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El lado B de la vejez en la era Milei: desafíos y realidades


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¿Cómo lidian las familias con esta etapa de la vida? ¿Qué papel juega el Estado en este panorama? Conocé la situación actual del país con respecto a los adultos mayores.


Muchas veces envejecer puede ser sinónimo de experiencias positivas y vitalidad. Disfrutar a los nietos, viajar, pasar tiempo con amistades y llevar la vida con otro ritmo. Pero, en otras oportunidades, se presentan achaques de la edad o enfermedades y el acceso a cuidados adecuados se vuelve crucial. Tanto las residencias geriátricas como la asistencia familiar enfrentan desafíos únicos que reflejan una realidad compleja y muchas veces, costosa. 

“No importa cuánto vivamos, sino cómo”, dijo el poeta Philip James Bailey. Esta frase cobra especial relevancia al explorar esta etapa de la vida donde el envejecimiento naturalmente acarrea problemas que afectan la salud y la autonomía. 

En mayo de este año, la Comisión de Adultos Mayores de la Cámara de Diputados que preside la diputada Gisela Marziotta dio dictamen favorable a un proyecto de ley que promueve la capacitación de agentes del Estado en materia de derechos humanos y buen trato hacia los adultos mayores. Esta iniciativa busca reforzar e incentivar la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores que están garantizados por la Constitución Nacional a través de la Convención Interamericana.

Además de este tratado firmado por 11 países de la Organización de Estados Americanos (OEA), Argentina cuenta con varias políticas públicas orientadas a la asistencia y acompañamiento de ancianos, como el Programa Nacional de Cuidados Domiciliarios, centros de día y talleres. Y, en la Ciudad de Buenos Aires en particular, funciona el programa BA Activa con actividades físicas y recreativas, así como de una línea directa de asistencia llamando al 147. 

El PAMI, por su parte, dispone de 685 hogares, 91 de ellos en la Ciudad a los que pueden acceder aquellas personas que no tengan la posibilidad de costear un centro privado. Sin embargo, suele haber lista de espera y el primer desafío que enfrentan a la hora de aplicar a este programa es la burocracia, que con frecuencia implica un proceso tedioso y complejo. 

“Lo que tardó mucho fue la preparación para ingresar. Estuvimos cerca de seis meses con estudios médicos, chequeos y papeles para presentar. Le retuvieron la mayor parte de la jubilación y le hicieron firmar su propia internación a mi abuela. Ella tenía alzheimer avanzado y no se comunicaba, así que directamente hizo un garabato”, contó Florencia de 28 años al respecto de la experiencia que tuvo con su abuela.

Y, respecto de la posibilidad de que pudiera ingresar a un hogar, agregó: “Para nosotros fue muy positivo porque la situación ya no daba para más. Entre mi mamá y yo nos ocupábamos de mi abuela que no podía ni ir al baño sola”. Florencia enumeró algunas de las dificultades que tenían como mantener la higiene, siempre tenía que haber alguien en la casa para cuidarla, no podía usar la cocina porque dejaba a las hornallas prendidas, entre otras. “Así fue por muchos años hasta que no pudimos más, su cuadro se agudizó mucho y decidimos internarla”, recordó.  

Pese a todo, el rol del Estado en este tipo de asistencia sigue siendo bajo en comparación con otros países. De acuerdo al grupo financiero Adcap, el gasto del PBI para el 2024 sería menor a los 6 puntos por debajo del promedio de 8.9 puntos que destinan otros países según informó la Organzation for Economic Co-operation (OECD, por sus siglas en inglés).

El relato de Florencia no es único: muchas familias se enfrentan a la necesidad de proporcionar cuidados a sus mayores en una sociedad donde la expectativa de vida aumenta pero los recursos para el cuidado a menudo son insuficientes. Esta situación da como resultado una “crisis del cuidado”, entendida como el resultado de la conjunción entre un aumento de personas dependientes que requieren de asistencia y una disminución de personas en condiciones de ejercer esa función. 

Residencias privadas en números

Según la plataforma para el adulto mayor “Portal Geriátrico” existen más de 600 residencias privadas en la Ciudad de Buenos Aires. La variedad es amplia pero no accesible para todos los bolsillos, especialmente en el contexto donde el haber mínimo de julio de un jubilado fue de $234.5490 y en agosto de $225.454,42. 

Las Residencias para Mayores en la Argentina arrancan en agosto en los $700.000 pesos como arancel mensual para casos de poca complejidad en un hogar simples a residencias super premium de altísima complejidad superando los $5.000.000 mensuales.

Compartimos algunos precios de geriátricos privados en la Ciudad en julio de este año. Los costos varían según el tipo de prestaciones que brindan: tipo de habitación (individual o grupal), baño privado, el barrio en el que se encuentra y el estado general del mismo. 

  • Geriátrico San Román: $850.000 + IVA.
  • Residencia San Jorge: $600.000.
  • Geri Land: $1.450.000 + IVA en habitación doble.
  • Hogar Don Severino: $750.000.
  • Instituto San Francisco: $1.900.000 + IVA.
  • Hogar del Sol: $1.500.000 en habitaciones compartidas.
  • Geriátrico Villa Sol: $1.500.000 en habitación doble con baño privado.
  • Geriátrico Cramer: $1.300.000 + IVA.
  • Residencia Santa Cecilia: $950.000 + IVA en habitación triple.
  • Residencia Las Glicinas: $1.200.000 + IVA en habitación triple.

El rol de la familia con los adultos mayores

Yanina, empleada de un geriátrico ubicado en Parque Lezama explicó que de las 29 personas que viven en el hogar, únicamente 10 reciben visitas semanales, y las salidas fuera del instituto dependen de la movilidad de cada uno. 

Una experiencia similar relató Angelia, cuidadora de la residencia “Ser Vital” del barrio de Belgrano: “por lo menos la mitad” de los 44 pensionados reciben visitas recurrentes. Esto deja un saldo de entre un 50% y un 70% de los residentes sin ninguna visita o visitas muy aisladas entre sí. La otra cara de una realidad solitaria por la que atraviesan muchas personas en esta situación.

“Por mucho tiempo, mi mamá vivió sola en su casa. Hace dos años empezamos a notar algunas conductas raras en ella. Levantaba cosas de la calle, basura, ropa, muebles. Perdía la llave a cada rato, se olvidaba que habíamos hablado hacía un ratito y volvía a llamarme. Hasta ese momento pensaba que eran cosas de la edad, pero los vecinos se comunicaron conmigo para contarme otras cosas que había hecho: como deambular por la calle sola a la madrugada”, contó Julia que cumplió el papel de cuidadora de su mamá Esther de 83 y siguió: “La llevé por primera vez al neurólogo y después de varios estudios le diagnosticaron un deterioro cognitivo severo”.

“Los primeros meses la dejamos en su casa y yo iba todos los días. Después contraté dos personas para que me ayuden en la semana y durante los fines de semana, pero no resultó. Los sueldos son bajos y la rotación es muy alta. Después de casi un año tomé la difícil decisión de llevarla a un geriátrico porque ya había empezado a afectar mi salud también”, lamentó. 

Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social, sólo el 10% de los hogares tiene apoyo extra-doméstico para el cuidado de personas mayores y enfermos/as. Esto pone una sobrecarga física y emocional en los cuidadores, que son en su mayoría mujeres, siendo las más afectadas las de más bajos recursos en ausencia de programas estatales eficaces.

De acuerdo al análisis de Paulo Saad, director del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE) – División de Población de la CEPAL se espera para el 2040 los mayores de 60 años conformen el 20% de la población del país, un aumento significativo respecto del 14% en 2010, planteando sin duda la necesidad de adaptar las políticas públicas para mejorar las condiciones actuales, garantizar una vejez digna y reconocer la labor de cuidado como un derecho que debe ser apoyado por la sociedad y respetado por todos. 


*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.

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