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La otra cara de la vida de Harry Kane

El killer del área, de 31 años, ganó la Bundesliga y rompió con la maldición y los dichos, que se generaron alrededor de su figura, por no poder salir campeón.

Ahí va Harry Kane, la resiliencia hecha persona, en busca de ella, su tan negada y deseada coronación. Camina unos pasos por la alfombra roja, saluda a su público del Allianz Arena y cada vez se acerca más. La mira a lo lejos y se frota las manos, sabe que ya por fin le llegó la hora. Ella, hecha de plata de ley, lo espera, reluciente, en reposo sobre su pedestal.

Unos días atrás, la noticia no le había llegado de la mejor forma posible. No fue un gol suyo ni en un partido del Bayern Munich. Fue por un empate ajeno. En un bar junto a su compañero y amigo, Eric Dier, se enteraron de que el Bayer Leverkusen no había ganado su partido contra Friburgo (2-2), un resultado que automáticamente los convertía en campeones. La explosión de felicidad, contenida por años de espera, se liberó en ese momento. Acto seguido pusieron en los parlantes del local la canción “We Are the Champions” de Queen. Se abrazaron y cantaron con la emoción de saber que lo habían logrado.

Finalmente, sobre el césped, esa certeza se hace realidad. Dos excelentes temporadas en Bayern le bastaron para que, tras 16 años de carrera, pudiera gritar “campeón”. La Meisterschale y el talentoso delantero de 1.88 metros se encontraron en ese instante. Él la levanta y la admira. En el rostro en el que alguna vez hubo lágrimas de frustración y tristeza, ahora solo caben las sonrisas y la alegría.

Algunos años antes: sobre el césped están los mayores proyectos de Arsenal, chicos de la categoría 93’ corren, dan vueltas, patean pelotas y se preparan para terminar su sesión de entrenamiento. Entre ellos está un niño de pelo corto rubio, que sueña con ser el capitán y figura de su selección, la inglesa, pero todas esas ideas son interrumpidas cuando una figura de un hombre mucho más grande que él se le para al lado, el pequeño lo mira y ve al director de desarrollo juvenil, Liam Brady, quien, en ese momento, le comunicó que estaba fuera del equipo y que sería recortado del plantel de la temporada 2002/03 por exceso de peso. Kane se marchó con los puños apretados, sabía que tenía que luchar mucho más que el resto si quería hacer realidad sus deseos. Pero en esos momentos en los que uno debe ser fuerte y continuar. Siempre es necesaria la ayuda de los demás y ahí estaba Katie Goodland, actual esposa del 9 de Bayern. En aquel momento eran solo compañeros de la Chingford Foundation School, pero de igual forma, el pequeño recibió la contención de la chica que le gustaba, su mejor amiga. “Katie ha estado siempre conmigo y ha sido un apoyo increíble en los momentos más importantes de mi carrera”, dijo la leyenda del Tottenham Hotspur. Por su parte, Goodland comentó que está muy orgullosa de él y que es su fan número 1. Está más que claro, él no sería la máquina goleadora que es sin ese apoyo que le brindan en su hogar.

En el patio de su casa, hay dos bestias peludas, atentas y alertas a cualquier sonido aguardan que ellos regresen. Uno es de un color más claro, mientras que el otro de un tono oscuro, ambos acompañan a la familia hace más de ocho años. Son Brady y Wilson, los labradores de la familia, compuesta por sus cuatro hijos: Ivy Jane, Vivienne Jane, Louis Harry y Henry. Llevan ese nombre por los jugadores favoritos de la NFL del capitán de Inglaterra, Tom Brady y Russel Wilson. Sobre esto, el nacido en Walthamstow comentó: “Brady creía mucho en sí mismo y siguió trabajando, casi obsesivamente, para mejorar. Me recuerda a mí. Requeriría mucha práctica, pero sí, es algo que me encantaría. Llevo siguiendo la NFL unos 10 años y me gusta, así que me encantaría intentarlo”. Además, el ex Leicester City ama tanto a sus perros, que cuando le toca viajar lejos, hace videollamadas para mantener contacto con ellos.

Bajo el sol de la tarde hace mucho calor, pero lleva una gorra puesta. El pasto se extiende verde y muy cuidado, él se concentró en la pelota a sus pies, que, en esta ocasión, no era una número 5 ni una ovalada. Respiró hondo, al agarrar el mango, lo sentía como una extensión de sus brazos. El swing fue fluido y potente, culminando en un seco golpe de la cabeza del palo contra la bola. La vio ascender como un proyectil blanco perforando el cielo, y supo por su gran puntería, que iba directa al hoyo. Es que, Harry Kane, además de romperla dentro de las canchas de fútbol, juega al golf. “Desde que me uní al Bayern he jugado mucho con Thomas Müller. Él realmente es un buen golfista, tiene un swing muy bueno, golpea con pureza la pelota y debe ser un hándicap 3, por lo que tenemos un buen juego cada vez que salimos”, expresó el máximo goleador histórico de Inglaterra.

En los pasillos de Wembley, uno de los mejores futbolistas de la historia caminaba, no era inglés, ni siquiera europeo, pero de igual forma, una gran multitud de personas lo acompañaban y lo seguían a su par. Recorrió varios rincones, saludó a mucha gente y llegó al vestuario. Era Diego Armando Maradona que, en 2017, visitó al plantel de Tottenham Hotspur acompañado de Osvaldo Ardiles, luego de una victoria por 4 a 1 ante Liverpool. En ese momento el Diego le da un consejo de goleador a goleador, le recomendó que no todas las pelotas vayan al segundo palo y que algún apunte al primer, “Los arqueros te miran por televisión todo el tiempo”, le dijo el astro argentino. El centrodelantero asintió con la cabeza, pese a la diferencia de idiomas, y tiempo más tarde recordó: “Me estaba cambiando y Mauricio (Pochettino) me llamó para ir al vestuario del técnico. Yo no sabía que estaba Maradona ahí. Cuando lo vi nos saludamos, nos dimos un abrazo. Él es uno de los jugadores más impresionantes que ha tenido el fútbol. Fue especial pasar un momento con él y que me haya dado un consejo, es una gran persona y siempre recordaré ese día que pasé con él”.

El sol comenzaba a despedirse, teñía el césped de su campo de golf favorito, en Munich, con tonos dorados. Kane, con una gorra ladeada y el gesto relajado, guardó su driver en la bolsa y dejó escapar una pequeña sonrisa de satisfacción por el último golpe. No era el rugido de Wembley o el Allianz Arena, pero la calma de la tarde y el aire fresco eran el contraste perfecto a la presión que siente por un gol. Luego, su mano buscó instintivamente su celular. Una videollamada. Seguramente, Katie y sus cuatro hijos ya esperaban su voz. Era el delicado equilibrio de su mundo, la estrella global anclada en lo simple, el goleador implacable que no olvida sus raíces y sus afectos. Con la mirada fija en el horizonte, donde las luces de la ciudad empezaban a prenderse, un pensamiento lejano se asomaba: el Mundial de Clubes está a la vuelta de la esquina. La resiliencia que lo trajo hasta aquí, esa misma que lo hizo levantarse tras cada fracaso y forjó al campeón que es hoy, seguía intacta, empujándolo a superar el próximo gran desafío.

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