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Los bomberos de Cromañón recuerdan cómo fue aquella noche


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Dario Salgado, Marcelo López y Eduardo Cortéz fueron parte del operativo de rescate durante el incendio. Contaron a ETER Digital imágenes nunca antes narradas y los años de terapia que atravesaron para superar lo que vieron.


La Estación de Bomberos Voluntarios de San Telmo-Puerto Madero parece abandonada, pero hay muchos trabajando allí. Entre ellos, el oficial Darío Salgado, que con 63 años de edad y 35 de trayectoria sigue prestando servicio. A diferencia de los demás, él vivió una experiencia singular: estuvo la noche en que ardió Cromañón.

“Era una noche como cualquier otra y a la vez era la última mía porque me iba a tomar unos días de enero para vacacionar. Yo pensaba en eso hasta que sonaron las alarmas y los teléfonos fijos”, recuerda. Y todo cambió.

LA DESESPERACIÓN

Salgado cuenta que en el momento que les notificaron de la cantidad de personas que podrían estar involucradas en el boliche de Once pensaron que sería algo imposible de abordar. “Cuando nos bajamos del autobomba tuve un segundo de impresión, aunque al instante me puse a ayudar de manera automática.”

Lo primero que vio fue una imagen estremecedora: “En la puerta se veían brazos que asomaban a dos metros de altura” luchando por salir.

“Eran personas que buscaban desesperadamente escapar y no se daban cuenta de que estaban encima de otros jóvenes desmayados o heridos”, rememora entre lágrimas.

Luego ingresaron y prefiere no recordar más: “El olor que respire ahí nunca lo había percibido y nunca más quiero hacerlo. Los minutos que estuve dentro del boliche prefiero no recordarlos porque me da tanta bronca y lástima”.

“Pasamos toda la madrugada y la mañana retirando cuerpos intoxicados, ensangrentados o fallecidos junto al llanto profundo de los familiares, amigos y conocidos. Eso complejizaba el trabajo porque nos afectaba. Muchos piensan que los bomberos no tenemos sentimientos debido a que estamos acostumbrados a estos casos. Obviamente, no es así”, reflexionó.

“UNA DE LAS MAÑANAS MÁS TRISTES QUE VIVÍ”

A pesar de la crudeza de los hechos que le tocó vivir a él y a sus compañeros, a los bomberos les dieron un solo libre para descansar. “No me pareció correcta la decisión, habíamos vivido un hecho histórico y parecía que (las autoridades) no habían tomado dimensión de lo ocurrido”.

Por esa decisión, Dario decidió renunciar. Pero una semana y media después, el 10 de enero, regresó al cuartel; dice que pudo recapacitar su decisión. Un año después declaró ante la Justicia y en 2008 en el juicio oral.

“Fue una de las mañanas más tristes y depresivas que viví -confesó-. Ver a todos los familiares en un ambiente desolado me afectó y estuve unos meses yendo a terapia. Ir a ese juicio revivió imágenes que mi mente había borrado.”

El tiempo pasó y Salgado no abandonó lo que más le apasiona: ser bombero. Aún así reconoce que su profesión “deja muchos traumas con los que pocos pueden convivir o sobrellevarlos”.

“UNA TORRE DE CUERPOS”

Uno de los que estuvo con Salgado aquella noche fue Marcelo López, que hoy tiene 48 años y asegura tener “recuerdos borrosos” de Cromañón porque su “subconsciente ha eliminado” muchas cosas. 

Pasó por distintos procesos psicológicos para sobrellevar sus traumas: “Años de terapia y psiquiatría me ayudaron a superar ese evento”, dice por Cromañón.

Una historia muy distinta es la del voluntario Eduardo Cortez, de 45 años. Hace 20 años atrás compartía estación con Darío y Marcelo pero hubo una diferencia: cuando llegó la alerta del incendio en el boliche él estaba fuera de horario de servicio.

No obstante, llegó hasta allí gracias a un aviso de su madre. Una vez actualizado de lo ocurrido empezó a ayudar a sus colegas sin ponerse el traje antiflama de bombero. “Era un lugar con escasa iluminación, no se veía nada. Tenía que salir y volver por el olor y el escaso oxígeno que circulaba”, recordó. 

Hasta que vivió el horror: “En un momento ingresé a los baños y mire una torre de cuerpos completamente inmóviles, uno encima del otro. Tuve una mala sensación que me sigue recorriendo el cuerpo cada vez que me acuerdo”.

De los sanitarios no pudo rescatar a ninguno. Una vez más se movió hacia la calle y se vistió con el uniforme obligatorio. Ayudó junto a sus compañeros a distintos chicos y chicas tirados en la vereda.

“VALORAR LO QUE UNO TIENE”

Luego de la intensidad de la madrugada, el operativo finalizó al mediodía y la mayoría de lo que ocurrió con la luz del sol no lo recuerda. “Cuando volví al cuartel, me disocié (SIC)como nunca antes, pensaba en todo y a la vez en nada”, reconoce.

Para él, aquel 31 de diciembre de 2004 “fue el día en el que uno recalcula todo lo vivido y los sentimientos se unifican en un solo pensamiento: rabia por la mala organización que se llevó cientos de vidas inocentes”.

“Esa noche sirvió para valorar todo lo que uno tiene como persona: familiares, amigos, pareja con salud. En el día a día uno no se da cuenta pero hay que valorar que uno tiene todo esos seres queridos”, consideró.

En 2012 Eduardo se mudó a Ushuaia, Tierra del Fuego, para tener una familia junto a Liliana. Los dos son enfermeros en el Hospital Regional y, además, él continúa siendo un servidor público en el Cuartel de Bomberos Voluntarios de la capital provincial.

“Tenemos dos nenas hermosas. Cuando mis hijas empiecen a salir a boliches o bares estaré ahí para recomendarles que vayan a lugares seguros y que se cuiden”, compartió.


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