Una vida dedicada a la medicina, investigación de la celiaquía y docencia. Amado por sus alumnos y pacientes. Padre, abuelo y esposo. Hoy, director de la Facultad de Medicina de la UNLP.
Son las cinco de la madrugada y el perfil de Facebook del Doctor Eduardo Cueto Rúa está activo, ya hay algunas publicaciones acerca de la celiaquía. Con café en mano y una lista de reproducción que va desde el tango de Roberto Goyeneche, Julio Sosa y Carlos Gardel, rancheras mexicanas y hasta ópera; comienza a organizar su día: responde consultas online y continúa escribiendo algunos capítulos de los libros de los cuales estudian los alumnos del posgrado de Gastroenterología Hepatología y Nutrición Pediátrica en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde es director.
En su sala de trabajo, de paredes verde oscuro, hay un escritorio lleno de hojas desparramadas; una biblioteca inclinada por la cantidad de libros que alberga, entre los que se encuentran los escritos por él; una computadora de las de pantalla grande; y un pizarrón de tiza lleno de flechas y palabras con una letra parecida a garabatos desde donde prepara las charlas y conferencias que da dentro del país y por Latinoamérica.
También hay portarretratos con fotos de su casamiento con Lucila, su compañera desde hace más de treinta años, otras con su familia completa, otras con colegas y varias con ex alumnos que comparten un mismo fondo: la Av. 60 y Av. 120, intersección donde se encuentra un edificio grande, blanco, un poco golpeado por los años y con una reja negra que antecede a la entrada, el que es el segundo hogar de Cueto Rúa.
El ruido de las notificaciones de su casilla de mails es repetitivo: uno, dos, tres… Él es alto, flaco, de pelo gris y barba protuberante; padre de cuatro y abuelo de siete. Hijo de María Delia y Ladislao Cueto Rúa, también médico.
En su infancia fue testigo del amor de los pacientes hacia su papá, a quien le prometía que iba a ser médico también. Cueto Rúa hizo su carrera a la velocidad de la luz: seis años se redujeron a cinco y siendo estudiante se convirtió en una promesa en el campo de la medicina.
A los 22 años estudiando para un examen escribió la palabra “TACC” por primera vez para recordar a qué son alérgicos los celíacos (Trigo, avena, cebada y centeno). Ésta reducción se transformó en la insignia obligatoria en el etiquetado de cualquier producto para quienes tienen esta afección.
En su momento dibujó vellosidades como pelitos y una tijera que hacía “tacc, tacc, tacc” cuando los cortaba para reproducir el síndrome de malabsorción. Con la dieta sin tacc, los pelitos se recuperaban y se absorbían.
Le pidieron patentarla para el etiquetado de los alimentos libres de gluten y otorgó la patente sin costo con la condición de que el alimento esté analizado debidamente.
Seis años después de haberse recibido, en 1978, mientras se disputaba la Copa del Mundo y la Argentina estaba bajo la dictadura cívico-militar, Cueto Rúa fundó el Club de Madres de Niños Celíacos que luego se convirtió en la Asociación Celíaca Argentina, entidad civil sin fines de lucro, cuya función es brindar atención, información y capacitación a la comunidad.
Nueve años más tarde fue director de Control de Programas de Salud de la Provincia de Buenos Aires y demostró, por primera vez ante el mundo, el movimiento de los anticuerpos con el cumplimiento de la dieta celíaca.
–¿Cómo fue trabajar en la época Videla, Viola, Galtieri y Bignone?
–Era médico de la Policía en Morón. En ese momento me tocó ver colegas asesinados y jóvenes policías también. Conocía sus vidas, sus familias. Fue duro ser testigo de la barbarie y la locura. Cuando escuché un discurso de Raúl Alfonsín hablando de “los tiranos” tomé dimensión de la importancia de la política y empecé a militar. Involucrarnos en la política nos hace humanos.
–¿Dónde militaste?
–Me integré a “Línea Futuro”. Allí conocí gente brillante y muy honesta, pero también conocí gente muy menos que mediocres. Me daba cuenta de que había mucha informalidad, mucha tranza, sanata, impuntualidad y ninguna tarea de preparación para gobernar. Supe que no tenía futuro, aunque seguí militando hasta perder las internas. Mucho después, gracias al trabajo, conocí la eficacia peronista.
Con la llegada de la democracia, Cueto Rúa pudo atender pacientes de manera particular en el Hospital de Niños “Sor María Ludovica”. Su consultorio estaba iluminado por un negatoscopio y una lámpara que apuntaba a la camilla; en el suelo habían balanzas, pesas, centímetros y tablas; también habían algunos juguetes para que los chicos se entretengan, alfajores para regalarles al final de la consulta y un mueble donde guardaba cada historia clínica.
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Durante más de veinte años fue docente en la UNLP donde llegaba a dar sus clases con una bufanda gigante que usaba como poncho. Cuando presentaba el tema a tratar lo hacía mediante dibujos: la materia fecal, así sin más, la dibujaba en el pizarrón saliendo de una cola; y si hablaba de diarrea, dibujaba a las bacterias tomando sol en una reposera en la playa. Todo de manera que fuera imposible de olvidar despertando risa entre sus alumnos que lo recuerdan como “un distinto”.
Sus clases eran esperadas como ninguna otra. Su elocuencia y ocurrencias lo hicieron una leyenda entre los estudiantes. Y, en 2019, fue reconocido como Profesor Emérito de la UNLP. “Quiero decirles a mis alumnos que haber sido profesor de la Facultad de Medicina ha sido una de las cosas más lindas que me ha brindado la vida y que en mis clases el espectáculo no era yo, como ellos han creído, sino que eran ellos con sus ojos”, dijo al recibir el galardón.
–¿Qué siente cuando escucha a sus alumnos hablar de usted?
–Siento cariño, creo que me devuelven el cariño que les di. Siempre les hacía saber que no había ninguna profesión más hermosa que atender a otros en el dolor. Un día me llamaron del Ministerio de Salud (época de Daniel Scioli) y me recibieron jóvenes médicos que habían sido mis alumnos. Al entrar, me abrazaron y me dijeron: “Profesor, ¡díganos qué hay que hacer y lo hacemos!”. ¡Dicho y hecho! Instalamos el programa Celiared de diagnóstico temprano de la celiaquía en seis meses. Los he visto actuar y me sentí muy orgulloso de ellos.
El movimiento de sus manos al explicar cualquier cosa parece dibujar figuras en el aire, se sienta con los brazos a los costados de la silla y no duda en evacuar dudas. Eso sí, cuando muestra una foto de su familia, el mundo se desvanece alrededor. “Es divina mi nieta más chiquita y también todas las del medio. Soy un abuelo afortunado, rodeado de divinidades”, dice a menudo mientras muestra el celular frente a los cientos que escuchan sus charlas.
Sus redes sociales siempre están en movimiento: en su muro se aprecia el dibujo de un cartel que reza “Abierto las 24 horas” y, cuando alguien le escribe, obtiene una respuesta inmediata sea de día, noche o madrugada. Una vez hasta convocó a sus miles de seguidores en una merienda donde los invitó para compartir una tarde y ver la cara de aquellos con los que intercambia charlas por horas de forma virtual y atiende a cada una de sus dudas.
Con más de 52 años de trayectoria médica, Cueto Rúa abraza a su profesión como un tesoro y no deja de escribir y realizar investigaciones en el terreno de la celiaquía.
No obstante, también discute sobre religión, la actualidad del país y, sin tapujos, hace públicas sus convicciones políticas que le hicieron ganar un par de enemigos y sale al cruce defendiendo su postura frente a los detractores.
–¿Qué siente cuando lee las críticas hacia usted?
–Los heterodoxos somos admirados y criticados. Las críticas las leo atentamente. Se aprende de un error, pero el que me insulta tiene enormes limitaciones intelectuales y cuando es recurrente en los insultos lo borro, pero por grosero e ignorante. Me avergonzaría no hablar de política o no tener una postura: ¡soy peronista y kirchnerista! Defiendo mi postura. Puedo descalificar a un político y, de hecho, lo hago; lo que no hago es descalificar a la gente que cree en ese político.
– Y usted contesta…
–Claro que sí, ¿cómo no? Leo que roban, que sí, que no, que son incompetentes sin fundamentos, repitiendo lo que escuchan, porque no hay una opinión negativa que resalte por distinta. A mí, Fernando De la Rúa me sacó todos los ahorros y no se lo perdonaré nunca, fue Néstor Kirchner el que me devolvió ese monto. Tenía el consultorio lleno de pacientes y vi cómo la gente que me rodeaba mejoraba su calidad de vida. Y, voy a decirlo siempre, moleste a quien le moleste, pero defiendo lo que pienso cuando leo cosas en contra de quien salvó mi economía, mis años de trabajo.
– ¿Y la religión?
– Es otra cosa de la que me avergonzaría no hablar. Leo de todo, necesito leer todo lo que esté a mi alcance, es el único motivo por el que me apena morir. La teología es una necesidad humana, yo pienso que Dios es la máxima expresión de nuestros miedos. Necesitamos construir un padre poderoso que nos salve. Hablar libremente de ciertos temas que generan polémica me gusta, se abre el debate, aunque me coma varios insultos que no me quitan el sueño.
Actualmente además de director del posgrado de Gastroenterología Hepatología y Nutrición Pediátrica en la Facultad de Medicina de la UNLP, está escribiendo un libro de Filosofía que trata sobre los presocráticos junto a dos colegas con los que comparte lecturas y da conferencias en toda Latinoamérica mientras continúa sus investigaciones en la dieta libre de gluten.
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