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Hasta el fin de la trata: la vikinga argentina 


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El reloj marca las nueve y media de la mañana en el histórico barrio porteño de San Telmo. Frente al armario, Kitty Sanders contempla una variada colección de prendas: remeras blancas y negras, algunas con estampados militares, camisas azul marino, blancas con dibujos en negro y otras con manchas azules. Entre ellas, destaca una rosa bebé con lunares negros. En algún lugar de la habitación, decenas de pelucas de distintos colores y cortes. Sin embargo, no necesita ninguna de ellas. Por lo menos hoy no, no hay peligro.


Se acomoda el cabello. Peina su trenza con un mechón de pelo fantasia color blanco que cae desde la raíz hasta la cintura. Saluda a Tigre, su pitbull, y se dirige a la puerta de salida, donde la espera un auto que la llevará a su próximo destino. Esta vez no será un burdel en Europa, ni un prostíbulo en el barrio de Once. Tampoco una oficina en Puerto Madero.

—Buenos días, ¿Kitty Sanders? —pregunta el conductor de Uber al estacionar en la calle empedrada. 

Hoy se la conoce como una periodista rusa nacionalizada argentina que da charlas a lo largo del país para concientizar sobre tráfico y trata de personas. Pero su camino comenzó mucho tiempo atrás. Algunos datos son pocos precisos o difíciles de reconstruir, pero es entendible, los superhéroes protegen su identidad secreta. 

El frío con su escarcha vuelve resbaladizos los techos de las casas y congela los múltiples lagos de la Ciudad de San Petersburgo. Mientras en el mundo la Unión Soviética empieza a perder poder, en noviembre de 1987 nace una niña de ojos turquesa. La ciudad de los Zares, llena de arquitectura imponente, historia sangrienta y temperaturas heladas es el punto de partida de la heroína sin capa.

Su abuela eligió el nombre para ella: Kitty. Mientras que para occidente remite al clásico gato blanco con moño rosa, cara de una marca destinada a juguetes de la niñez; en el antiguo eslavo oriental, tradicionalmente ruso antigüo, Kitty significa “llave maestra”. “Ella decía que yo podía abrir cualquier corazón”, recuerda.

Abrir puertas a temprana edad fue lo que le enseñaron. Sin saberlo, ese sería el comienzo de su investigación de ocho años en las oscuridades de las noches donde reinan los proxenetas y las sustancias. Es así como su entrenamiento para defender a víctimas de la trata comenzó desde muy pequeña.

La abuela de Kitty era una veterana de la Segunda Guerra Mundial, integrante del único escuadrón de mujeres que peleó contra los nazis. A pesar de fallecer cuando su nieta tenía 12 años, no dejó de enseñarle a defender-se en el mundo.  

Desde que era chica Kitty escuchaba las duras historias de su abuela sobre las misiones que había realizado, sobre la pobreza reinante en la Unión Soviética, y cómo las madres vendían a sus hijas “por un pollo entero”. A los cinco, además de saber leer y escribir, sabía cocinar. A los 11 ya había aprendido artes marciales

Luego de la muerte de su abuela, la relación con el resto de su familia fue complicada. Así fue como emprendió su primer viaje: Moscú. Allí se unió a un circo y vivió en la calle durante un tiempo, lo que la llevó a conocer otro tipo de realidades y a empezar a forjar su personalidad. 

Ahora, sentada sobre un sillón, acomoda su trenza hacia adelante, se inclina levemente y pone sus brazos sobre las piernas. Con una mirada fija e intimidante mira hacia la cámara. 

—Para mí el peligro no existe— explica sin rodeos y compara su papel con el de un bombero, quién se adentra en un edificio en llamas para rescatar personas y apagar el fuego no piensa en el riesgo, sino en su misión.

Tiene 37 años, investiga desde los 19 pero hace énfasis en que no importa la edad sino los valores. A sus 26 años llegó a Argentina, destino que eligió para echar raíces tras recorrer Europa del Este y países de Latinoamérica. 

Si algo se destaca en Kitty, además de su mirada desafiante y crítica con la cual analiza cada paso que dan a su alrededor, es la curiosidad. Su objetivo siempre fue contar la verdad. Estudió periodismo en la Universidad de San Petersburgo, pero su camino empezó a tener trabas al querer estudiar la industria del porno para adultos. Su tesis fue rechazada por ser un tema prohibido para el Estado ruso

El primer encuentro con una red de trata y el comienzo de su investigación fue a los 20 años. Mientras esperaba en la parada de un colectivo en Uzbekistán, empezó a conversar con una mujer que se encontraba allí. Como si el destino la hubiese preparado para ese primer encuentro, la mujer le contó a Kitty que ella en realidad era de Ucrania, y una red de trata la había traído a Rusia para explotarla sexualmente. A pesar de que ya había pasado tiempo y se encontraba lejos de esa situación, el recuerdo de cómo la metieron en un camión frigorífico para pasarla por la frontera entre carnes de animales, todavía perdura.

Poco a poco empezó a entrevistar prostitutas. En los inicios de su investigación, se acercó a ellas con el objetivo de que pudieran brindarle información. Pero había un detalle, ellas mentían. “Dentro de este mundo criminal, no tenía que acercarme a ellas. Debía ser una de ellas”, subraya. 

Con las noches como aliadas, empezó a variar sus vestidos que cada vez eran más cortos, a utilizar pelucas y a profundizar el color de sus labios. Los tragos de vodka se hicieron agua mientras ganaba más compañeras en los burdeles. A la par, aparecía la mirada oscura y deseosa de los proxenetas y clientes. 

Los ojos turquesas de Kitty se desvían de la cámara cuando recuerda su paso por los prostíbulos. Y siempre vuelve a su abuela. Fue esa influencia la que sembró en Kitty la convicción de que, cuando alguien es fuerte, esa fuerza debe ser utilizada para proteger a los más vulnerables. Un principio que considera el centro.

Su misión era adentrarse en la oscuridad de la noche, en aquellos lugares en donde las mujeres bailan por unos billetes y los hombres eligen quién será su próxima “carne”. Francia, Alemania, Ucrania y Lituania son algunos de los países en los que realizó su misión. Conseguir la confianza de los proxenetas y de las prostitutas. Encontrar los documentos que las retenían en los burdeles, devolverlos a ellas y escapar sin mirar atrás.  

En algunos países tuvo más suerte que en otros. A veces el trayecto era viajar en el asiento de un auto, pero otras lo hacía en el baúl. Fueron incontables las veces en las que un revólver le apuntó la cabeza

Aunque confirma que cada prostíbulo es distinto y el funcionamiento de la red de trata cambia según el país, hay algo en común en Europa que difiere de Latinoamérica: “Los hombres europeos son más perversos, más sádicos. Les encanta lo extremo, como el sadomasoquismo, la zoofilia, necrofilia y pedofilia”. 

Su primera parada en América Latina fue la Ciudad de Juárez, en México, a pocos kilómetros de la frontera de Estados Unidos y reconocida por ser uno de los lugares más peligrosos del mundo según “World of Statistics”.

Allí Kitty continuó su investigación y confirmó la variación de patrones en la red de trata en comparación a burdeles europeos. Cada burdel era un mundo distinto y cada hombre que pagaba por una chica, saciaba su sed de una manera diferente.

Las luces de colores iluminaban el escenario mientras realizaba piruetas en un pole dance. Debajo y sentados, los coyotes (traficante de migrantes) desenfundaban su pistola arriba de la mesa mirando absortos el show. Su viaje continuó en barco hacia Perú y recorrió Colombia y Venezuela en contenedores de carga, con decenas de chicas hacinadas y con temperaturas extremas. 

Mientras corre por la densa selva brasileña de la mano de dos niñas, el corazón de Kitty late con fuerza. Las imágenes de lo que acaba de suceder vuelven a ella de manera fugaz. La adrenalina la impulsa a seguir adelante, a proteger a las pequeñas a su lado. Mientras, la espesura de la selva parece cerrarse alrededor como testigo silencioso de su huida.

Era otra de las lujuriosas noches de Río de Janeiro, mientras Kitty trabajaba pudo advertir de dos niñas de 10 y 11 años que se encontraban en aquél prostíbulo. Aquellas chicas, que habían sido secuestradas en un barrio de Sao Paulo, estaban siendo abusadas.  

Sin dudarlo las tomó de la mano y escapó por la selva para salvarlas, hasta llegar a una ruta. Todas lastimadas, con la ropa rasgada y llenas de sangre por el filo de las ramas, hicieron dedo hasta que un camión se detuvo.

“Salva a nosotros”, le dijo Kitty al chofer. Las escondió en la parte trasera donde transportaba cerámicos. En el trayecto, el vehículo fue detenido varias veces por los policías que abrieron los portones de la caja, pero no las vieron. El conductor pudo continuar viaje y llevarlas hasta sus familias. Kitty no supo más de ellas.

“Exclusivo: Amenazada por investigar la red de trata”, dice el titular de crónica TV en el cual se presentó Kitty para mostrar su trabajo y desenmascarar proxenetas. Es 7 de noviembre de 2017 y una de sus primeras apariciones en canales de televisión

Su llegada a Argentina fue en 2010. Estuvo tres meses recorriendo posibles lugares de trata. Puerto Madero, Once, Retiro y Constitución recibieron su visita. 

Luego viajó a Chile donde la situación se tornó cada vez más complicada. Después de desarmar una red de trata en Antofagasta, la policía la demoró y acusó por robarse una serpiente de un club de striptease. Pero su voz se hizo escuchar y con la ayuda de la prensa, la Policía de Investigaciones de Chile (PDI) la liberó.

Pero esta situación la puso en peligro y en la mira de todos. Su historia, su cara y su investigación, salieron a la luz y empezó a recorrer el mundo entero. En 2013 volvió a Argentina, lugar que eligió desde entonces como su hogar

—Ya no pude adentrarme en los burdeles como hacía antes, mi cara era conocida. Empecé a ayudar de otra manera, a contactarme con la policía, dar charlas, informar y concientizar— entona Kitty mientras revuelve un café sin azúcar.

No hay que irse muy lejos para encontrar lo ilegal. Menciona que salvó a chicas y chicos de la Villa 31. Sin embargo, si uno se para en el Puente de la Mujer en Puerto Madero y mira hacia el cielo, en aquellos edificios con luces encendidas, se encuentran hombres que pagarán lo que sea por acostarse con una “prostituta”. 

Pero su vocación no distingue entre mujeres, hombres o niños. Ella ayuda, investiga, se asesora y salva. 

Poco a poco empezó a crear una red de apoyo. Personas voluntarias que empezaron a conocer la causa de Kitty y quisieron colaborar. Con información de investigación, o con ayuda a los rescatados y rescatadas para reinsertarse en la sociedad. 

Los voluntarios, 8 mil distribuidos a lo largo de toda Argentina, no tienen nombre y se manejan en el anonimato. Solo Kitty sabe quienes son y los protege. “Yo soy la cara visible, para que no corran riesgo”, remarca. 

Hace poco dos chicos recibieron el cuidado de Kitty en su casa por unos días. Había recibido la información de gritos y llantos en una habitación del barrio porteño de Palermo. El proceso de investigación tardó unos días hasta que pudo entrar en conjunto con la policía. En efecto, eran dos varones menores de edad atados, desnudos y desnutridos en una habitación: “El olor era tremendo”.

—Los llevé a mi casa hasta que pudiera encontrarles un hogar para que se puedan reacomodar. Les preparé una milanesa, pero no hubo forma de que comieran. Estaban acostumbrados a comer arroz y huevo. Sin eso lloraban. No conocían lo que era un baño y todo el tiempo temían que me fuera— recuerda Kitty. 

A pesar de haber vivido experiencias traumáticas y de haber conocido cientos de historias de vida, a Kitty no deja de sorprenderle la falta de empatía y preparación en los profesionales que abordan estos temas

Cierra sus ojos y se ubica en el llamado que recibió de la policía para desmantelar una red de trata en el barrio de La Paternal. En aquel momento le pareció correcto que una psicóloga se acerque a los niños que había rescatado de aquella habitación. Pero el ambiente se volvió cada vez más tenso cuando la especialista tomó al niño de los hombros porque no quería hablar y él respondió mordiendo. Entre manotazos de Kitty por defender al menor, las tuvieron que separar. Ahí se dió cuenta de la importancia de concientizar a todos y todas en cómo tratar a las víctimas y sobre todo: nunca tocarlas. 

Hoy, Kitty está en Villa Crespo para contar su historia. Ayer en San Telmo mezclando las hierbas del té ruso con el mate mientras pasea a su perro. El fin de semana estuvo en Oberá, Misiones, dando algunas charlas, lugar clave para el tráfico de personas. Dónde estará mañana es incierto, pero lo que sí se sabe es que siempre está atenta a cada movimiento. 

—No debes pensar sobre tu miedo, sobre lo que vos sentís. Tenés que estar pensando solamente en salvar a la otra persona. Analizar con mente fría para saber dónde avanzar y sobre todo, cómo rescatar— exclama Kitty. Guarda su libro “Prolegómenos Al Libro Carne” y su reciente juego infantil “Los camino de la prostitución” en una carpeta. Acomoda las mangas de su camisa y tira su trenza sobre su espalda. Saluda con dos besos en el cachete y perfila hacia la salida.

La trenza que lleva Kitty es una forma personal cargada de historia y símbolos. Se inspira en las mujeres guerreras que, siglos atrás, rapaban los costados de su cabeza y tejían una trenza cosida con un mechón del color de su tribu. Su abuela también portaba este peinado. Para Kitty la trenza representa su reconquista personal después de los años en que su cuerpo e identidad fueron cooptados en los burdeles donde trabajó infiltrada. Es por eso que al finalizar su investigación se apropió de sí misma y eligió cómo vestirse, qué peinado llevar, si maquillarse o no, y qué aspecto físico mantener.

Mientras se dirige a la puerta vidriada, el sol del mediodía refleja y encandila a quien quiera tocar su espalda. Su trenza baila al ritmo de sus pasos lentos y la figura de una vikinga nórdica se pierde entre la gente. 


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