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“Cada uno tiene su Cromañón”

Fotografía: Ana Villegas

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Sobrevivientes de la masacre en el boliche de Once cuentan cómo las heridas psicológicas de aquella noche los siguen marcando. Hay quienes no soportan cualquier humo, otros tienen pánico a las multitudes o miedo a los ruidos fuertes.


Luego de 20 años del incendio de Cromañón, muchos de los sobrevivientes siguen sintiendo secuelas de aquella noche. Los grupos de familiares de las víctimas lograron que la Legislatura porteña apruebe una ley de reparación vitalicia para los sobrevivientes. “Son cosas que tenemos derecho porque se lo estamos pidiendo al mismo Estado que fue responsable de lo que pasó”, afirmó Belkys Contino, una de las sobrevivientes del incendio.

“ESPERA LA MUERTE”

La masacre afectó a toda una sociedad, pero sobre todo, a quienes estuvieron presentes esa noche. Belkys tenía 16 años cuando fue al recital de Callejeros. Lo primero que se le pasó por la cabeza cuando se dio cuenta de que el lugar estaba en llamas fue esperar. Había tenido la intención de salir, pero después pensó ‘¿cuánto pueden tardar los bomberos?’ No tenía posibilidades de salir así que en mi cabeza empecé a tararear una canción de Divididos. Fue una forma de decirme a mí misma ‘espera la muerte”.

Luego de esa noche, no tuvo recuerdos. Según su madre, Belkys se quedaba tildada mirando un punto fijo y los primeros años experimentó disociación. Ella relata que fue difícil elaborar lo que había pasado y tardó en relatarlo desde su propia vivencia: “Al ser algo público, era mucho el relato de afuera y la construcción que había desde lo interno era limitada, elaborar Cromañón es poder conjugar esos relatos que venían de afuera con la vivencia propia y ponerlo en contexto”.

Nueve años después tocó fondo. Como hacía terapia desde antes, durante las sesiones empezaron a salir cuestiones de la masacre, y fue ahí cuando comenzó a trabajarlo. Durante ese proceso de asimilación experimentó pesadillas: “El sueño del incendio es el más usual, pero mi miedo diario cuando no estoy durmiendo, es el aplastamiento, cuando voy a una marcha o a un recital, pero cuando duermo, sueño con un incendio o que me

ahogo”.

En el boliche República de Cromañón había 4500 personas, la capacidad admitida era de 1331, había casi cinco veces más personas de las que permitía el lugar.

Belkys recalcó que lo que más la ayudó a confrontar la situación fue la militancia; acercarse a grupos, escuchar otras voces y empezar a formar una opinión desde la vivencia personal, pero puesta en un contexto político: “Me ayudó a no sentirme sola, a tener un otro para poder hablar no solo lo que me pasa a mí, sino que nos pasa como sociedad cuando se habla de Cromañon”. 

NOCHES SIN DORMIR

Guadalupe Ortiz y Claudio Balbuena, también sobrevivientes, sintieron lo mismo que Belkys al momento que arrancó el incendio. Ambos creyeron que todo iba a estar bien hasta que se cortó la luz. Claudio comenzó a entrar y salir del lugar para buscar a sus amigos: “Yo había alentado a mis amigos para que vayamos a ver a Callejeros, la banda que tocó esa noche, y si yo no insistía nadie iba a ir. Mi único miedo era que les pasara algo a ellos. Fueron noches sin poder dormir y ataques de pánico”.

Además, él estaba por ser padre, y mientras buscaba a sus amigos pensaba “gracias a Dios que Romina (su esposa) no vino”. “Después de Cromañón, durante tres años caí en las drogas, creía que era un apoyo porque me hacían olvidar de la masacre y esa adicción me llevó a perder a mi familia, pero logré salir adelante resguardándome en la iglesia Evangélica”, contó Claudio.

Los ruidos le hacían mal, tuvo que dejar muchas cosas de lado por ese motivo: “Recién luego de 10 años de Cromañón pude volver a un recital. Tenía una banda de rock, la cual abandoné, y también por un tiempo, me aparté de mi oficio; era carpintero y los ruidos eran insoportables, sin embargo actualmente tengo mi propio taller de carpintería”.

“CADA UNO TIENE SU CROMAÑÓN”

Guadalupe, por su parte, pasó por dos diferentes estados emocionales: “Me daba miedo el humo del colectivo y me costaba viajar en subte, me bajaba y me volvía a subir. También tuve neumonía y estuve con tratamientos tres años porque la flema me salía oscura, todo me recordaba a Cromañón”.

Después comenzó a fingir demencia hasta que, tras 10 años del incendio, la televisión y otros medios de comunicación resurgieron el tema de Cromañón, por lo que decidió contactarse con padres que habían perdido a sus hijos: “Tenía miedo de acercarme a ellos ya que pensé que me odiarían porque yo estaba viva y sus hijos no, pero el recibimiento fue muy cálido, hasta me entendieron más que mi propia familia”.

“Todos cambiamos a lo largo de la vida dependiendo lo que nos pase, la vida es un sube y baja, hay que trabajar para trascender lo que nos pasa, cada uno tiene su Cromañon”, afirmó Guadalupe. 


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