Muchos jóvenes se ven influenciados por contenidos en Tiktok que sugieren trastornos en temas relativos a salud mental. La falta de acceso a profesionales y la brecha sanitaria agravan el problema. Regulación de influencers y plataformas: claves para proteger la salud pública.
A pesar de que se trató con profesionales y nunca le indicaron nada al respecto, Camila de 24 sospecha que tiene algún tipo de déficit de atención. Se distrae fácilmente, necesita agarrar el celular después de leer durante más de 20 minutos, le cuesta fijar horarios y tener una rutina prolija.
El otro día, tirada en el sillón y scrolleando en TikTok, se topó con un video que llamó su atención. “Estas son cuatro señales de que tenés Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH)”, decía una joven con un piano de fondo mientras señalaba síntomas que aparecían sobre la pantalla: consumo excesivo de café, olvidos frecuentes, compras impulsivas, hablar mucho. “Sí. Yo tengo todo eso”, pensó Camila.
Después de los 58 segundos que duró ese video, fue al siguiente. “Tres tips para preparar el mejor pan case…”. No la convenció. Scrolleó de nuevo. “Te cuento mi experiencia con el TDAH”. Esta vez el video duraba más de tres minutos, pero se quedó hasta el final.
Antes de que pueda pestañear, le apareció otro más: “Así suena la mente de una persona con déficit de atención”. Mientras más veía, más videos le aparecían con influencers que hablaban del TDAH, los síntomas, actuaban sketches con sus patologías y daban recomendaciones. Hasta que Camila se convenció.
En ese momento se lo insinuó a su psicóloga, quien lo desestimó bajo el argumento de que lo que le pasaba no debía encajar si o si en un diagnóstico, o que al menos en ese no encajaba.
Este tipo de contenido en internet no pasa de largo para los especialistas en tecnología y comunicación. Por eso, Amnistía Internacional presentó “Domar el algoritmo”: desafíos para la salud mental y privacidad en el uso de Tik Tok Argentina, un informe elaborado a partir de las experiencias cotidianas de jóvenes de entre 13 a 25 años con esta plataforma.
Entre los hallazgos de la investigación, un mismo tema insistió: la profusión de autodiagnósticos respecto de síntomas percibidos como problemas de salud mental. Experiencias personales, consejos y recetas vinculadas con el bienestar emocional difundidos a través de “influencers” es un resultado sobresaliente del estudio, no sólo a través de las vivencias relatadas por los entrevistados, sino también porque describen estas circunstancias como comunes entre sus amigos y en sus entornos académicos o laborales.
Sumado a esto, los usuarios reconocieron en el informe que es una plataforma particularmente adictiva: en el informe todos aseguran que les cuesta mucho dejar de ver videos y que tienen sensaciones de “pérdida del tiempo”, “pérdida de control”, e incluso de “abducción”.
Este proyecto etnográfico, el primero de este tipo en el país, fue liderado por el doctor en Comunicación e investigador del Conicet Martín Becerra y la doctora en Antropología Victoria Irisarri.
“Si bien el autodiagnóstico es una práctica generalizada, en TikTok adquiere una dimensión singular ya que la programación algorítmica de la plataforma prioriza básicamente al individuo como totalidad y no necesariamente a su red de contactos (comunidad), por lo que aísla e interviene sobre los gustos de cada usuaria/o, potenciando la personalización de los contenidos”, comparte Becerra.
En consecuencia, en el caso de videos que orientan el autodiagnóstico, lo que ocurre es que resultan más personalizados y a la medida de las características personales de cada usuario. Si alguien cree que tiene ansiedad, el algoritmo va a ir a fondo con eso.
¿El autodiagnóstico es parte de un clima de época?
Para la psicoanalista infantojuvenil y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) Diana Sahovaler de Litvinoff, una huella de esta época es la proliferación de diagnósticos como rasgos de identidad: una persona padece un malestar, se encuentra con un diagnóstico y se lo apropia. “Parece que a través del diagnóstico hay una solución al tema, pero muchas veces tiene que ver con liberarse de la responsabilidad personal de qué es lo que sucede con el sufrimiento personal”, dice la especialista.
Y agrega: “Daría la impresión de que la gente que dice ‘soy autista’ o ‘soy ansioso’, explica su sufrimiento a través de eso en lugar de cuestionarse qué es lo que pasa con él, por qué no se conoce a sí mismo, por qué le cuesta relacionar su sufrimiento con un manejo de la realidad que es que no se conoce”. “Aún así, los diagnósticos nunca son puros: cada caso es individual, personal y subjetivo”, remarca la especialista.
Ahora bien, si hay tanta información circulando sobre temas relativos a la salud mental es porque hay un público que lo demanda, cuya primera fuente de consulta es eso que tienen más a mano: su celular. Cuando la población termina consumiendo TikTok como único modo de entender lo que les está pasando, empezamos a pisar terreno resbaladizo porque se promocionan soluciones que no son las más adecuadas.
Un punto de partida es el siguiente: no todo el mundo tiene acceso al cuidado de su salud mental. El expresidente de la Asociación de Psiquiatras de Argentina (APSA) y psicoanalista Santiago Levín, utiliza el concepto de “brecha sanitaria” para referir a la distancia entre la cantidad de personas que deberían acceder a un tratamiento y la oferta.
“En Argentina, la brecha es altísima para muchos padecimientos mentales. Por ejemplo, para la esquizofrenia (que afecta al 1% de la población mundial), la brecha sanitaria supera el 80%. Eso significa que de cada 10 personas que tienen esa enfermedad, 8 nunca van a tener ni siquiera un diagnóstico”, lamenta Levín.
A esto se le suma el deterioro del tejido social en los últimos 40 años: “Pasamos de haber sido uno de los territorios más igualitarios de la región, incluso a niveles europeos, a ocupar el top de los países con mayor cantidad de pobres e indigentes y con un sistema de Salud fragmentado”. Con los presupuestos de salud y educación puestos en cuestión, opina que “estamos muy mal” en términos de “ofrecer a la población herramientas o la facilitación para pensar modos creativos de obtener alivio de sus síntomas y padecimientos mentales”.
Si consultar con un profesional en Argentina supone atravesar por la lentitud, burocracia y costo de atenderse en un sistema de salud, donde incluso en el sector público atenderse tiene costos en términos de espera y de traslado; no es casual el éxito y la masividad de algunos creadores de contenido.
Mucho menos si se los piensa en una cultura en que la posibilidad de hallar respuestas inmediatas, -en teoría- gratuitas y sin demasiado esfuerzo en internet está generalizada. Googlear “cómo se llama lo que tengo”, mirar videos de personas que explican la salud mental sin tener la información necesaria y recurrir al auto diagnóstico son, según Levín, “pseudosoluciones” que aparecen “cuando nadie te cuida desde lo colectivo”.
Nos encontramos entonces en un panorama en el que se opone la simplificación de los consejos de los influencers contra la complejidad de los diagnósticos científicos del saber médico en un ambiente sociocultural que prefiere “atajos simplificadores” antes que “la escucha de temas complejos”. “Por cierto, la simplificación de sus discursos en temas de salud es maquillada además por la pericia en el dominio de formatos y soportes digitales, lo que en muchos casos dota de atributos atractivos sus contenidos, aunque estos sean dañinos”, suma Becerra.
Entonces, ¿los influencers son seres diabólicos que vienen a reemplazar el rol del Estado en materia de salud? No exactamente. En muchos casos, el influencer tiene una función social muy importante que, contando sus propios padecimientos desde el cariño, el respeto y la no violencia, puede ayudar a disminuir el estigma todavía pesa sobre los padecimientos mentales y que hace que mucha gente los oculte.
El problema es que las iniciativas individuales de los influencers, aunque tengan cientos de miles de likes en las redes, no cumplen la función sanitaria que se necesita a nivel poblacional. En esa línea, para Levín “la cara y la palabra de un influencer” se pueden convertir en un “instrumento sanitario importante” cuando eso está en coordinación con una política estatal.
En definitiva, el especialista de APSA considera: “La brecha sanitaria sólo se puede achicar con políticas estatales sostenidas en el tiempo y con el presupuesto correspondiente porque son las únicas que pueden cambiar realidades públicas, realidades sociales y realidades sanitarias”. Este es un punto de acuerdo con Becerra, quien argumenta que “el Estado no toma conciencia” de la magnitud del problema del autodiagnóstico y de su retroalimentación con la falta de acceso ágil al sistema de salud, que termina empujando a muchas personas a consultar en Tik Tok.
Aún más, en otros países -como Francia- la actividad de los influencers está regulada y las empresas dueñas de plataformas digitales también cuentan con obligaciones referidas a contenidos sobre salud. “Sería ideal que el Estado en la Argentina, y por Estado me refiero no sólo al Poder Ejecutivo, tome nota de esas experiencias de otros países para avanzar en una materia que es delicada, masiva y afecta sobre todo a los segmentos jóvenes y adolescentes de la sociedad”, puntualiza Becerra.
No deja de ser un problema estatal que cierta parte de la población se eduque sobre salud mental en las redes sociales, ni es cuestión exclusiva de los que usan TikTok. “La información sobre salud mental requiere curaduría científica y profesional; y las empresas dueñas de las plataformas son responsables de cumplir con sus normas comunitarias, para lo cual deben velar por que los contenidos que comprometen la integridad de sus usuarias/os y que pueden amenazar sus vidas mismas, sean retirados y revisados por profesionales de la salud”, concluye Becerra.
*Estudiante de la carrera de Periodismo. Nota también publicada en Diario con Vos.
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