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CULTURA

Fierros eran los de antes

Vehículos históricos, coleccionistas orgullosos, la historia a la vista. Un día en el “Encuentro Internacional de Autos Antiguos y Clásicos” en Concordia, Entre Ríos. 

Vehículos históricos que quizás sólo han sido vistos en películas en blanco y negro. Coleccionistas amantes de la historia, obsesivos de los detalles, del armado con piezas originales que quizás llevan años en conseguir. Herederos de una tradición que atraviesa generaciones; son parte de una fiesta que cada año gana más adeptos.

Comenzaron a llegar a la costanera en fila india como desfile militar. Con banderas argentinas y uruguayas que flameaban desde de sus ventanillas como objeto identificatorio de su lugar de procedencia. Tocando bocina para captar la atención de algún desprevenido, como si el propio hecho de ver máquinas de cuatro ruedas de principios del siglo XX, muchas de ellas con un brillo sólo visto en salas de exposición, ya no llamase la atención de los transeúntes. 

Acto seguido, bajo las órdenes de un joven con boina, tiradores y zapatos estilo tanguero, empezaron a estacionarse a 45° uno al lado de otro preparándose para la ocasión.     

Fierreros avezados, curiosos ocasionales, nostálgicos y apasionados del mundo automotor, deseosos de ver cómo los propietarios desenfundan y exponen sus reliquias que alguna vez fueron tendencia, se hicieron presente en abril en Concordia para disfrutar del “Encuentro Internacional de Autos Antiguos y Clásicos”.

Con diferentes actividades como muestras estáticas de los rodados con sus dueños vestidos de época, puestos gastronómicos y caravanas que recorrieron los puntos claves de la ciudad, el tiempo retrocedió al menos por un rato y copó las calles para el deleite de los espectadores.

Múltiples marcas, colores, formas y motorización, pero siempre dentro del estilo clásico, rememoraron tiempos de más tierra que asfalto, de más fierro que plástico, de más funcionalidad que modernidad.

“Les pido que disfrutemos con los ojos y no con las manos”, expresó micrófono en mano Eduardo, uno de los organizadores, antes de finalizar la presentación del evento y como forma de ordenar al público a la hora de apreciar los automóviles.

Esta vez, en el séptimo encuentro, fueron más de 60 unidades las que participaron superando ediciones anteriores. No importa el cómo, la idea es llegar a donde los convoquen, encontrarse con colegas o camaradas para compartir anécdotas, historias y mostrarle a la gente que lo antiguo también tuvo y tiene su encanto.

Algunos llegan desde diferentes puntos de nuestro país y otros tantos desde la República Oriental del Uruguay. Los menos sacrificados -esta vez- son los locales que apenas tuvieron que abrir su garaje y hacer un par de cuadras para sumarse. Entre ellos está Ismael, quien vive a pocos metros del lugar del evento y que trajo su Ford Falcon modelo 1960 que compró a mediados de la década del 90, y que cuenta que pasó un día por un taller, vio el vehículo y se lo cambió a su dueño mano a mano por su Jeep de ese momento. 

“Lo uso los fines de semana para salir a pasear. Pero lo más loco que he hecho, es irme desde Concordia hasta Tierra del Fuego, 8.000 kilómetros ida y vuelta. Tuve algunos percances, pero se la bancó el Falcon”, sostiene orgulloso al hablar acerca del uso y las historias detrás de su Ford.   

El resto, en su gran mayoría, deben poner a punto esas máquinas que más de medio siglo atrás recorrían caminos inhóspitos de pura tierra y poca señalización, y montarse al asfalto actual para viajar una gran cantidad de horas hacia la cita de turno.

Otros, deben armar una logística más grande y traer sus autos vía remolque. “En nuestro caso son aproximadamente 11 horas de viaje desde La Floresta, Uruguay. Lo subimos a un tráiler y arrancamos, pero no podemos venir rápido por la ruta”, expresa Beatriz, dueña de un camión de bomberos que este año cumplirá 100 años de existencia. 

Asimismo, agrega que si bien fue su marido (hoy fallecido) quien lo armó, actualmente es ella quien continúa con su legado y espera que sean sus hijos y nietos quienes conserven no sólo el vehículo, sino también el amor por participar en este tipo de encuentros y mantener viva la llama de lo antiguo.

El compromiso de los protagonistas es absoluto. En muchos casos, a parte del auto, también se pone el cuerpo al servicio de la ocasión. Los dueños se mimetizan con sus rodados y se visten como si estuviesen yendo a un típico encuentro de té inglés o a un almuerzo tradicional de domingo. Sombreros con plumas, trajes impolutos, zapatos doble color con un brillo inmaculado, decoran -aún más- el clima de época. Grandes y chicos, nadie se pierde la oportunidad de presumir su “look” y mostrar, al menos por unas horas, la elegancia del pasado.

Si bien las estrellas principales que convocan son los automóviles, cada detalle agrega su cuota y genera en el público asistente un efecto inmersivo en lo añejo, en lo alguna vez ocurrido, en la antigüedad muchas veces añorada para transportarse al presente y volverse material a través de esas máquinas. 

Ese olor a viejo, a polvo, a cuero artesanal, a chapa y fierro, evocó tiempos de caminos de tierra sin luces, de palancas de cambio al volante, de ventanillas bajas para contrarrestar el calor, de mucho mecánico improvisado que debía aprender sobre la marcha para llegar a destino y donde la intuición y el riesgo eran parte inherente de cada travesía que emprendía ese Ford o Chevrolet. 

Finalizado este contacto efímero con el pasado, todo volverá a la normalidad y la modernidad tomará el poder nuevamente hasta que el próximo encuentro convoque a estos fanáticos de lo antiguo y clásico y los vuelva a juntar en un nuevo destino.


*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.

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