El fundador de la Escuela de Surf Kikiwai en Mar del Plata cumplirá 80 y 61 años dando clases del deporte en el que fue pionero en el país.
Un niño de ocho años lanza maderitas al mar. Una y otra vez, las ve flotar y regresar a la orilla. Puede tener todo lo que desee a nivel material, pero allí está, con los pies sumergidos en el agua fría dejándose hipnotizar.
Daniel Gil nació el 4 de marzo de 1945 en la Ciudad de Buenos Aires, en el corazón del barrio porteño de Recoleta. Fue el quinto hijo de ocho hermanos no nacidos. Su madre frágil y creyente le inculcó la religión católica. Su padre, empresario y miembro de la comisión directiva del club de fútbol Boca Juniors, lo llevó a viajar por el mundo.
Él disfrutaba su niñez barrenando el mar. Cada vez que la familia visitaba su casa de verano en Mar del Plata se animaba a jugar con las olas. Con el pecho flotando sobre la superficie y unas patas de ranas para ganar velocidad, se dejaba llevar.
—Era el hobbie más grande que tenía, me la pasaba saltando en el agua. El casero era carpintero y me daba los recortes de madera para que los llevara— recuerda mientras su mirada celeste sigue atenta el movimiento del agua.
En marzo cumplirá 80 años y, como aquel niño, sigue cerca de la bruma y la sal. Fue de las primeras personas en ingresar una tabla de surf al país y correr de pie las olas de Mar del Plata. Tiene el cabello canoso y las arrugas de su frente están teñidas por el sol. Construyó su casa sobre la arena justo donde finaliza Punta Mogotes y comienzan las playas del Faro. Allí fundó la Escuela de Surf Kikiwai.
—Yo veo tipos hechos mierda que no sonríen… Llegan arrugados, con ojeras, pálidos o verdes. Y se van por la tarde colorados, contentos y agradecidos. El agua salada los renueva.
—¿Te contó cuando se disfrazaba de soldado y patrullaba el Bosque Peralta Ramos? Éramos chicos y mamá tenía que completar un formulario. Como no sabía qué responder puso que su profesión era comerciante— comenta y sonríe su hija Rocío. Es la cuarta de siete hermanos de sangre a los que se suman su media hermana Patricia, primogénita de Daniel, y Surfiel, hijo de María, actual pareja de su padre. Todos entran con su tabla al mar. Todos están vinculados al arte.
Enérgico y cambiante como las corrientes del mar, Daniel “Lobo” Gil ganó ese apodo cuando montó la empresa de seguridad. Un viejo lobo de mar que también trabajó en el campo de su primo, tuvo un barco pesquero, abrió una empresa de sweaters, fundó una productora y vendió obras de arte de su autoría.
Su vida está colmada de experiencias: viajes sin rumbo, meses viviendo en un auto acompañado de una guitarra, la Biblia y su perro, noches durmiendo en una carpa con otros perros mientras construía su casa y emprendimientos de todo tipo para subsistir y criar a sus hijos.
A los 16, Daniel viajó con su padre a España y a Marruecos. De regreso hicieron una parada improvisada en Miami cuando apenas era una ciudad de pantanos y cocodrilos. El primer día quedó impactado por un cartel que retrataba a un surfista sobre una ola gigantesca de Hawai. No sabía bien de qué trataba esa imagen, pero sintió la necesidad de ingresar al comercio. Como si fuera un presagio compró un dije de la cruz del sur que tenía grabada la frase: “I am a surfer” (Soy surfista).
Ese día su padre se negó a comprarle una tabla porque ya cargaban muchos regalos y no imaginaba cómo podía pasar ese mamotreto por la Aduana argentina. Daniel cedió su deseo con la promesa de que la compraría luego, pero no encontró un objeto similar en el país. Viajó solo a Uruguay y regresó sin éxito.
Únicamente en Brasil, luego de mucho viajar, conoció a un hombre en Ipanema que tenía un longboard y lo prestaba a los turistas embelesados. El hombre llevaba una libreta en la que anotaba los turnos. Daniel esperó durante veinte días su oportunidad mientras estudiaba los trucos para desplazarse sobre el mar.
—Se la quise comprar, le ofrecí más de lo que cualquiera podía pagar, pero no hubo forma.
Su padre, cansado de la insistencia y de que llevara tantos días lejos, le envió un telegrama para que regresara de inmediato a Argentina. La delegación de jugadores partía en un vuelo hacia Perú y allí vendían tablas. Daniel estaba acostumbrado a acompañar al equipo.
En Lima le compró tres tablas a un empresario que también presidía el Miraflores Surf Club y las ingresó al país con el argumento de que eran para uso del plantel de Boca Juniors. El 4 de mayo de 1963 pisó Mar del Plata y surfeó las primeras olas.
Su padre murió a los 57 años a causa de un cáncer de vejiga. Además de ser Vicepresidente del club durante más de 20 años, administró quince empresas.
—Después que lo operaron mi padre vivía “medio drogui” y recibía a los secretarios que le decían “firme por aquí, por favor”. Cuando murió nos enteramos de que había cedido todas las acciones. Lo corrí a mi tío por todo Tribunales. Yo ya tenía a mi hija mayor y no iba a estar preso toda la vida por matar a un cretino. Entonces me dije: “Me tengo que ir”.
Con 23 años cumplidos, Lobo se alejó caminando de la que hasta ese momento era su casa en Avenida Libertador y Rodríguez Peña. Llevaba un bolso de mano cargado con algunas remeras y un jean. Hizo dedo hasta Luján y subió a un camión que lo llevó hasta Manaos (Brasil). Fue la primera de otras tantas idas sin un destino claro.
—No lo haría nunca más, fue muy duro. Tenía ganas de suicidarme, pero decidí que si debía morir sería entonces en el camino.
Por las noches, cuando la vida diaria no lo distrae, Daniel escribe. Le dijeron que tenía que contar su vida en un libro, pero dice que no quiere hablar solo de aventuras y actividad deportiva, sino “contar algo que les sirva a las personas para salvarse”.
Su camino con el surf estuvo acompañado de una renovación espiritual. Formó grupos de oración carismática y hasta se interiorizó en la metafísica.
—Yo soy como el mar. Así como no hay una ola igual a otra, no creo que tenga un día igual a otro— explica y se persigna antes de comenzar a comer el plato de polenta humeante que le preparó María. También mueve sus manos en el aire y susurra como un chamán.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
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