores y actrices que no están haciendo lo que aman. Por tanto, lloran, están dispuestos a revolcarse en el piso, correr, gritar y morir. Mientras, afuera del teatro, son sólo un pistón que hace girar a la máquina.
Piano y violines ocupan la sala cuando esos relatos demoledores irrumpen la ficción, pero no hacen falta. Es que los artistas en escena tienen la capacidad para tumbar al espectador como una frenada de golpe.
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Además al contexto de crisis actual, los altos niveles de pobreza y el crecimiento del desempleo -que según datos oficiales del INDEC en el primer trimestre del 2024 alcanzó el 7,7% de la población activa-, debe sumarse la situación particular que atraviesa el sector artístico. Esa sumatoria se convierte en la orquesta más densa que pueda sonar de los parlantes del Teatro Beckett.
El desfinanciamiento a la cultura es de tal magnitud que llevó a pronunciarse recientemente a referentes que no suelen expresarse públicamente al respecto. Tal es el caso de Ricardo Darín, el pasado 26 de agosto, al recibir un reconocimiento a su trayectoria en los Premios Sur 2024. En la misma noche, el reconocido actor y dramaturgo Marcelo Subiotto expresó: “La cultura es una rama de la educación, es una rama de la salud, es un derecho y una necesidad para una sociedad. Se constituye, se construye y se enriquece; y tiene salud social si todo eso funciona. Y eso sucede con políticas de Estado. Seguiremos dando la lucha para que esas políticas no cesen”.
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En A la fábrica! (o los trabajos y los días), retornan las y los trabajadores cuando suena una nueva alarma. Aunque parecen incansables, están agotados; y saben que -como da a entender Subiotto- la salud social no está funcionando.
En estos operarios y operarias anida el espíritu de los obreros metalúrgicos, de los muertos por el saturnismo y la represión de aquellos en los que se inspira la obra; pero el cuerpo y carne es del actor y la actriz que está lo suficientemente cansado como para plantarse y luchar.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
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Excelente nota. Gracias por venir, gracias por las palabras. Resistimos por y gracias al teatro.